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lunes, 27 de diciembre de 2010

EL LADO EMPALAGOSO DEL CORAZON.


Por: Rubens Riol Hernández

Eliseo Subiela moviliza en sus películas recursos expresivos provenientes de diversas disciplinas artísticas, convocados con el ánimo de levantar un discurso poético, que al mismo tiempo pretende conmover y ser entendido como cine de arte (aspiración trunca, resultado cuestionable), si tenemos en cuenta que el simple palimsesto de referencias a pasajes reconocibles de la literatura o la poesía -dichos de manera delirante y cada cinco minutos- más que provocar la sugestión puede quedarse en un tímido amago de intenciones surrealizantes, que buscan la complicación de situaciones cotidianas (ejercicio estéril, euforia del símbolo que empalaga y redunda), sin más resultados que la obvia ridiculez que entraña el hecho de recitar poemas hasta el hartazgo. En El lado oscuro del corazón, Subiela apuesta, sin lugar a dudas, por la cursilería (exagerada, frondosa, impertinente), donde confluyen la música de la banda sonora protagonizada en mayor parte por las canciones de Fito Paez, poesía de Mario Benedetti como “Táctica y estrategia” -por sólo citar una de las más conocidas- entremezclada con los lugares más espesos de la cotidianidad artística argentina (motivos sexuales como vaginas, penes, nalgas y testículos escultóricos). Lo positivo de semejante promiscuidad de manifestaciones artísticas es el hecho de que resumen lo mejor de la cultura argentina en un sólo texto; su limitación está en la convivencia premeditada y barroca, pretenciosa y obstinada, que simplifica esencias y nociones. Pero lo que sí es innegable de esta propuesta fílmica es su voluntad francamente postmoderna de articular el discurso desde el homenaje, la cita, a veces con cierto tinte de humor y con el valor agregado que mencionaba antes. Algo muy inteligente en este sentido escribió Roland Barthes cuando reveló que “el intertexto no abarca solamente textos escogidos con delicadeza, amados en secreto, libres, discretos, generosos, sino también textos comunes, triunfantes”. Ese es el mayor acierto del filme con las claras manquedades que entraña esta misma condición.
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No quiero decir que la poesía de Benedetti y la música de Fito sean cursis, sino que la ridiculez y el mal gusto está en querer presentar todo eso de conjunto, (sin límites) y para un fin tan poco justificado como la ostentación.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA HUELLA DE UNA SONRISA


De Julie De Grandy

Uno de mis sueños desde muy pequeña fue conocer París. Sentía una poderosa atracción hacia esa ciudad, y deseaba aprender a hablar francés. Tanto así que solía repetir de corrido ante el espejo la cadena de palabras en francés que me sabía la cual constaban de varios saludos, pedacitos de canciones y el nombre en francés de algunos perfumes.

No fue hasta la edad de 28 años en que finalmente pude conocer la ciudad con que tanto había soñado. Para aquel entonces, no sólo hablaba el idioma con sorprendente maestría, sino que me sabía de memoria el mapa de París y la historia de todos sus rincones y monumentos.

A partir de aquella primera vez, tuve la suerte de poder regresar a París muchas veces más. Fui descubriendo un París más bello y sensual de lo que yo me había imaginado durante los años de mi niñez y mi adolescencia en América. Y, lejos de aburrirme, París iba creciendo para mí en encanto, en seducción y en magia.

En un viaje llevé a mi madre a conocer Paris. Deseaba enseñarle paso a paso mi ciudad favorita, narrándole personalmente su historia con el fin de hacerle sentir la emoción que yo allí sentía.

Desde la llegada al aeropuerto de Orly, me convertí en su guía y su intérprete. Planeamos el recorrido turístico de cada uno de los días y noches que iba a permanecer en la ciudad. Caminamos por las majestuosas avenidas, visitamos los museos, los restaurantes famosos, las boutiques de exquisita moda, los cementerios donde yacen enterrados tantos personajes famosos de la historia. Paseamos en barco por el Sena, visitamos las legendarias iglesias y catedrales, presenciamos los espectáculos nocturnos de los míticos cabarets y admirábamos desde todos los rincones de la ciudad la eterna presencia de la orgullosa torre de hierro, símbolo de la
ciudad.

Pero no fue hasta uno de los últimos días de su estancia en París que decidí llevarla a subir hasta lo más alto de la Torre Eiffel para disfrutar de la vista panorámica y mostrarle desde allí arriba la ciudad en su máximo esplendor.

Era una mañana otoñal y apenas se terminaba de disipar la bruma. Hacía frío y ambas andábamos del brazo cobijadas por largos abrigos, botas y pañuelos de lana y seda que nos protegían el cuello. Cuando iniciamos el recorrido de la larga pasarela del Campo de Marte que culmina a los pies de la torre, a lo lejos veía a unos niños jugueteando alegremente alrededor de una de la fila de bancos que flanquean el campo. Según nos acercábamos a ellos, e inmersa en conversación con mamá, me percaté que aquellos niños nos miraban y señalaban con picardía. Observé como uno de ellos se separaba del grupo y caminaba hacia nosotras con una hoja blanca de papel en la mano.

Al encontrarnos frente a frente, el niño se detuvo y con voz temblorosa, llena de dulzura y de vergüenza, me habló en francés:

- Madame, mis amigos han hecho una apuesta conmigo. Me apostaron a que yo no era capaz de conseguir la huella de una sonrisa.

Le miré un tanto sorprendida y esperé que continuara su relato. Pero él no dijo nada más. Sus ojitos - llenos de inocencia y súplica - se clavaron en los míos. Con timidez levantó la mano que sostenía la hoja blanca de papel y me la extendió.

En la distancia veía al grupo de sus amigos observándonos con morbosa curiosidad y risa traviesa. Miré a la angelical criatura de pie ante mí, que no tendría más de unos ocho añitos de edad, y sentí que mis labios, pintados de carmín, involuntariamente esbozaban una tierna sonrisa. Entonces, tomé el papel de su mano, lo acerqué a mis labios y grabé sobre él la huella de mi sonrisa.

Al devolverle la hoja, el niño quedó mudo. Hizo un pequeño gesto de agradecimiento con la cabeza y arrancó a correr con entusiasmo mientras gritaba algo a sus amigos y sacudía en el aire aquella frágil hoja de papel.

Me mantuve en silencio unos instantes observándole partir. Interrumpió mi silencio la voz de mi madre que preguntaba qué me había dicho aquel niño. Me volví hacía ella y la tomé del brazo. Iniciamos nuevamente nuestra marcha en lo que yo le relataba lo sucedido.

Aquel momento se grabó para siempre en mi recuerdo. Miré a mi alrededor y percibí como París se había abrigado con una luz diferente. Una luz aún más bella que cualquiera que antes hubiese visto. Subimos por el elevador de la Torre Eiffel hasta su cúspide. Y desde aquellos balcones de hierro, vi París por primera vez.

Regresé a la Ciudad de las Luces muchas veces más. Y en mis paseos por sus calles o sentada en las mesitas de sus legendarios cafés, siempre he buscado entre la gente el rostro de aquel niño de grandes ojos azules y nacarado cutis con chapas coloradas en las mejillas.

No sé qué fue de aquel niño que ya será un hombre. No sé si él recordará aquella gélida mañana de otoño en el Campo de Marte. No sé qué destino tuvo aquella hoja de papel. Quizás quedó abandonada esa misma mañana en algún basurero o fue pisoteada por transeúntes. Quizás fue hecha pequeños pedazos que volaron en el viento, o se convirtió en un barquito de papel que luego se hundió en las aguas del Sena. Nunca lo sabré.

Pero prefiero pensar que aquel niño no se deshizo de ella. Que la guardó como un pequeño tesoro de su niñez. Y que, en alguna gaveta olvidada, en algún baúl de cedro de un ático polvoriento o entre las hojas amarillentas de un antiguo libro, existe aún en París la huella de mi sonrisa.

domingo, 29 de agosto de 2010

ANGELES SECTARIOS.


Por Yoan Vega

El cielo nunca mas fue cielo, un día amaneció, en el que no había nubes.
El consejal de la ciudad se enfermó a causa de no
poder soñar con la posibilidad de ver sus manos alzarse ante el firmamento al que estaba
acostumbrado.La gente han sido siempre
costumbristas, iban a la catedral que dominaba la ladera del vecindario. Un edificio
religioso no tenía porque ser tan alto pero esa
era la manera de mirar el pasto de ovejas humanas desde la altura.Ante la pérdida de
formas blancas en las que reconstruir historias
la fe se fue extinguiendo en los niños , que encerrados en sus casas , recreaban anécdotas
de un pasado reciente e intangible.
Ante la desesperación se invocaron todos los nombres de la creación pero era en
vano.El amanecer era una planicie absurda
que transtornaba a los propios animales como noche de luna llena.Fue una tarde en la que
la lluvia de lamentos invadió las capas de la
estratosfera que llegaron ellos y se posaron sobre el campanario. Tenían la belleza de la
palabra , el don de la gestualidad que genera los
más grandes convecimientos.Hablaron por horas de la galaxia divina. Mientras movian
las alas en un incesante batir, prometieron en
su discurso, reconstruir la blancura ausente que tanto aquejaba a los árboles .Que cerraba
el paso a la imaginacíon de los artistas y le
devolverían la paz a pájaros sin rumbo.
Una arquitectura que no parecía convincente se llevo a cabo, pero la necesidad
imperaba.El cielo volvía a resurgir luego de unos
meses con la excepción de unos cuantos desajustes.No era real el azul que traspasaba los
tejados y nunca una nube volverïa a posarse
sobre el punto mas distante de la colina.
Siguieron viviendo así , los humanos y los ángeles , en un proyecto que parecía
interminable , siempre en necesidad de ajustes.No
hubo un reclamo porque la fatiga que provoca la ausencia de aguaceros impide el
habla.Ellos que al principio curaban la necesidad de escucha
ahora se habían vuelto intangibles, con requerimientos a la hora de ser mirados, invisibles
siendo palpables.
El espectáculo seguía antes los ojos de Pedro, el joven de las mil preguntas, que
siempre halaba sus vestiduras buscando la verdad detras
de esos andamios.Sentado en la escalera eterna que conducía a los anaqueles y
armatrostes , buscaba decir que los bosquejos del alma se parecen
a las estrellas, que existen planos ocultos que van más alla de las mezquindades humanas
pero allá estaban , los diseñadores de la vestidura celestial.
Lejos muy lejos se evocaban asi mismo, dejando un pequeño espacio para quienes
considerarían digno de su atención.
¡No esperes más por el gesto que no te acompaña!sintió la cálida voz de la anciana
uno de esos días en los que cansado de falsas promesas
estaba a punto de irse del templo!Pierdes el tiempo como todos , creyendo que no tienes
nada que enseñarle a los astros!La señora lo miró con la

dulzura de la lluvia escasa y el vió las entrañas de las pupilas que profetizaban los
tiempos nuevos.!Corre y vuela que tus alas son el dictamen de tu
alma , no esperes por los que pretenden poseer el cielo, que es de todos los que como tu
le escriben diarios a la luna!
La visita duró lo necesario que dura la comprensión en la imaginación de quien no
pudo esperar más para reclamar su espacio en las voces
silenciadas de la gente.Un tumulto se creó en la plaza mayor ,donde las nubes fabricadas
por los artesanos sin alas se elevaban para posesionarse
de una nueva era, en la que la oportunidad de crear no estaba adjudicada a ningún grupo
en específico.
Allí seguían los que con sus alas mustias habían prometido una estructura
semejante a perfecciones alucinantes.Ausentes del proceso llamado
vida , caían del techo del campanario para dar lugar a la más grande de las tempestades:
el amor.

martes, 3 de agosto de 2010

PENDULO


Por Yoan Vega.

