sábado, 30 de abril de 2011

OFICINA: Nota al Usignolo della chiesa cattolica (Ruiseñor de la Iglesia católica)


Pier Paolo Pasolini

En 1943, cuando escribí el Usignolo, tenía veintiún años, pero era como si tuviera dieciséis. Al marcharme de Bolonia, el encuentro con el pueblo materno había hecho adoptar a mi bondad de adolescente la figura que la Iglesia pide a esos hijos suyos más píos que son los catecúmenos. No creía en dios, pero amaba, o, mejor dicho, quería amar la Iglesia. Sabía bien que Pascal había escrito en uno de sus Pensamientos -que habían sido ese año, junto con los Cantos del pueblo griego de Tommaseo mi livre de chevet- que se puede crear artificialmente un acercamiento a Dios yendo por prueba a la Iglesia. La Iglesia que yo había encontrado era la de un pobre pueblo friulano.
Todo terminó como debía terminar. De la conversión no se hizo nada. Habían pasado tres años, y ese Friul que había sido el nido de un virgen acabó transformándose en un establo, un prostíbulo. Ligado por una nostalgia que era vicio, ya no podía apartarme de él. El periodo de la santidad había terminado, había terminado la época en la que en mis cartapacios, bajo la cita del Asperge me hyssopo escogido como epígrafe, invocaba ser impuro para poder serenamente retornar a la pureza. El hecho es que todavía, hasta casi los veinticuatro años yo fui prácticamente virgen: después, cuando este estado tuvo finalmente la conclusión que debía tener, vi aún más lejos la posibilidad de encontrar -como me decía a mí mismo con mística hipocresía- la verdadera pureza. Al contrario, como he dicho, caí cada vez más profundamente en las delicias de la perdición. Ya no buscaba la gracia: y la alegría consistía en el placer de obedecer a los reclamos de una nostalgia viciosamente inmediata, de una sensualidad violentísima.
Pero Dios -mi conciencia, que estaba limpia para juzgar, y no tenía nada de ese aspecto paternal y moralista que se analiza en los refoulés, porque nunca han sido tal: mi educación doméstica, profunda e ingenuamente moral, no había tenido nada de aplicado y tampoco de religioso en el sentido de católico; mi estupenda mammaera la criatura más inocente, inofensiva y tímida de la tierra, la suya era una religión natural en el sentido más puro-, Dios, decía, continuaba su labor dentro de mí. No había ninguna razón por la que yo me condenase, puesto que no creía en Él, es más, lo detestaba... Sin embargo, yo en aquellos años, de recaída en recaída, en pleno jardín de Alcina, estaba siempre bajo sus ojos. Ésta es la situación del Dios que no amo.
Los instintos (puedo llamarlos así) religiosos que había en mí me llevaron al comunismo. Me equivoqué, caí. La contradicción no podía más que salir a la luz. No podía ser religioso a medias; y yo que siempre he remediado (con maneras casi de neurótico, a pesar de mi naturaleza serena y sana) cualquier mínima falta, cómo no iba a remediar semejante contradicción, semejante vocación empantanada en el compromiso. Volteado como un guante, expuesto como un cristo en la cruz... Para entender al pie de la letra Paolo e Baruch de 1949, por tanto, hace falta una clave: el lector puede imaginarla, o de lo contrario leer en estos textos sólo lo que es legible -y que importa-, el reconocimiento de mi pecado de soberbia (siempre ha sido así: yo, flor de modestia, siempre he acabado pareciendo, y en gran parte siendo, un soberbio); mi rendición frente al rey de Babilonia.
En 1950 -literalmente huido de Casarsa- vine a Roma, a vivir la vida de un desempleado, que se alimenta y duerme de limosna. En tales condiciones todo problema interior pierde interés y claridad; la identidad personal, como sucede en los momentos de extremo peligro o de (...), se disgrega... He perdido de vista a Dios.

jueves, 28 de abril de 2011

EN EL SENTIDO DE LAS COSAS QUE SON.