27 AVE SOUTH

La muerte es una senora triste que fuma sin parar.Se para en todas las esquinas de mi habitacion , es escucha en cada emisora radial.Yo viajo a su lado en las noches , cuando me lleva a un laberinto de calles en el que no se si estoy jugando a una ruleta rusa.

836 WEST

Dice que es mi madre , lo dice en un abrazo porque no articula palabra.Sus ojos son huecos y manos largas, es una senora gris de vestido cenizo.No se a donde quiere llevarme pero soy un automata que cae en sus redes.

EXIT 3B

Segundos que se evaden, en excusas , de las que siempre he vivido.No soporto mas este silencio que se asemeja a la tortura. Cuando se acerca hay un frio , que es el hielo de perder la vida a los treinta y cinco anos.

I 75 SOUTH

Un accidente evnvuelve cinco automobiles varados , que se parecen al presagio de lo que me puede pasar.Es imposible no sugestionarse cuando vas al lado de semejante pasajero.

179 ST

Tres muertos y dos heridos a la altura de la I 75 Sur”.Me mira por primera vez, como el nino que sabe la maldad que hizo.

TOLL PLAZA

“El proximo soy yo , lo se.

OUT OF GAS

Me abraza, dandole a los ultimos minutos la confesion del pecado de estar vivo y cometer errores.

STOP

La alarma del reloj, la luz del dia.

7:30 AM

A veces me visita en los suenos. A veces la muerte soy yo mismo.

domingo, 4 de julio de 2010

Demasiado viejos para vivir en el oeste.


Por: Rubens Riol Hernández

Regresa al celuloide el horizonte gastado del desierto, polvo agónico que bien conoce el hedor de la sangre abandonada. Historia de rancios conflictos, que transpiran venganza y muerte bajo el implacable sol de la frontera. “No hay país para viejos” -el más reciente filme de los Hermanos Coen- es el resultado de una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Cormac McCarthy (paisaje a medio camino del western y la novela negra), que sondea los rigores de la América profunda y la terrible convivencia de sus irascibles moradores. Todo comienza cuando Llewelyn Moss (Josh Brolin), un veterano de la Guerra de Viet Nam, encuentra una camioneta rodeada de cadáveres, un cargamento de heroína y un maletín con dos millones de dólares (acción detonante), que impulsa una violenta cadena de persecuciones, donde la ley -representada por el sheriff Bell (Tommy Lee Jones)- es como siempre la última en llegar al lugar de los hechos, burlada además, por Anton Chigurh (Javier Bardem), un desalmado psicópata que mata por placer, a todo el que se atraviesa en su camino.
Desde el propio título del filme se advierte la naturaleza excluyente del relato, que reflexiona acerca de la impotencia y la torpeza de los hombres cuando frisan la tercera edad. Al decir de Oscar Wilde: “el drama de la vejez no consiste en ser viejo, sino en haber sido joven” Y es precisamente ese tono pesimista y nostálgico, el que insufla a la cinta la voz en off del sheriff, quien inicia la narración y la concluye, mientras esboza -en una gran digresión- la estructura circular de una historia, que él mismo protagoniza a manera de narrador autodiegético. Este personaje, incapacitado de seguirle el rastro a la delincuencia de nuevo tipo, encarna la idea de un mundo ordenado, que se desmorona frente a la extrema violencia. Por lo que asiste, irremediablemente -en el ocaso de su carrera- a su incompetencia y frustración, una verdadera derrota que lo convierte en antihéroe. Correcta interpretación de Tommy Lee Jones, que borda con sabiduría dolorosa el papel del alguacil decadente, en su eterna añoranza por el pasado.
Uno de los mayores aciertos del filme es el concienzudo diseño de sus personajes centrales, respaldado por un excelente reparto de actores, que encuentra el tono justo para encarnar -con verdad sobrecogedora- sus respectivos roles. Josh Brolin, quien interpreta el papel de Moss, vive animado por la codicia, antes y después del hallazgo. Obsesión que lo lleva a huir durante toda la película, sacrificando la paz de su familia y poniendo en riesgo su propia vida. Al tomar el dinero, escoge caprichosamente el camino que lo conducirá hacia la muerte, quizás excitado por la idea de librar su última batalla, sin percatarse de que el tiempo ha pasado y ya no es aquel soldado impetuoso y ágil. Por lo que, a la altura de sus años se convierte, en una presa fácil para su cruel oponente (un Javier Bardem), intenso en el papel de Anton Chigurh. Asesino despiadado y lacónico con un sentido del humor que da más miedo que risa), al tiempo que logra, con la solemnidad de su figura y su carácter impasible, igualar a una suerte de “destripador manso”, (mezcla brutal de ternura, simpatía y maldad), con todos los puntos para pasar a la historia del cine como un villano antológico.
En este contexto frío y apático, los personajes mencionados componen un tríptico de una misma personalidad desgastada, a punto de apagarse en el entorno monótono y demacrado, que reconoce su propia insuficiencia. Lo que convierte a la nueva obra de los Coen en un western contemporáneo, donde la estética polvorienta no es más que un pretexto para desmitificar al género, aunque en la cinta, el desierto juega un papel importante; pues sirve de homenaje a aquellos filmes de vaqueros, que tuvieron por escenario el suelo estéril que el viento levanta a su antojo.
La película es en todos los sentidos muy coherente, pues manipula y aprovecha cada uno de los elementos que intervienen en la construcción del discurso fílmico, en pos de reforzar la idea del pesimismo y la angustia existenciales -además de la violencia, por supuesto- que atraviesan la cinta y en especial, a cada uno de sus personajes. Las evidencias que nos permiten demostrar semejante afirmación las podemos encontrar por ejemplo: en el diseño de buena parte de los ambientes antes referidos (parajes inmensos y desolados escogidos cuidadosamente), pero sobre todo, en lo que al contexto urbano se refiere, resulta importante el peso de las sombras en la fotografía, en las escenas de enfrentamiento en la calle y en el interior de las posadas, donde se oculta Moss de su enemigo y donde se ve saltar -más de una vez- por los aires una cerradura impulsada por un disparo de aire comprimido. A esto se une, la ausencia de música en la banda sonora y el empleo constante, en su lugar, de los prolongados ratos de silencio y sonidos ambientales, que incrementan la tensión, dando paso a escenas un tanto predecibles, pero igualmente escalofriantes.
El guión es bastante lineal, si tenemos en cuenta el orden cronológico de los acontecimientos, cuya progresión dramática no deja de ser cautivante, aunque se diluya un poco en las casi dos horas de duración del largometraje, el cual parece a ratos de un ritmo pausado, casi contemplativo que se revela como un prodigio de elegancia expositiva y trabajo de cámara, sirviéndose de un montaje impecable. Un aspecto interesante además de la brevedad de los diálogos, donde la palabra y el subtexto cobran una fuerza protagónica, es el empleo formidable de la elipsis, que sugiere una simplificación de la historia, dejando fuera de la narración algunos fragmentos, que impiden conocer el pasado de los personajes y sus motivaciones. Lugar propicio para la intriga y el misterio que rondan a cada una de sus acciones. Los Coen nos trasladan a un universo pletórico de miedos e inquietudes, y por eso se apoyan en una cuidada selección de planos donde priman los picados y contrapicados. “No es país para viejos” ostenta una factura visual intachable y una interesante narrativa, secundadas por la inquietante mezcla del sentido del humor y violencia, que anuncia el inconfundible estilo de los Coen. Esta es una cinta tremenda, no apta para todos los gustos y sensibilidades, que se incorpora a la lista interminable de los mejores filmes de todos los tiempos como un paradigma del nuevo cine americano. No por gusto, obtuvo varias nominaciones y premios en la pasada edición de los Oscar, lo que confirma las sospechas de que se trata de una película seria, abocada desde un inicio a la desesperanza, cuyos protagonistas son acaso, ¿demasiado viejos para vivir en el oeste?

martes, 15 de junio de 2010

SINFONÍAS SOBRE MI PIEL.


Por Julie De Grandy

Como todas las mañanas, avisé a Inés que me subiera el desayuno y al poco rato apareció con la bandeja inglesa de plata, portadora del servicio de café.

- ¿Desea alguna otra cosa la señora? – preguntó como una autómata.

- No gracias, Inés; te puedes retirar, – respondí forzando una leve sonrisa.

Según se marchaba, reparé por un instante en su reiterada pregunta matutina. Me parecía una pregunta estúpida. Ella trabajaba para mí y cuando yo quería algo, no dudaba en hacérselo saber. Pero esa pregunta encerraba un matiz que me molestaba. Ni yo misma sabía qué pudiera desear. La vida había sido generosa conmigo; me lo había concedido casi todo. Quizás ya no fuese tan bella ni tan joven, pero seguía siéndolo lo suficiente para aún suscitar miradas de hombres y envidias de mujeres. Sabía que podía tener a cualquier hombre, no sólo por mi belleza sino por mi dinero. Los podía seducir o los podía comprar. Era demasiado fácil para que me produjese emoción. Cuando los tenía, llegaba a detestarlos por hacerme sentir aún más vacía. No eran capaces de proporcionarme placer alguno. Para tener un orgasmo me bastaba mi mano o cualquier de los aparatito comprado en los “Sex Shops”.

Ni siquiera mis dos maridos me habían sabido hacer el amor. Sólo una vez en mi vida tuve el privilegio sagrado de hacer el amor, de fabricar el amor, de crear el amor y sentir la sublime potencia del más alto grado de amor. Sólo una vez. Muchas veces pensé que hubiese sido mejor nunca haber tenido esa experiencia. Lo malo de llegar a lo máximo, es que todo lo demás se queda pequeño.

Mientras se enfriaba un poco el café abrí el periódico. Me detuve en una foto y leí el pie. Era él, era Rolando. Rolando Mijares era…ese “Rolando”. ¿Cómo era posible que yo nunca hubiese visto su foto anteriormente? Sus CD’s no tenían su foto. Lo explicaba en el artículo, no le gustaba dejarse retratar. Yo, que conocía tan bien su música y su carrera, que había estado encantada cuando Luigi, el director de la filarmónica, me había informado que para el cierre de la temporada traerían como pianista invitado al gran Rolando Mijares, del que nunca había visto una fotografía. Las manos que sujetaban las hojas del diario empezaron a temblar. Casi no podía leer el artículo. Lo puse a un lado y eché la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Evoqué una vez más el más preciado recuerdo archivado en mi memoria.

Aquella tarde fui de las últimas en abordar el avión, furiosa de que no había conseguido un asiento en primera clase. Todos los vuelos a Nueva York estaban llenos en esa época en que la gente regresaba de sus vacaciones de Navidad. Con disgusto, recorrí el largo pasillo. Al llegar a mi asiento, el chico que estaba sentado en el pasillo no se movió.

- Disculpe, – dije con tono irritado. - ¿Me permite pasar a mi asiento?

- Oh, perdón, – respondió el atractivo muchacho en lo que se ponía de pie.

No me miró. Parecía distraído. Se me hacía extraño que un hombre no me mirara. Era lo único que sabían hacer, mirarme con asombro y con lascivia. Cuando ya no pude resistir su indiferencia, le toqué el hombro para que me volviese a dejar pasar para ir al baño. A mi regreso, le hablé antes de que se volviese a colocar los auriculares

- ¿Vives en Nueva York?
- Bueno, sí y no. Estoy estudiando piano en Julliard.
- Vaya, qué interesante. Parece que está como a 20 bajo cero en Manhattan.
- Sí, creo que está nevando mucho. ¿Y tú? ¿Vives allí? – me preguntó por cortesía.
- No, yo voy a trabajar. Soy modelo.
- ¿Modelo? ¿De qué?
- Pues modelo de pasarela, de colecciones de moda, – respondí pensando que le debería haber sido obvio, si se hubiese fijado bien en mí.
- Ah…, - dijo pareciendo no entender muy bien.
- ¿Nunca has visto un desfile de moda?
- No, nunca he visto un desfile de moda, – sonrió. – Soy ciego.

La sangré se me heló y me quise morir. ¿Cómo no me había dado cuenta? Le miré a los ojos. Tenía unos ojos hermosos, de un verde claro.

- Lo siento. No me había dado cuenta, – dije sintiéndome apenadísima.
- No te preocupes. Para mí ser ciego es normal. Nací ciego.
- ¿Cómo te llamas? - pregunté tratando de apurar el momento incómodo.
- Me llamo Rolando, ¿y tú?
- Carel, me llamo Carel.
- ¿Carel? Nunca lo había oído.
- Me imagino que no. Es un nombre inventado. Mi mamá se llama Carmen y mi papá Rafael. Entonces quisieron unir sus dos nombres en el de su hija.
- Me parece simpático.

Estuvimos conversando durante media hora. Me sentía muy cómoda con él, no tenía que estar en guardia como con otros hombres. Él tenía entonces apenas diecinueve años y yo veinticuatro. Sin embargo, entre su ingenua sencillez y mi bagaje, nos separaban siglos.

- ¿Tienes novia? – me atreví a preguntarle.
- No, no tengo novia, – sonrió. - Nunca he tenido novia.
- Pues eres un chico muy guapo.
- Gracias, tú también eres muy hermosa.
- ¿Eso cómo lo sabes? – pregunté con auténtica curiosidad.
- Es lo que recibo de ti. Eres hermosa por dentro.

Jamás nadie me había dicho que era hermosa por dentro. Estaba tan acostumbrada a que celebraran mi belleza externa que no se me ocurrió pensar que alguien me pudiese encontrar hermosa por dentro.

A los pocos minutos, empezó una horrible turbulencia. El avión daba sacudidas bruscas. La gente empezó a gritar y yo a ponerme nerviosa. Rolando me tomó la mano para intentar tranquilizarme. Al sentir su mano, por unos instantes, olvidé la turbulencia y todos mis sentidos se concentraron en mi mano, anidada en la de Rolando.

El piloto nos informó que había una tormenta de nieve en Nueva York y que habían tenido que cerrar los aeropuertos. Nos desviaban a Boston, donde pasaríamos la noche en un hotel, hasta que abrieran el aeropuerto al día siguiente. Al llegar a Boston, unos autobuses nos esperaban. En todas las idas y venidas, yo llevaba a Rolando de la mano para que no tuviese que depender de su bastón. No quería soltar su mano. Nos dieron a cada uno una habitación y acompañé a Rolando a la suya.

- ¿Me invitas a pasar la noche contigo, Rolando?
- ¿Cómo? – preguntó con asombro.

Sabía que iba a ser su primera vez; que nunca antes había hecho el amor con una mujer y deseaba con todas mis fuerzas ser yo la primera mujer que lo iniciara en el camino de los placeres carnales. Pero cuando se cerró la puerta me invadió una desconocida timidez. Rolando no se movía, no hablaba, parecía estar escuchando mi respiración.

- ¿Por qué no tomamos una ducha juntos? – propuse. – Estamos agotados del viaje.
- Bien…- respondió en un susurro.

Comenzó a despojarse de su ropa. Yo también lo hacía acompasada a su ritmo. No quería mirarle, no me parecía justo que yo lo pudiese ver y él a mí no. Entonces, apagué la luz. Seguidamente nos dirigimos a tientas hacia la ducha y nos colocamos bajo el potente chorro sensual y revitalizador. Me di cuenta que nunca me había duchado en la oscuridad total. Todas las sensaciones se me iban magnificando.

Aquella ducha fue una especie de bautizo hacia un mundo de sensaciones desconocidas. Bajo aquel chorro caliente, nos tocábamos y nos enjabonábamos con timidez y ritmos de inocencia. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo de una manera distinta, como si quisiera memorizar cada recodo, cada curva, cada pedacito de mi cuerpo. La novedosa sensación de su tacto me llevó a hacer lo mismo sobre su juvenil cuerpo. En aquella oscuridad, mis dedos adquirían un nuevo tacto. Nuestros mutuos recorridos eran lentos. Sentía que su cuerpo me hablaba, y me daba la impresión que él también escuchaba lo que le decía mi cuerpo. Entre nosotros se produjo una honestidad total. Fui entrando en un estado hipnótico y no recuerdo cuánto duró aquella ducha, ni cómo nos encontramos desnudos sobre la cama en aquella oscuridad que me hacía ver destellos de luces dentro de mi cerebro. Sentía la punta de sus dedos pulsar intermitentemente de un lado a otro de mi cuerpo, mientras me mantenía quieta, concentrada en esa nueva forma de acariciar. Después de un rato, le pregunté:

- ¿Qué haces?
- Compongo una sinfonía.
- ¿Una sinfonía?
- Sí una hermosa sinfonía. ¿No la escuchas?
- No… - dije con cierta tristeza.
- Yo la escucho. Se llama “Descubrimiento.”
- Descubrimiento…- repetí - Me gusta.

Me sentí halaga y a la vez perpleja. Estaba acostumbrada a los embistes presurosos de los hombres. Cuando me tenían desnuda sobre una cama, se abalanzaban sobre mí como hambrientos salvajes, manoseándome torpemente, babeándome, frotándose sin delicadeza sobre mí, no demorando mucho antes de penetrarme y luego eyacular, bramando en mi oído como una fiera herida.

Sin embargo, Rolando no tenía prisa; me exploraba milímetro a milímetro con ternura y pueril curiosidad. En su recorrido, sentí cómo se iba despertando mi cuerpo. Me dí cuenta que nadie había reparado jamás en la totalidad de mi anatomía. Se tomaba su tiempo explorando mis pies, cada dedo, cada curva, cada hendidura. Iba recorriendo mis piernas, casi como si buscara algo. Sus manos eran cálidas y suaves; tenía una manera muy distinta de tocar. Me daba la impresión que iba leyendo los secretos de mi cuerpo.

Me sentía tan ligera que pensaba que iba levitar en cualquier momento. Con la respiración entrecortada, sentía ráfagas de temblores y escalofríos recorrerme de punta a punta. Necesitaba abrazarlo, comprimirlo contra mi cuerpo. Quería gritarle que me penetrara. Le tomé la cabeza y atraje su boca a la mía. Él se entregó a mis besos. Nos besamos por largo rato, y siguió besándome toda. Un nuevo recorrido, húmedo de labios y lengua, que me hizo escalar a niveles supra humanos. El placer era tan intenso que hacía brotar lágrimas de mis ojos, lágrimas que resbalaban por mis pómulos hasta morir en la almohada.

Cuando su lengua se concentró en mi sexo empapado, poco tardé en explotar en un orgasmo tan brutal que culminó en espasmos casi convulsivos. El se agarró a mis caderas como un cowboy de rodeo tratando de mantenerse sobre un potro salvaje y siguió torturando mi sexo con su lengua, provocándome orgasmo tras orgasmo. Pensaba que me iba morir de la intensidad y le suplicaba que parase, empujando su frente.

De pronto, se separó de mí y sentí su sexo hinchado penetrar en lo más profundo de mi ser. Se volvieron a apoderar de mí las ráfagas orgásmicas y clavé mis uñas involuntariamente sobre su espalda, mientras me mordía el labio inferior hasta sacarle sangre. Veía colores explotar detrás de mis párpados cerrados. Y por un momento noté cómo mi cuerpo perdía su densidad y se fusionaba con el de Rolando. Nunca antes había experimentado sensaciones tan enajenantes. No recuerdo cuánto tiempo hicimos el amor esa primera vez, ni cuantas otras veces nos volvimos a fusionar esa noche. Apenas habíamos dormido una hora cuando sonó el teléfono informándonos que el autobús estaría en frente del hotel en media hora para llevarnos al aeropuerto.

- Tenemos que levantarnos, – le dije con una mezcla de dulzura y tristeza.

Rolando no me respondió. Simplemente dejaba que sus manos siguieran acariciándome con suma ternura. Finalmente, preguntó: - ¿Nos volveremos a ver?

Entonces fui yo la que me mantuve largo rato en silencio. ¿Cómo decirle que nuestros mundos eran distintos? Yo había luchado toda mi vida por ser alguien, por salir de la pobreza. Adoraba las luces que él nunca podría ver, y las miradas sobre mi cuerpo cuando desfilaba por las mejores pasarelas del mundo, y mi foto en las revistas.

- Mira Rolando, es que…

Me interrumpió. - No digas nada, entiendo…

Quise gritar: - No, no entiendes, no puedes entender.- Yo era una adicta a la vanidad y al egocentrismo y no tenía la fuerza para desengancharme de mi droga.

En el corto vuelo de Boston a Manhattan, viajamos en silencio, con las manos cogidas. A ambos nos corrían las lágrimas por las mejillas.

No fui capaz de despedirme. Cuando salí del avión empecé a correr como una desesperada con mi equipaje de mano. No miré hacía atrás. Sabía que si lo volvía a mirar, podría derrumbarse todo mi mundo.

Un triunfal acorde final, seguido por una abrumadora ovación, me trajo al presente. Rolando saludaba mientras el público aplaudía de pie. A los pocos minutos, una masa humana acudió a felicitarlo. Casi era asfixiante el calor en ese pasillo que llevaba al camerino. Muchas personas me saludan al entrar y salir de camerino. Luigi Citadella, el director de la filarmónica, logró zafarse de cuatro damas parlanchinas y llegó hasta mí.