Magdiel Aspillaga

Tu estás sobre el tren alejándote, lo sabes, yo no alcanzo a decirte nada, solo palabras ocultas trás el cristal y el negro humo que asciende entre tu y yo y las mil distancias de esta remota estación da lo mismo si de una película de Angelopoulos o del lejano Aguacate, viene a mi cabeza el texto de una novela radial...ella murió y va a morir y sabe que va a morir....pero tu no, solo ríes te transmutas y alcanzas la gloria significando para mi lo que más y lo que menos podía yo empezar a pensar, ahora en este mismo momento instante en que te alejas, tan lejos y tan cerca, al final no sé que hacer con mi vida pero si mirarte eso y nada más. Hace mucho tiempo leí una novela que se llamaba “Farabeuf, o la crónica de un instante” de Carlos Elizondo, relato postmoderno, abstracto, libre, sadomasoquista, obsceno, bello, poético, novela que se inspira libremente en el personaje del famosos cirujano francés Farabeuf, la novela o poema nos lleva a una cirugía al cuerpo, el cuerpo siempre presente, sexualidad, deseo, represión y sobretodo a esos momentos pequeños, únicos, casi efímeros que a veces alguien llamó orgasmos, delirios o ascensiones. Ayer vi “Stone” una de las ultimas películas de Robert de Niro y Edward Norton acompañados de la bella y siempre sorprendente Milla Jovovich, la película también me recordó “Farabeuf” y todo porque “Farabeuf” me recuerda a ti, esto no se sabe si va a ser una critica sobre cine, un ensayo sobre postmodernidad, una carta de amor o el permanente delirio neurótico de mis textos en este blog, “Stone” también me recordó algunas películas de Víctor Sjöström y los policiacos franceses de Alain Corneau o por alguna extraña razón aquel filme de Alain Delón donde le asesinaban a la hija y este iba haciendo justicia y venganza a lo largo de la cinta hasta descubrir que el responsable de todo era su mejor amigo y entonces el lo perdonaba vestido de payaso mientras le daba la espalda con el maquillaje corrido y el amigo no aguantaba la culpa (siempre la culpa) y se suicidaba delante de su propio hijo. Alain Delón se detenía único y sereno ante el disparo y después seguía su camino triste ahora por la perdida de su amigo pero tranquilo ante el cumplimiento final de la venganza.
De la culpa, el remordimiento y el pecado es “Stone”. Nunca me había gustado más el cine norteamericano que cuando se fue pareciendo al europeo y nunca me gustó menos el cine europeo que cuando se fue pareciendo cada vez más al norteamericano. “Stone” es un manifiesto en tono suave sobre la culpa, el rencor y el miedo en el que se ha sumido el pensamiento contemporáneo, por lo regular no me gusta hablar de la película en el sentido literal, prefiero escribir sobre lo que me transmite a otros niveles sensitivos, poéticos. El filme es una pieza excelentemente realizada, la puesta en escena, las actuaciones y la propia historia se basan en una sencillez que resulta aplastante, algo de Robert Bresson con el James Ivory de “Lo que queda del día”. “Stone” compartió conmigo que la pretensión no va a ninguna parte y de nada sirve gritar, culpar y definirnos como si fuera esta una real necesidad humana. “Stone” compartió conmigo que somos violentos porque alguien dijo que teníamos la culpa de esto y de lo aquello y que existe el pecado y el pecado es parte de la culpa lo que vale es nuestra autoreconocida fe en lo que somos más allá de lo que un día (casualmente el de nuestro cumpleaños) decidieron nombrarnos, llamarnos, especificarnos. “Stone” compartió conmigo que no hay que tenerle miedo a dos actores encerrados en una locación para que una película sea sensacional, ni hay que tenerle miedo a ser sensacional. “Stone” compartió conmigo dos frases que llevo a todos lados porque soy fan de los dos autores la primera es de Martí (cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea) la segunda de Cristo (que tire la primera piedra aquel que este libre de pecado) y ambas me conforman ante “Stone” como el que trata de hacer películas y como el que trata de verlas, de un lado y otro de la pantalla como una secuencia de “La rosa purpura de El Cairo”, en este mundo por suerte existen también los apóstoles y los iluminados y los que mueren de cara al sol y los que caminan sobre el mar, a pesar de que sigan naciendo los caudillos, los gendarmes y los realtors, da lo mismo el país, la bandera y la religión. Al final como en “Stone” solo es verdadero el fuego, infinitos cuerpos el tuyo y el mio atravesados de pecado, dudas y de culpas, porque no se a donde vamos, no me lo preguntes tampoco, no soy bueno en casi nada, algún día me mostraron norte sur este oeste y pare de contar, porque no va a poder ser o porque si, porque las cosas no son como una quiere a no ser que se haga una revolución y de eso no estoy seguro, solo el cuerpo permanente y abierto de escalpelos allá en lo adentro donde hay vasos sanguíneos y muchos órganos que parecen son vitales, donde el fuego tranquiliza, exorciza, hace imagen.

lunes, 11 de abril de 2011

QUERERNOS MAS ALLA DE LOS POLOS.