- Ven Carel, te voy a presentar a Rolando. Le he hablado mucho de ti y de cuánto nos apoyas. - Me tomó del brazo y se abrió paso entre la gente.
- Discúlpennos un momento, – dijo escoltando amablemente a varias personas fuera del camerino y cerrando la puerta. Rolando se puso de pie, pero se sujetó al instante de la silla, como si le hubiese dado un mareo.
- Rolando, no te robaremos mucho tiempo, sólo quería presentarte a la dama de quien te hablé, nuestra gran benefactora la Sra. Medrano.
Rolando extendió la mano, me acercó hacía él y me dio dos besos.
- No tengo palabras para decirle lo mucho que disfruté su concierto, y el conocerle ahora personalmente, - logré decir.
- Es para mí es un honor que haya venido.
Rolando no me soltaba la mano y yo no sabía qué más decirle.

- Espero que acepte dar otros conciertos en nuestra próxima temporada.
- Me encantará volver a tocar para un público tan generoso. ¿Vendrá usted mañana? – me preguntó mirándome a los ojos.
- No creo, tengo que presidir un acto benéfico.
- La espero entonces.
- Aunque me encantaría venir, me será imposible. - Tuve que reiterárselo, pues no parecía haber escuchado mi explicación.
- No importa, la estaré esperando, – insistió.
- ¿Por qué dice eso?
- Porque siempre te he estado esperando, Carel.

No pude reaccionar. En ese instante tocaron a la puerta y Luigi se dirigió a abrirla. Acto seguido irrumpió el manager de Rolando con otras distinguidas personalidades que querían felicitar al maestro. La gente que entraba me iba empujando hasta que me encontré fuera del camerino. Poco a poco la distancia entre nosotros se hacía mayor. Comencé a andar de prisa; todo se me hizo una gran nebulosa. No recuerdo cómo llegué a mi casa. En la cabeza me martillaban sus palabras.

- Te estaré esperando… porque siempre te he estado esperando, Carel.

Me había reconocido. Sin embargo, yo no me consideraba digna de él. Me había sentido tan superior aquel día que nos conocimos. Yo era famosa, bella y camino a ser muy rica. Él era un pobre ciego que quería ser pianista.

Ahora él era famoso, respetado, rico y mucho más guapo que cuando lo conocí. ¿Qué podría querer de mí? Quizás una venganza, pensé. Me arrepentí al instante de mi mezquindad. Así quizás hubiese obrado yo en su lugar, siempre víctima de mi egoísmo y mi vanidad. La vanidad que me había hecho sentir superior a todos los hombres.

Ninguno me merecía, ninguno había sido el hombre ideal, y por eso de todos me había cansado. De todos me había separado y ahora estaba sola. Tal vez si aquel día en el avión pudiese haber visto en lo que se convertiría mi vida, nunca me hubiese separado de Rolando. Levanté el teléfono y marqué. Una voz soñolienta contestó.

- Vanesa, soy Carel. Perdona que te llame a estas horas, pero es que no puedo asistir mañana al evento.
- ¿Estás enferma?
- No, no es eso.
- Entonces, ¿por qué?
- Porque mañana quiero escuchar a Rolando Mijares.
- ¿No fuiste esta noche al concierto?
- Sí Vanesa, fui. Pero esta noche sólo tocó sinfonías en el piano.
- No entiendo. ¿Qué va a tocar mañana?
- Sinfonías sobre mi piel…

viernes, 11 de junio de 2010

IMAGEN VIRTUAL


Por Miñuca Villaverde

Sólo tenía una saya. La usaba cuando iba a bailar. El resto del tiempo andaba desnuda por la casa. En epoca de frío se tapaba con una manta y salía a la calle envuelta en ella. Para el verano se iba en su carro viejo hasta la playa nudista que distaba sólo una milla de su casa. Los cristales oscuros de las ventanillas impedían ver que llevaba el torso desnudo. Un día tuvo un accidente en el carro, camino del mar, y dejó que el auto culpable se fuera con tal de no tener que bajarse desnuda en la calle. Pues ése era su secreto. El estar siempre desnuda, menos en el invierno o cuando iba a bailar. Por eso trabajaba desde la casa. Los únicos que la veían en todo su esplendor eran los que conversaban con ella desde lugares distantes a través del Internet, conectados por cámaras de vídeo. Muchos pensaban, cuando ella contestaba la llamada y la veían desnuda, que buscaba la pornografía. Pero no, les decía ella, es mi forma de vestir. Usar mi propia piel. Claro que todos trataban de crear una relación sexual a través de las cámaras, pero ella por lo general las evitaba. Convenciéndolos o convenciéndolas -que ambos sexos se comunicaban con ella- de que lo suyo era un deseo de relacionarse, llana y sencillamente. A veces, eso sí, entraba en contactos sexuales virtuales con los que la llamaban. Pero ella, por el nombre que daban en la lista de correo, sabía bien si merecía o no la pena aceptar la comunicación. So big, For men only o Lesbi o Sólo para ti, Carne limpia, no eran nombres que la atraían. Y prefería comunicarse con Pepi o Loly o Soledad o Cristóbal Colón. Nunca sabía el verdadero nombre de ellos. Tampoco ella les daba el suyo. A veces ni la cara les veía. Pues cuando conectaba con la pantalla del comunicante podía verle sólo de la cintura para abajo y una mano extraña moviéndose intermitentemente en primer plano. Entonces cortaba la comunicación y esperaba otro timbrazo del teléfono. Esa noche no se quedó en su casa. Salió con su falda cubriéndole desde el pecho hasta la mitad de los muslos. Tenía cita con uno de sus amigos virtuales, de quien había visto el rostro, a más de otras partes del cuerpo.
Llevaba tiempo conversando con él ,y siendo uno de los pocos que vivían en su localidad decidió hablarle en persona. Más le picaba la curiosidad por verlo vestido que conocerlo personalmente. Fue él uno de los pocos que logró convencerla de que siempre hablaran como si estuvieran en un campo nudista virtual. Dejando a un lado la parte pornográfica de la comunicación, que tanto le molestaba. Así fue. Se dieron cita en un café del centro de la ciudad. Tuvieron que especificar cómo se vestirían; porque aunque se conocían de tanto verse por la pantalla del monitor, no sería lo mismo verse ahora vestidos que desnudos. El le habló de un traje, cuello y corbata. Ella habló de su saya. Olvidó decirle que era roja. Prometieron no hablar de sus conversaciones virtuales en público. Ese tema quedaba para el Internet. Cuando se aproximaba la hora del encuentro ella caminó por la acera de enfrente para observar a los parroquianos del café al aire libre en que se habían dado cita. Vio a muchachas con sus parejas, sentadas, relajadas tomando un trago o algún helado o una comida fresca propia del verano. Vio a hombres junto a sus parejas, comiendo plácidamente. Sólo había uno que, sentado a su mesa, parecía esperar la llegada de alguien. Miraba a derecha e izquierda y le hacía señas al camarero de que esperara para servirle. Justo frente a ella pasó una joven con un vestido sin tirantes, que se amarraba al pecho con una cinta que caía hasta sus rodillas. Lleno de flores, volaba al viento como si sus pliegues fuesen ramas de un árbol de gardenias. Blancas en el diseño. El fondo verde acentuaba esa visión de la naturaleza. Pensó en el rojo de su saya, que llevaba similarmente atada y rizada al pecho. Y hasta se planteó si no sería hora de cambiarla por otra de dibujos más floridos. Cambiando la mirada vio al hombre levantándose de su asiento para acercarse a la mujer, que ahora cruzaba la calle en direccion al café. Notó desde esa distancia que aquella cara le era familiar y supo que era él. Se quedó quieta en su lugar y dejó que los acontecimientos se desarrollaran. La del vestido de flores quedó quieta frente al hombre, al ver que se le aproximaba. Iba a sentarse en una silla vacía pero antes de que pudiera hacerlo, él la cogió por el brazo, le sonrió y la llevó hasta su mesa. La muchacha se quedó asombrada ante aquello pero cedió a tal galantería, o a tal osadía. Que sólo un hombre seguro de sí mismo, como él parecía, sería capaz de realizar. En aquel momento ella comprendió el error. Aquel vestido parecía una falda. Y él había confundido a esa otra mujer con ella misma. Ambas eran rubias, altas. Tenían edades similares y en cuanto a la voz, ya se vería si él era capaz de reconocerla. Pues el sonido virtual era muy deficiente. Y a veces las voces quedaban distorsionadas de tal manera que era mejor escribirse mientras se comunicaban por el Internet. Cansada de esperar a que él se diera cuenta de que la mujer que invitaba a su mesa no era ella, se sentó en un banquillo frente al café, bajo la sombra de un árbol. Los observaba sin dejar de admirar la presencia magnífica de aquel hombre que al levantarse de su asiento había mostrado su altura y su compostura. Quizás vestido lucía mejor que desnudo. No hizo ademán de ir a interrumpirlos. Quizás luego le dijera en una próxima comunicación virtual que se había confundido. Que no era ella sino otra con la que había estado. Y que ella lo había observado todo el tiempo riéndose del error. Pasó un rato largo y entre risas y sonrisas, la pareja, que había terminado ya su consumo, se levantó y salió del brazo de aquel lugar. Para asombro de ella, puesto que se habían prometido antes de verse no irse juntos a parte alguna hasta no conocerse mejor. La amistad o lo que fuera, habían acordado ambos, debería ser algo duradero. O romperse en ese mismo café, dando por terminada las comunicaciones para siempre si no se gustaban en persona. El dirigió a la compañera hacia el auto que tenía estacionado a pocos pasos del café y ella, por mera curiosidad, corrió hacia el suyo, una calle más arriba. Tenía la intención de seguirlos. Poco a poco se fue acercando al auto de él, que se dirigía hacia las afueras de la ciudad. No sabía a dónde iban. Finalmente los vio llegar a un descampado, en donde divisó una carpa que dejaba ver el nombre incompleto de lo que debió de haber sido un circo. Estacionó tras una caseta derruida que la ocultaba a la vista del otro carro y esperó a que la pareja descendiera de éste, siempre oculta tras los cristales oscurecidos del suyo. La puerta del chofer se abrió y él descendió. Cuando ella se preparaba para bajarse de su auto y seguirlos, se contuvo. El hombre cerró su puerta y no fue hacia el otro lado del carro a abrir la de su compañera. Caminó apresuradamente hacia una de las puertas de los remolques estacionados alrededor de la carpa y dejó a la muchacha en el auto. Ella esperó, pero como pasaban los minutos decidió descender del coche y caminar por el estacionamiento hacia el carro del hombre y pasarle por delante a la mujer sentada dentro. Quería verla más de cerca. Quería verle los ojos, si eran azules como los de ella. Porque sólo así podría él haberse confundido tanto como para pensar que era ella. Además, ellos no hablarían de nada de lo que ya habían hablado antes, pues querían verse como si nunca se hubieran visto ni conocido, y no habría más forma de reconocerse que por las facciones.


Avanzó hacia el auto y vio por el parabrisas trasero la melena de la mujer caída sobre el costado izquierdo de su asiento. Dio la vuelta y se fue acercando a ella, y notó que su cabeza estaba desplomada sobre el hombro, como dormida. Reaccionó dando un paso atrás por temor a despertarla. Después de todo, no podría ver el color de sus ojos si los tenía cerrados. Pero la curiosidad y el deseo de jugarle una broma a él cuando regresara y hacerle ver su confusión la hicieron avanzar. Ya justo al lado de la puerta pudo ver por los cristales del carro que la mujer no parecía dormida sino totalmente desmanejada. Vio sus brazos caídos a los lados del cuerpo, medio deslizado hacia abajo en el asiento. Quiso tocarla pero la puerta estaba cerrada con pestillo. Golpeó la ventanilla y miró hacia el remolque a donde había ido el hombre, y entonces lo vio salir acompañado de otro cuyo rostro estaba maquillado como un payaso. Ambos venían apresuradamente hacia el carro. Decidió esconderse y en el tiempo que ellos emplearon en recorrer el tramo lleno de arbustos secos ella logró introducirse en su carro sin ser vista. Quería ver qué pasaba. No era el momento ni de jugar bromas ni de darse a conocer. No quería ser testigo de una mala digestión de la mujer que la había suplantado. Los dos hombres abrieron el auto por la zona del pasajero, como si supieran de antemano de qué problema se trataba. Esto no la asombró, puesto que la mujer podía haberse enfermado en el trayecto y él acercarse a ese lugar que parecía conocer, en busca de ayuda. Pero se hizo también la pregunta, si en el camino había hospitales, ¿por qué no escogió uno de ellos en vez de este circo abandonado?. Entre ambos la sacaron del carro, no sin antes mirar a su alrededor, como asegurándose de que nadie rondaba por la zona desierta del estacionamiento. Algunos autos viejos, incluyendo el de ella, estaban estacionados allí, pero sin gente dentro. Ella se agachó en su asiento, aunque sabía que era imposible verla desde afuera y a la distancia en que estaba. Sintió el portazo del otro carro y asomó los ojos para ver qué sucedía. Vio a los dos hombres caminar rápidamente hacia el remolque, sosteniendo el cuerpo desmanejado de la mujer por los pies y los brazos. Las flores de su vestido que se arrastraba por el piso arenoso ya no volaban al viento, ahora recogían el polvo del camino. Caían sobre éste como ella caía entre los brazos de ellos.
Esperó un tiempo que cada vez se le hacía más largo. No había encendido el motor para gozar del aire acondicionado por temor a ser descubierta, por lo que el calor la sofocaba. Atinó a abrir un poco la ventanilla. Pero no se fue, quería ver qué hacía el hombre. Minutos después lo vio salir del remolque, acompañado del payaso, ya no sólo maquillado sino vestido de esa manera, cargando equipos de fotografía y luces. Se dirigieron hacia la playa que estaba más allá del remolque. Iban y venían, trayendo y llevando todo lo necesario para montar un set de fotografía. Finalmente cargaron un baúl que parecía pesar. Y lo depositaron a la sombra del remolque. Pero la mujer no aparecía por parte alguna. Supuso o quiso suponer que la habían acomodado en una cama y dejado dormir su borrachera. Si era eso lo que tenía. Observó la carpa del supuesto circo y notó sus telas raídas, los escalones de hierro que conducían a sus gradas rotos y deshechos por el efecto del mar. Lo único que denotaba que allí había vida era la pantalla de un ordenador encendida tras una ventana del remolque y la ropa que colgaba de una tendedera junto a éste, de hombre y de mujer. Algunas medias de hilo fino, ropa interior de seda, en negro y en rojo. Batas de dormir transparentes, que nada tenían que ver con el ambiente de desolación y descuido que allí reinaba. Observó entonces cómo más allá de las tendederas, los dos hombres montaban a orillas del mar un escenario digno de una película: pantallas reflectoras, dos cámaras de televisión o cine, sobre sendos trípodes, colocadas en ángulo. Sillas de extensión, pelotas de playa, sombrillas y toallas de colores completaban la escenografía. Atardecía. El payaso se acercó a la tendedera, cogió unas prendas interiores y volvió a la playa. El hombre, sentado sobre el baúl, se quitó los zapatos y luego se desprendió de los pantalones, el saco, corbata, camisa; y finalmente se puso de pie y dejó caer su ajustado calzoncillo.
Ella lo volvía a ver desnudo. Esta vez desde una distancia real, no virtual. Era él. El mismo hombre que le había hablado tantas veces desde el otro lado de la pantalla. Si había tenido la duda cuando lo vio vestido en el café, ahora estaba segura de que era él, porque más de una vez le había enseñado a través de la cámara el enorme tatuaje que llevaba en una nalga; que aunque nunco pudo detallar a plenitud era capaz ahora de descubrir de qué se trataba:Era la cara de un payaso muy similar al que ahora lo acompañaba, y cubría casi completamente su nalga derecha, dándole color. Oyó las voces de los hombres rompiendo el silencio del lugar y entrelazándose con las olas del mar y los vio acercarse de nuevo al baúl, abrirlo y sacar de dentro un bulto que resultó ser el cuerpo desmadejado de la mujer. Totalmente desnudo. Se echó hacia atrás en su asiento y no quiso ver. Pero vio. Y de cerca. Salió protegida por las sombras del atardecer que ya caían y caminó hacia la carpa para refugiarse tras una de sus telas. Tan ocupados estaban ellos en sus labores que no sintieron ruido alguno ni notaron su proximidad. La filmación iba a comenzar. Los dos hombres se apostaron tras las cámaras luego de encender los faroles. Ella vio a la mujer desnuda echada sobre la silla de playa, iluminada por la luz del atardecer. Las cámaras empezaron a rodar. Se hizo silencio. Sólo el batir de las olas se oía. La piel cada vez más pálida de la mujer se tornaba violácea, reflejando el poniente. El hombre dejó rodando su cámara y se aproximó a la mujer, se tiró sobre ella y sin pérdida de tiempo comenzó una danza sexual, en la que la elevaba hacia él, dejando que sus hombros y torso cayeran hacia atrás atraídos por la gravedad, ya sin fuerzas para combatirla. Le elevaba las piernas a voluntad, sin que éstas ofrecieran resistencia. Y hacía a su gusto con aquel cuerpo, en el que la muerte tomaba rostro por minutos. Tirado sobre ella como estaba, podía la cámara ver el tatuaje de la cara del payaso en su trasero. Esa imagen era interrumpida súbitamente por la aparición del propio payaso, que irrumpía en escena haciendo juegos malabares. Lo que aprovechaba el hombre para desprenderse del cuerpo de la mujer y volver a su cámara a filmar la cara de su compañero en primer plano, muy de cerca, sin ver el resto de su cuerpo. Le tocaba al payaso reflejar, con su rostro y no con su cuerpo, el placer sentido al hacer el amor a aquel cadáver. De la risa pasaba al terror, del terror a un rostro diabólico y de ahí de nuevo a la risa. La noche caía y con ella llegaba el fin de la filmación. No sin antes volver el hombre a sus juegos sexuales con el cuerpo inerte de la mujer y enlazarse con ella en esa danza macabra que terminaba en estentores de felicidad.Oculta por la carpa ella observaba aquellas escenas. Cuando cayó del todo la noche salió de su escondite. Ya ellos habían partido, llevando consigo aquel cuerpo, oculto en el baúl del carro.Días después, cuando de nuevo decidió ella abrir su ordenadora y conectarse con su mismo nombre de antes, sintió enseguida el teléfono del Internet y leyó el mensaje que esperaba.
“Payaso desea hablar con Imagen Virtual, ¿acepta”?
“OK”, pinchó ella.
El apareció, no desnudo. Vestido de cuello y corbata. Ella, desnuda como siempre.
“Hola”, dijo.
“Hola”, tartamudeó él, sin saber qué decir, con el rostro contraído. “¿Quién eres tú?”, balbuceó. “¿Cómo, cómo, estás todavía…?” Iba a decir “viva”, pero sólo logró decir “ahí”.
“Es que soy una imagen virtual”, contestó ella, y cortó la comunicación.
Nunca más volvió a responder a sus llamadas.

viernes, 28 de mayo de 2010

ABECEDARIO. POR YOAN VEGA.


Antes de nacer , mi madre sabia que ser mujer no era buen sinonimo para la soledad.
Bendecidos fueron mis dias , desde la pila bautismal, hasta la hora de las munecas.
Correr para alcanzar nubes que siempre estaban estaticas , que no me miraban.
Dejar al tiempo en un ricon mientras escogia el pasto verde.
Esperar por el verano para jugar a servir el te , en una casa diminuta.
Fui, en cada libro , un sonido que traspasaba la pequena luz de las lamparas.
Guie mis instantes por quimeras sin darme cuenta de que mi cuerpo infantil moria.
Horas fueron las que consumieron mi felicidad adolescente, maravillosas , irrepetibles.
Infinito , el segundo del primer beso, que te marca como una enfermedad incurable
Jugar a ser responsable ante los ojos de tus padres , nunca fue mi mejor aliado.
Kilometros , que se convierten en millas , te llevan a tu primer viaje infinito.
La casa ya no es mas donde crecistes, ahora solo te cobija el horizonte.
Mirar atras no ocupa espacio , menos, cuando te has casado segun el deseo paterno.
No era feliz en lo profundo , alli donde nadie puede escibirte , ni escucharte.
Omitir la tristeza es un pecado, fatal , a la hora de dar a luz.
Pero mire sus ojos y la vida se hizo grande entre mis manos.
Quite entonces los malos presagios del espejo, borre del recuerdo el hastio.
Recibi de su andar de nino , la esperanza de ver una hoja nacer cuando la creias muerta.
Sone junto a el un sueno, que duro el respiro de una decada, que se extinguio.
Tome su cuerpo inerte ese dia ,en que el dolor traspasaba la barrera del razocinio.
Un silencio mutilo mi carne al verlo partir bajo la tierra que tambien parecia devorarme
Vivi entonces en las sombras escogidas por mi , sino existia El, no cabia en mi un respiro.
William tropezo con el manantial que era la banadera , sin encontrar notas, mi cuerpo.
Xiomara huia tambien cuando volvio a perder el rumbo en mi propia casa.
Yo no encuentro a mi hijo, en este deambular eterno que llaman limbo.
Zumban por mi cabeza los rostros de quienes involuntariamente me acompañaron.

YES NO

Esta muerta. No me he ido.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA NEURALGIA DE UN BOLERO


Por Yoan Vega

Mashenka la dura llegó a la habitación donde, si hubo una mesa, tenían que haber algunas sillas. No comprendía porque en estos tiempos alguien invitaba a varias personas a darse cita en una casa a media luz con una sala prácticamente sin muebles. Le invadió una duda que consumió en un cigarro mientras se veía reflejada a sí misma en un espejo imaginario.

El timbre trajo consigo la segunda duda de este encuentro, trató de imponerse a sí misma una ausencia en la negación a abrir la puerta.

“Los días son como la lluvia”, se dijo, mientras miraba a la ventana sin mirar, sin darse cuenta de que tenía frente a ella, el segundo visitante que en forma fantasmagórica desplazaba su vestido negro.