Magdiel Aspillaga

De que se trata todo esto sino de pensar y volver sobre nuestra propia e intensa figura y padecer, unos por los otros y nuevamente tratar de mirarnos, solamente mirarnos, ponernos en el lugar del uno y del otro y comprender que la bipolaridad es un don. La película existe, es real, la idea es actuar en silencio y sosegadamente (quizás sea una película muda) son los últimos minutos de la juventud, los últimos minutos del valor, los últimos minutos del pensamiento, los últimos minutos de la memoria, los últimos minutos del amor, los últimos minutos del silencio, los últimos minutos de la historia, los últimos minutos del miedo, los últimos minutos de la eternidad, los últimos minutos de una película que se va a negro mientras suavemente y por debajo, ascienden al cielo los créditos. Tal parece que todos pensamos lo mismo al mismo tiempo y que a veces la película no “cuadra” hay evidentes errores dramaturgicos, cosas que no deben ser, cosas injustas y no tan sanas y otras malsanas que son sublimes y otras muy simples y breves, tan breves que uno no sabe si realmente sucedieron o son parte de un ensueño de algo que va a suceder, como una premonición o algo parecido. Como en un filme de Medem yo era niño e iba en el asiento trasero de un carro y de pronto el carro dio un frenazo y yo me fui para adelante y cuando volví atrás ya era un hombre y seguía pensando en que los polos son los últimos lugares de la tierra, “de allí para allá no hay mas pueblo” en los polos se acaba la esperanza, solo queda ese vacío del que hablaban los antiguos marinos antes de que la clase media probara científicamente que la tierra es redonda y que todo vuelve a su lugar de origen y que no vale la pena partir, y que no hay a donde partir, que al final solo te queda mirar en silencio como ascienden los créditos haciéndose hombres y haciéndose mujeres con miles de nombres que pertenecen a hombres y a mujeres plasmados sobre el negro de la pantalla al estilo de esos mausoleos erigidos en nombre de los caídos en la guerra y que por lo regular son minimalistas bloques llenos de nombres y apellidos en arial, en arial y jugando con la vida, la muerte y el cine, sexo y planteamientos de querer seguir no importa el frío o lo lejos, los polos son la bendición de quien los padece. Hoy ha sido un día feliz, nuevamente es Domingo, ha sido el Domingo menos Domingo de mi vida, es y casi ya deja de ser para pasar a su otro estado.

Entonces no tengo las respuestas exactas, tan siquiera se donde obtenerlas, solo pensar en los polos y en el constante cambio de estado, algún especialista (seguro de clase media) llamó bipolaridad a esta ansiedad, los especialistas de la clase media no soportan la ansiedad, la ansiedad es cambio, es algo que sube (todo sube nada queda atado a este pedazo de arrecife que un día también la clase media llamo Tierra) y es el mismo nombre que se le da a eso que agradecemos y pisamos cada día y de donde somos y a donde regresaremos y de lo que somos y de lo que vamos a ser, tengo ganas de hacer una película que solamente sea una secuencia de créditos finales sobre negro, la musica de fondo y el final, los últimos minutos de algo que sentimos ha pasado, que ha afectado para siempre nuestra vida llena de medidas, etiquetas, normas, números, sistemas métricos, mapas y pruebas científicas de cosas que tienen que ser probadas científicamente. Hoy el día me parece lindo, así y cursimente dicho, poblado de calor y de muchas hierbas que parecen quemarse en una propia y extraña autocombustión que desconocen lo que es frío y polos, lejanías, distancias, incomunicación, ajenas a lo que es querernos simplemente en física y química aceptados, tranquilos e imperfectos como seguro Dios quiso que fuéramos cuando nos trajo al mundo, en estos últimos minutos que se vuelven ceniza, exacta y verdadera materia que nos define.
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