“Somos mas?” preguntó mientras le daba su mano fría e irreal.

“No vas a preguntar mi nombre?” Replicó evadiendo el mar de terror que producían sus ojos. “Yo lo sé, lo sé todo pero no logro visualizar las otras piezas.” Las otras piezas formaban un alfabeto que sin guía iba moviéndose como ideas en las cabezas de los espectadores de esta escena .Si es que había alguno detrás de las cortinas o en el baño o si simplemente somos nosotros en una sala a través de dos nauseabundos seres.

Lili llegó apresurada al ensayo en la locación que decía el papel, era un ensayo casi a ciegas, como alguno que habria tenido en su vida, no sabía tampoco cual era el objetivo de una cita con seres y personajes en lo mas absurdo de una noche lluviosa.

Las luces de la sala se encendieron pero nadie se presentó, seguían intactos en el mismo estado de siempre, en el que no mirar era un refugio ante el hastío de vivir.

Se unieron a su silencio otros que fueron llegando a medida que el vacio se iba disipando, cada uno le regaló un pretexto la soledad que ya no se hacía tan larga. En la misma habitación se encontraban ahora una actriz, un escritor, una travesti, un fantasma, una mujer sola que se
baña en las mismas ropas de su pasado y un niño que busca su identidad en una linterna.

La neuralgia de un bolero no se puede identificar, es un punto en el que las notas musicales chocan con lo más profundo de una voz.

Las ventanas de la casa se abren pero no llega el día, quizás nunca llegue pero al menos nos quedamos en este punto de partida donde el reconocer que vivimos nos hace menos vulnerables Ellos están allí pero cada uno de nosotros somos también ellos.


miércoles, 28 de abril de 2010

EL REGRESO DE LAS TETAS.


Tomado del blog de Manuel Ballagas “Descansa cuando te mueras”.

Conozco de primera mano Las Tetas Europeas. No las he tocado, no. Para mí, siguen siendo tan elusivas como para el protagonista de la novela de Fernando Villaverde. Pero como me tocó armar la tipografía en su primera edición, en 1997, y luego la segunda, este año, me parece que he leído este libro bastante como para forjarme una opinión informada sobre él y su sustancia.
“La primera teta aparece sin aviso”, como era de esperar, y convenientemente en la penumbra encubridora de un cine para niños, en plena Habana de los buenos tiempos, cuando tales prodigios podían ocurrir inopinadamente. Del Cinecito, Villaverde traza el rumbo de la obsesión pectoral de su personaje central, que pasa de Cuba al exilio, y de Miami al mundo, donde tampoco parece saciarse su hambre de absoluto sensual.
Pero si los senos y quienes los ostentan irrumpen agigantados por la sorpresa, también lo hace la primera persona en que está escrita la novela. Una prosa tan serenamente elegante, cargada de ironías y humores implícitos no suele ser buena mezcla con ese “yo” que a menudo, en muchas novelas, tiñe la anécdota, la trama argumental, de rasgos y guiños demasiado personales. Villaverde elude este escollo narrativo con maestría, para buena fortuna de este libro.
He leído otras obras enfocadas en obsesiones semejantes. Me viene a la mente La Vida en Dos, de otro cubano, Luis Agüero, y su elusiva Bebita Alvarado. Pero la novela de Villaverde, por alguna razón, me parece que trasciende el ámbito de la pura experiencia (o inexperiencia) erótica para proyectarse hacia terrenos vitales más diversos, tanto en época como en geografía. Me gusta, en particular, una parte de la sección Las Criaditas donde el protagonista describe sus sucesivas visitas a un clínica para hallar remedio a ciertos dolores y se ve de pronto amarrado a una máquina de apariencia infernal, y dice sentirse como James Bond en un instante crucial de sus peripecias.
Las alusiones al cine no terminan ahí en este libro. No por gusto las tetas de marras son europeas. Y a Europa viaja, por supuesto, el protagonista, cargando su empeño predilecto junto con su equipaje. Ahora es turista, después de haber sido exiliado (¿o lo sigue siendo?). El último capítulo se lee como una literaria crónica viajera de Nápoles, sabrosa como la culinaria de esa región italiana, y como las tetas que pueden asomar allí. De todas formas –y por si el lector se quedara también con las ganas- Villaverde concluye su obra con el presagio de otra: “Y por ahí sigo”.
La travesía, por lo visto, no termina. No acabaría, creo, ni con una mastectomía.

Las Tetas Europeas (segunda edición) está disponible en en Lulu.com y pronto en Amazon.com. Muestra del libro AQUI:

martes, 13 de abril de 2010

LUIS MANUEL ASPILLAGA. CARTA.


Amor
hoy no es fecha de despido
celebremos la nada
ahorquemos al vacío
desnudémonos como ovarios,
retorcido en mil compases
roto de estar rancio
quemando vidas respirando cenizas
aguantando el que late
aunque no siento
la mordida de tus manos.

lunes, 5 de abril de 2010

"DESCUBRI EL DIALOGO CON MARGUERITE DURAS"


Entrevista a Armando Dorrego por Magdiel Aspillaga.

Barton Fink me llamo por teléfono una mañana bien temprano sacándome de la cama, respondí asustado.
Barton Fink: Oye tengo un colega guionista que quiero que conozcas, se llama Armando Dorrego y ha escrito varios guiones.
-Ah si- le dije yo tratando de enfocar a mi alrededor con los ojos borrosos aun.
Barton Fink: Si ha colaborado en toda la obra de Sergio Giral, y tiene varios guiones y aparte es productor, te va a interesar ponerlo en el blog.
-Y como te va con tu película?-
Barton Fink: Mal, no logro escribir nada aun, paso los días frente al papel en blanco. Estoy al volverme loco, definitivamente me gusta más el teatro que el cine.
Quedamos en vernos esa tarde en un remoto bar del S.W. Llegue lo mas puntual posible al lugar, en una esquina estaba Dashiell Hammet cayéndose al suelo borracho como una uva. Barton Fink y Armando Dorrego discutían, Barton decía que el cine era una basura, en cambio Armando lo defendía a capa y espada, yo me senté junto a ellos, Armando se presento y siguió defendiendo románticamente su causa, pidieron una ronda de Wisky que fue envolviendo en alcohol y delirio el encuentro. Creo que la cosa se estaba yendo de las manos, Armando demostraba ser un tremendo defensor del llamado séptimo arte. Barton Fink gritaba: El no nos merece, el es un mal agradecido, merece morir, el cine merece morir y ya eso va a suceder en cualquier momento el 3D se lo va a comer! –No seas tonto- le decía Armando, parecía que se iban a ir a las manos de un momento a otro.
Así estuvieron todo el resto de la tarde sin que la sangre llegara al río. Y yo me marche dudando sobre una sentencia u otra, cine o martirio, droga que necesitamos mas allá de su efecto bueno y malo sobre nosotros. Armando me dio la entrevista días después diciéndome entre preguntas que Barton Fink era un demente, un teatrista trasnochado y que Dashiell Hammet sumido en su alcoholismo no soportaba la idea de que sus novelas fueran famosas por haber sido llevadas al cine.
Barton Fink no termino nunca su filme (ustedes conocen la historia. Armando Dorrego (Armandito) siguió colaborando con Sergio Giral escribiendo y produciendo cuanto filme se le atravesara en el camino, evocando y defendiendo al cine apasionadamente donde quiera que estuviera. -Al final de todo, los guiones, las historias, el cine o las tediosas horas frente a la maquina de escribir es lo único que nos vamos a llevar para la tumba, ah y este trago de alcohol -decía Hammet entre murmullos y tragos cada tarde, pensando en lo raro que veia a Humprey Bogart de protagonista en su novela.

M.A: ¿Como empieza tu acercamiento al mundo del arte?

A.D: Todo comenzó cuando tenia 8 0 9 años, recuerdo que reunía a mis compañeros del barrio y estos me ayudaban a levantar una tarima y hacíamos una escenografía con ramas de árboles y telas. Eso era en el patio de las casas, una especie de teatro isabelino, donde yo era el presentador, además de dirigir y escribir las escenas. Aquello se convertía en un gran sentimiento de satisfacción e inconformidad a la vez que me enfermaba y me quitaba el sueño. Después supe que aquella fiebre era la necesidad de crear otra realidad diferente a la que me rodeaba.

M.A: ¿Cómo llegas al cine?

A.D: Pasé muchísimo trabajo para entrar el ICAIC, siempre fue un organismo muy elitista y había que pasar por una serie de filtros y requerimientos para obtener una plaza. Realmente yo no los reunía, porque en aquellos momentos estudiaba Pedagogía en el Instituto Superior Pedagógico. A mí no me gustaba ser maestro, pero fue la carrera que me tocó. Mientras estudiaba la carrera hice un curso de periodismo en la UNEAC y comencé a colaborar en periódicos como reportero de cine, en el 81 conocí a Sergio Giral que estaba filmando “Techo de Vidrio’ y a través de él llegué a conocer a varios directores, fotógrafos y actores del ICAIC, así fue como pude tener acceso al medio. Hice contactos con directores como Manuel Octavio Gómez, Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea (Titón, visitaba las filmaciones y les hacía reseñas y entrevistas. Esa fue la gran escuela para mi, lograr insertarme en ese círculo intelectual tan rico, que me nutria y me permitía participar en sus proyectos. Terminada mi carrera de Pedagogía comencé a estudiar cine, radio y televisión en la escuela nacional de cine del Instituto Superior de Arte y finalmente logré una plaza de asistente de dirección en el ICAIC y tuve la suerte de trabajar con ellos.


(Armando Dorrego)

M.A: Estudias cine radio y televisión en la Habana. ¿Que recuerdas de aquellos años?

A.D: Muy lindos, la escuela era una sucursal del ISA en una casita de Miramar y hacíamos cortos con recursos mínimos en cámaras VHS; éramos inquietos y subversivos, leíamos a Milán Kundera y veíamos películas de Tarkovsky, de los hermanos Nikita Mihalkov y Andrei Konshalosvky, de Janso y todo lo que oliera a exilio y actividad creativa bajo represión. Fue un privilegio tener maestros como Moreno Fraginal, y a teóricos como Jose Massip y Jorge Fraga. De esa generación salieron buenos productores, directores y escritores que la mayoría están aquí en Miami, en México, Canadá o Europa. Fuimos una generación que escapó con la caída del muro de Berlín....la generación de la perestroika y el derrumbe de la URSS. Es una generación de los 80’s más que resentida o agradecida de la revolución fuimos un ejército de irreverentes y contestatarios, que utilizábamos cualquier oportunidad para expresarnos bajo represión ideológica y militar. Claro, esto que hacíamos en la Brigada Hermano Saiz o en la escuela de cine, casi nunca salía de los predios del Vedado al resto del país .

M.A: ¿Cuál es tu primer guión? Cuéntame como lo asumiste, de qué tipo de proyecto se trataba?

A.D: Fue más bien una colaboración. Sergio comenzó a trabajar con Gerardo Fulleda León, en su obra teatral, Plácido. La historia me fascinaba porque yo soy de Matanzas y metía mi cuchareta y daba opiniones, figúrate yo tenía 23 años y veía que ellos me hacían caso, y bueno, eso hacía que me dijera a mi mismo; “yo puedo escribir guiones y presentarlos al nivel de ellos, ¿porque no?”

M.A: “Placido” en un filme que refleja la visión de Sergio Giral, su director, sobre el poeta matancero y es uno de tus primeros acercamientos al guión cinematográfico ya que colaboras con Sergio Giral y Gerardo Fulleda León en la investigación histórica del filme. ¿Qué impresión tienes sobre la adaptación de temas históricos o biográficos al cine? Como ha sido tu experiencia al respecto.

A.D: Soy muy receloso con las películas de época, porque casi siempre se convierten en apreciaciones muy personales del director. Las biografías hechas al pie de la letra decididamente no me interesan; la vida de Mozart; “Amadeus”, de Milos Forman, me apasiona por su libertad de estilo y tratamiento del personaje. A la hora de adaptar el guión de Plácido, tratamos, Sergio y yo, de dar ese carácter de contemporaneidad. El guión fue muy criticado políticamente porque la égida del gobierno no entendía porque Sergio escogía a un personaje históricamente negativo de la cultura cubana; un poeta del que se duda si delató o no, si se arrepintió bajo torturas o no. El guión era ambicioso y el apoyo presupuestal mínimo, por lo que no fue una experiencia triunfante, ya que Sergio hizo esa película bajo presión creativa, después de 5 años sin hacer una película como resultado de la censura oficial a su film, Techo de Vidrio.

M.A: Me gustaría saber tus gustos en materia cinematográfica. ¿A quienes consideras influencia o cita obligada?

A.D: Descubrí el diálogo con Margarite Duras y su discurso acerca del amor y la guerra en Hiroshima mon Amour, eso me marco. Del cine francés de la nueva hola, me gusta todo; creo que Ascención para el Cadalzo, de Louis Malle es el thriller perfecto. Me gustan las mujeres del celuloide; ver a Jeanne Moreau deambulando por las calles de París, a la Gelsomina de la Strada en su universo de ilusiones ante la crueldad; a Monica Vitti loca explicándole al niño porque los pájaros no vuelan en Desierto Rojo; cuando en El Jardín de los Finzi Conti, los fascistas leen el nombre de Olga Contini en la lista de deportación, salté de la butaca del cine. Me gusta ver en los personajes del celuloide esa sensación de desazón, de angustia existencial, de seres perdidos. Pero te puedo resumir diciéndote que lo que más me ha marcado y lo que creo que es el cine, más que la palabra, es atreverse a fundir una campana y hacer que suene, como en el primer cuento de Andrey Rubliev, de Andrei Tarkovsky.

M.A: Tu guión “María Antonia” es una adaptación de la pieza teatral de Eugenio Hernández Espinosa.¿Como surge la idea de adaptar esta pieza?


A.D: Muy simpático. María Antonia, la obra de Eugenio Hernández Espinosa, había sido prohibida en Cuba por 16 años después de la puesta teatral de Roberto Blanco. Y no solamente prohibida sino que la oficialidad quemó hasta los vestuarios y la escenografía de la obra. En 1984, bajo una supuesta corrección de errores, se libera la obra y Roberto logra reponerla en el teatro Mella con el mismo elenco...me volví loco con la puesta, cuando terminó la obra coincidí en la cafetería “El Potín”, al lado del teatro, con Eugenio y Roberto, los felicité y me atreví a decirles que quería hacer el guión cinematográfico de la obra. A Eugenio se le atarugó el bocadito que estaba comiendo y Roberto me dijo - “harás María Antonia se desencadena”- y se rieron. Me leí la obra mas de 7 veces y se lo propuse a Sergio Giral, da la casualidad que el tenía ese proyecto hacía muchos años en su cabeza, pero ni se atrevía a proponerlo para no meterse en más líos de censura. Hice un primer guión, que era una adaptación contemporánea a partir de un hecho de crónica roja, donde una mujer negra le daba candela a su marido en el solar y luego su amante la mataba a puñaladas; la periodista que investigaba el caso vivía aquella emoción y le pasaba lo mismo en la actualidad. Era un guión donde se confundía el pasado y el presente. Sergio se apasionó con el guión y lo presentó, pero se lo “batearon”, hasta que hice la adaptación tal y cual, respetando la estructura y la época. Ese lo aprobaron. A Eugenio le gustó mucho y Titón apoyó a Sergio para que se aprobara la película...lo que queda de la primera versión es el epílogo final de la película.

M.A: ¿Qué relación se establece entre el teatro y el cine a partir de la adaptación de uno a otro medio?

A.D: En el teatro se establece la catarsis entre el actor y el espectador, donde el espectador penetra en un universo mágico y se mezclan ambas adrenalinas. El cine es materia; algo tangible, donde los personajes tienen vida propia. Lo importante en una adaptación es evitar distanciamientos y acercamientos, es construir un mundo de carne y hueso y lograr que el espectador se monte en esa nave espacial.Puede que la nave explote o que te quedes viajando en ella el resto de tu vida, con esos personajes llenos de aspiraciones, problemas y virtudes.

M.A: ¿Tu experiencia en este sentido con “María Antonia”?

A.D: María Antonia es de carne y hueso, la quiero, la odio, la critico, pero el gran público ha hecho que ella viva conmigo y con Sergio y que no envejezca.

M.A: Háblame de lo que ha significado para ti, la colaboración con Sergio Giral en casi toda la obra del mismo?

A.D: “Una pelea de mono contra león, y el mono amarrao”...sin discusión el león es Sergio y el mono soy yo...pero a veces el mono se suelta.

M.A: Mucho se ha escrito sobre la relación de trabajo en el binomio guionista director; Kaufman-Gondry, Carriere-Buñuel, Koep-Spielberg. ¿Cómo es la relación de trabajo entre Dorrego y Giral?

A.D: Me enorgullese mucho eso, nos pone muy en alto, sobretodo a mi... “Eternal sunshine of the spotles mind” de Michel Gondry, es una película donde se ve la interrelación del guionista y el director. Se nota que Kaufman y Gondry se divirtieron muchísimo escribiéndola y luego realizándola. Igual que Koep y Spielberg en “Indiana Jones”; nosotros nos aislamos cuando estamos escribiendo algún guión, improvisamos escenas, trabajamos sobre la base de convencernos el uno al otro si la escena en cuestión vale o no la pena, dejamos reposar lo que escribimos y luego tomando un trago en un bar nos vienen ideas nuevas y la retomamos. Para nosotros el cine ha sido siempre tan poderoso y peligroso como un fusil cargado. Te diría que nos convertimos en dos enemigos que luchan por conquistar un mismo territorio y luego reanudan la amistad para recoger la cosecha. A una de esas parcelas le corresponde al editor...el montaje es donde la cosa se pone buena. Ahí comienza de nuevo la guerra en separar y escoger lo bueno de lo malo. Lo único que yo nunca podré ser Carriere ni Sergio, Buñuel, porque ninguno de los dos está dispuesto a dictarse “El ultimo suspiro”.

M.A: ¿Qué piensas del cine de genero en cuanto a lo que esto puede modificar o afectar un guión o proyecto determinado?

A.D: A veces uno comienza un drama social y la realidad te lleva a la crueldad o a la comedia; como pasa con el cine de Román Chalbaud o de Bigas Luna y hasta del propio Passolini. Caes en la ciencia ficción y sale un drama de amor como “Blade Runner” o “Solaris”. Hay guionistas de géneros, pero se da menos en el cine de autor. El cine de autor independiente prescinde de género.

M.A: Cuando sales de Cuba, como son tus primeros trabajos en el exilio?

A.D: Le agradezco mucho a Natalio Chediak, que me saco de París, donde viví un año; llegue a Miami y me puse a vender prendas en la joyería de un amigo de mi padre, mientras colaboraba como freelance escribiendo segmentos para ‘Ocurrió Así” en Telemundo y la columna de radio en Exito magazine. Tenía que jugármelas para saltar de un lado a otro. El dueño de la joyería prohibió los periódicos en la joyería cuando vio mis escritos, porque el quería que yo me quedara de manager del negocio, ¡pero que va!...cuando vi que la cosa era en serio, apliqué en GEMS TV, un canal de cable y allí nos encontramos todos los de mi generación del ICAIC que estaban en Miami. Más tarde tuve la suerte de trabajar en MGM por cuatro años que me permitió ponerme al día con películas de Hollywood que me habían negado en Cuba.

M.A: La Nieve (2000) es un guión realizado en los Estados Unidos, háblame de este trabajo?

A.D: La Nieve es mi gran sueño. El primer guión se escribió en Cuba, iba a ser una co-producción con Suecia, nos lo cambiaron veinte veces porque era la historia de una jinetera y “según la versión oficial del ICAIC” eso no era representativo de la revolución. Los suecos se aburrieron y me fui del país en el prime ride que me dieron. Después Sergio y yo trabajamos varias versiones del guión en Canadá y en París y luego aquí en Miami...hasta que un productor Nelson Gaiton, se interesó en el guión y se hizo la versión en inglés. Comenzamos el rodaje con un pequeño presupuesto, pero con actores de Hollywood. El casting fue en Los Angeles...yo no podía creer que iba a llegar a Hollywood, pero pronto el sueño se derrumbó, rodamos 12 días y el proyecto se vino abajo con las torres gemelas. La Sony cortó el presupuesto y el productor y el camarógrafo escaparon a Los Angeles con todo el material rodado, porque les pertenecía...no se si lo escondieron o lo botaron; lo que sí te puedo decir es que habíamos realizado un trabajo muy lindo bajo la dirección de Sergio y la fotografía de Ramón Suárez, que voló de París para hacer la película en Miami. Aquello fue una amarga pesadilla, como si un familiar querido se te muriera y luego no te queda más remedio que superarlo.

M.A: La Imagen rota es un documental realizado en Miami en el cual vuelves a colaborar con Giral. Como valoras la importancia del guionista en el proceso creativo del documental?

A.D: Ese fue el primer trabajo que hicimos en Miami, en el año 94...fue una necesidad de reunir y enfrentar generaciones de cineastas del ICAIC que habían salido al exilio desde los años 60 hasta aquel momento. Visto en su conjunto el documental es la historia de amor y frustraciones de esos que vivieron aquel “estatus di sole”, que era el ICAIC. Es un testimonio vivo de todos esos momentos desde PM, hasta “Un dia Cualquiera” de Marco Antonio Abat y Ramón García (Mongui). La obra está ahí gracias a sus productores, Carlos Álvarez y Eduardo Palmer, que confiaron en nosotros. El documental se propuso mostrar generaciones de cineastas, sus afinidades y desavenencias y sobre todo la vieja guardia que tiene puntos de visto diferentes a los más jóvenes y en muchas ocasiones no nos comprenden. Lo cierto es que el trabajo esta ahí. La investigación fue exhausta, rodamos en New York, Los Angeles, Washington, buscamos a los cineastas por todas partes. “La Imagen Rota” no tuvo suerte porque la izquierda intelectual que tiene el poder cinematográfico, se indispone cuando se expresa la verdad sobre el régimen de Cuba.

M.A: Aparte de ser guionista eres productor con una fuerte carrera al respecto, lo interesante es que también has desarrollado un trabajo paralelo al cine y es como productor de televisión. Como valoras la relación entre la televisión y el cine?

A.D: Después de la experiencia con la Imagen Rota decidimos enfocarnos en temas de nuestra realidad actual en Estados Unidos, entre ellos, “Chronicle of an Ordinance”, que obtuvo premio en el Black International Cinema de Berlín (2003) y que fue exhibido en el Miami Gay and Lesbian Film Festival. Y la televisión, aparte de ser mi medio de vida, es la parte dinámica que hay en mí, el acto inmediato, el contacto diario con la imagen, mi formación en este otro lado de la realidad, que me ha servido de mucho para darme cuenta que se pueden lograr proyectos tan efectivos con una cámara digital que con una de cine.

M.A: Como te desplazas a la hora de trabajar para un medio u otro?

A.D: En la televisión a 160 millas por hora, con cinturón de seguridad y Bobby Brown en el CD player. En el cine a 15 millas por año, dando vueltas con Sabina.

M.A: Cual es tu visión sobre el medio televisivo?

A.D: Es un medio útil que informa y entretiene. Es como la cuchilla desechable que cambio cada mañana para afeitarme.

M.A: “Dos veces Ana” de Sergio Giral es tu ultimo trabajo como guionista y productor. ¿Cuéntame como surge este proyecto?

A.D: Escribimos dos monólogos para la actriz Elvira Valdés; Sergio escribió el monologo de una cajera y yo la historia de una actriz de telenovela...lo íbamos a presentar en el festival del monólogo de Miami, pero existía en todos algo más que la necesidad de un monologo, hasta que un día la actriz, Elvira, anuncia en una entrevista de televisión de Mega TV con Gilberto Reyes, que estaba preparando una película con Sergio Giral y yo como productor. Cuando termina la entrevista nos reunimos en mi apartamento todos, entre ellos Pedro Rivero (Pepe) que era el camarógrafo de ese programa. “¿De dónde sacaste eso?”, le dije a Elvira, y ella nos dio las claves; el cine hay que hacerlo entre amigos, vamos hacer la película con el dinero que nos gastamos reuniéndonos los fines de semana. Pepe ni titubeó, “yo pongo la cámara”, dijo y Manning Salazar, “yo me apunto para lo que sea” y luego trabajó en el proyecto incondicionalmente. Tres meses después comenzamos a rodar la película a penas sin terminar el guión.

(Armando Dorrego junto a Sergio Giral en el set de "Dos Veces Ana")

M.A: ¿”Dos veces Ana” tiene alguna conexión con las temáticas cubanas antes trabajadas en producciones del exilio? ¿Cuál es la historia o un poco la sinopsis del filme?

A.D: Dos veces Ana es la primera película hecha aquí donde se trata un tema racial, quisimos divertirnos un poco con ese tabú y creamos la historia de dos mulatas hispanas que viven realidades opuestas en dos mundos de Miami. Una es cajera de un mercado en La Pequeña Habana, amante de un músico de hip-hop, que sueña con ser actriz de cine, pero arrastra el prejuicio del color de su piel. Su vida se da en un día de trabajo a través de sus clientes. Esa es la historia de Sergio. Mi Ana es una actriz que interpreta a una esclava africana del siglo XIX en una telenovela y tiene la posibilidad de hacer una película en Hollywood. Esta Ana también piensa que no ser blanca es un obstáculo en su carrera y hace lo imposible para llegar a triunfar. A lo largo del rodaje se nos confundieron las Anas cuando escribíamos nuevas escenas y ya no sabíamos a quién nos pertenecía cada una de ellas.

M.A: ¿Es un filme cubano o norteamericano?

A.D: Es un filme de tema racial sobre los hispanos en los Estados Unidos, donde se respira cubanía.

M.A: “Dos veces Ana” fue una película con un presupuesto muy bajo. Como asumiste esta producción, háblame de todo el proceso de creación de la misma.

A.D: Fue tan largo como La montaña mágica. Pero te cuento, fue una experiencia fascinante y única. Nos hacia falta un mercado para rodar el 50% de la película, lo más difícil. Ajustamos el guión para hacerlo muy sencillo y en 5 días. Me fui por todos los mercaditos de la calle y la gente “si, pero no” ...hasta que recordamos que unos amigos; Jorge Borges y Hugo Morales tenían un mercado en Miami, eso fue como caído del cielo. Ellos nos abrieron las puertas del mercado durante un mes, de nueve de la noche hasta las 4 de la mañana. También rodamos otra parte en su mansión de los Reiland y el resto en nuestros propios apartamentos y con nuestros propios recursos. En el mercado a la actriz Elvira Valdés los clientes la confundían con una cajera de verdad. Gran parte de esta película se la debemos a ella y a las ganas de hacerla. Escribíamos escenas mientras se rodaba la película, celebrábamos cada vez que terminaba un día de rodaje y aquello se convirtió en una fiesta.

M.A: Me gustaría conocer alguna anécdota sobre el rodaje de “Dos veces Ana”.

A.D: El músico y compositor Michelle Fragoso, es uno de los protagonistas del filme. Aunque no es actor, Sergio lo eligió para el papel del músico amante de Ana. Al comienzo del rodaje Michelle sentía mucho temor de enfrentarse a la cámara y Sergio tenía que trabajar con él las escenas o dejarlo a la espontaneidad. Un día en una escena dramática obligada en el exterior del mercado, Pepe, el director de fotografía, deja la cámara fija en el trípode y se va. Michell se percata de esto y para de actuar la escena. Sergio cae en crisis porque la actuación estaba saliendo bien y él no había cortado la escena. Resulta que Pepe se había ido a azorar unos pájaros que chillaban en los árboles del exterior del mercado y para no estropear la actuación dejaba la cámara rodando en un plano fijo.

M.A: Cuales son los planes a partir de ahora con la película. Alguna posible distribución?

A.D: Por el momento el destino son los festivales, esta inscrita en varios festivales latinos y algunos de ellos de los que hemos recibido invitación a participar. Y espero que aparezca algún distribuidor interesado y no quedarme a ver la película con los amigos.

M.A: Como ves la realización cinematográfica en Miami. Cuales, a tu criterio son los principales obstáculos a los que tienen que enfrentarse los cineastas de aquí a la hora de asumir un filme?

A.D: Miami no tiene tradición cinematográfica más allá de prestar sus paisajes tropicales a Hollywood. Existen creadores como tú y Danny, que trabajan en serio, esos son los que menos suerte tienen. Aquí nadie pone dinero para lo que sale de a dentro, no nos toman en cuenta y mucho menos a los últimos que llegamos...por suerte contamos con muchos amigos de talento que se montan en el barco. La cosa está cambiando; sobretodo cuando pides ayuda y vas a buscar locaciones para filmar, la gente es receptiva porque tienen mas conciencia del cine. Claro, también eso depende de uno; nadie te ayuda a cargar la piedra si no te ven cargándola.

M.A: Cuales son tus próximos proyectos?

A.D: La Nieve es un buen sueño, su versión original, “La amarga vida de Candita Puig” podría ser una realidad si nos va bien con esta...es un guión basado en una novela corta del escritor ruso, Leonid Andreyev, pero por el momento quiero volver a dormir tranquilo.

M.A: Me gustaría terminar con una frase del guionista Jean Claude Carriere, el mismo dijo recientemente en una entrevista para La Nación: -“Los grandes directores han desaparecido, el cine está un poco sin aliento, el teatro, en cambio, está más vivo que nunca. Desde hace treinta años, la escena bulle”.

A.D: Lo único que el cine sigue siendo un arte de masas y el teatro un arte elitista.

M.A: Que piensas del cine actual y de este “sin aliento” del que habla Carriere, piensas que el teatro o alguna otra manifestación artística actual es mucho mas alentadora que el cine contemporáneo? Que significación otorgas al cine en sentido general y sobretodo en tu vida?

A.D: Carriere ha sufrido su ‘sin aliento”, pero ha tenido suerte...en el caso nuestro es “al duro y sin guante “ y “Sin Anestesia”. Tratar de hacer cine fuera de tu país, con otro idioma, otra cultura y llegar a las masas es como sacarse la lotería...El cine para mí es como una de las definiciones de la locura en boca de un personaje de Dos veces Ana: “la locura es algo que hacemos todos los días igual y esperamos resultados diferentes”.

viernes, 5 de marzo de 2010

CONCIERTO DE ACORDEÓN EN EROS MAYOR


Julie De Grandy

El punzante aroma de tu presencia llega hasta el rincón oscuro donde yace acurrucado. Soñoliento, respira suavemente los misterios de vuestro inminente encuentro. Sabe a qué vienes y comienzan a despertar sus sutiles deseos de complacerte. Sus ansías silenciosas saludan a tus ganas de poseerlo. Lo tomas entre tus suaves manos y sumiso se deja comprimir contra tus mullidos pechos, colgándose en tu cuello. Allí, empieza a sentir los latidos que le traspasan todo el calor de tu piel.

Con delicadeza, tus finos dedos se van colocando sobre cada uno de sus puntos neurálgicos, de sus teclas diminutas; que sabrás pulsar, acariciar y apretar en el justo momento y con la adecuada presión. Pero ambos saben que sin ella no pueden llegar a ser sonido que escala a concierto; sin ella no existen. Y con reverencia, abren los corazones y la llaman. Ella, tímida y sensual, lentamente accede a la unión.

Ambos piensan que les pertenece. El cree que vive en su profunda cavidad dilatable y tú – impenitente - crees que pertenece al capricho de tu mente y al talento albergado en tu cuerpo. Pero ella es suya, princesa y odalisca, que se sabe deseada. Hoy se siente excitada y magnánima; accediendo grácilmente a otorgar favores y caprichos. Entonces, con su beneplácito y desnuda presencia, comienza el concierto en un unísono y delicado ménage à trois.

Pulsas, estiras, aprietas, comprimes; mientras él obedece: se abre y se pliega. Ella musa melódica, coqueta y pizpireta, se deja poseer por ambos. Se expande, se desliza, suspira… seducida por los suaves preludios que la mecen. Mientras tu energía palpita en staccato, escalando piano-piano hacia un crescendo en repetidas idas y vueltas. Ella se embriaga por tu tacto, flotando por su fuelle, se evapora por los aires y viaja por las calles antiguas de París. Con los ojos cerrados, los tres se mecen, sienten, se saborean, se palpan, se confabulan, se tornan uno, eternos amantes, cómplices del apasionado concierto. Tú, él y ella, espantando pájaros de los árboles, abriendo las ventanas de los voyeurs, cerrando las de los reprimidos.

Y se escucha el allegro forte, fortísimo, camino al calderón de donde brota la fuga de jadeantes resonancias que los elevan, fundidos, hacia el triunfal acorde final.
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