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sábado, 14 de enero de 2012

ÁLBUM DE FOTOS.


Griselda Ortiz

El primer año. Ahí estaba yo, llorando porque no me quería retratar.
El segundo, el tercero. Toda la familia reunida alrededor de la mesa del comedor cantando. El cuarto cumpleaños me lo celebraron en un parque. Me retrataron con mi primo soplando las velitas. Mi papá y mi mamá, juntos, sonrientes. En el quinto mi papá no está en las fotos y en mis seis años tampoco está mi primo, ni mi abuela ni casi nadie. Después de los seis, no hay más fotos. No sé como era a los diez, a los catorce. Tampoco recuerdo ningún otro cumpleaños. Hay un gran espacio en blanco, un vacío. Sólo lo que quedó en mi memoria suple la falta de material fotográfico. Pero eso nadie puede verlo. Le cuento a mi hija lo feo que era a los 14 y se ríe, pero sólo yo me veo flaco como un güin, con las orejas paradas, mirando con cara de bobo a una cámara que no existe. Las fotos que no me tiré con mi madre, con mis amiguitos de la infancia, con la gente del pre, las fotos de mis graduaciones, las fotos de mis novias son páginas en blanco del álbum de mi vida, que un día, más temprano que tarde, se irán conmigo para siempre. Entonces será como si nunca hubiera existido.

sábado, 6 de agosto de 2011

LAS HORMIGAS Y EL AMOR


Griselda Ortiz

Las hormigas llegaron con el desamor. Empezaron a aparecer poco a poco. Tres o cuatro hormiguitas tímidas en el plato del perro, dos en el mostrador. Nada demasiado sospechoso. Las miraba indiferente mientras esperaba esperando nada.
Yo no sabía entonces lo que estaban trayendo. Triste estaba, es verdad, hacía mucho, pero ni podía identificar el punto de origen de mi tristeza. En un momento comencé a envenenarlas sin piedad y hasta lo comenté mientras cenábamos sin esperar respuesta. Después, cuando se impuso el silencio, dejaron de molestarme y empezaron a poblar rincones, a caminar descaradamente por todas partes a cualquier hora del día.
El tedio es cuando a uno deja de importarle incluso lo que más le importaba.
El día después del final eran dueñas de la casa y avanzaban seguras de un lugar a otro sin siquiera cargar una miguita de pan para justificar su quehacer.

viernes, 29 de julio de 2011

"UNA VEZ AL MES..."


Griselda Ortiz

Yo podría ser una asesina en serie. Ganas no me faltan y la idea de matar con cierto método, con frialdad, debo confesar que me seduce. Con estilo nórdico, como noruego. Nada de la onda tropical del crimen pasional: “a él no, José Dolores a ella, a ella”. Nada de escándalo o chusmería. Todo frío, quirúrgico. Tengo hasta la justificación de la infancia mala y todo. Un hogar destruido, falta de cariño, una sociedad opresiva, casi me viola un tío, gritería, violencia visual, colectiva, explícita, implícita.

Si me cogen -que no creo, aprendí, eso sí muy bien, a simular, aparentar, hacerme la buena, la ejemplar, en el caso improbable de que me cojan, seguro me mandarán para un buen manicomio con aire acondicionado e Internet (eso no me puede faltar).

Mataría a unos cuantos, no muchos que no hay que exagerar, pero con preferencia un número impar.
Once. Veintiuno. Gente específica no, al azar, y un ejemplar por cada tipo de gente que detesto: un hipócrita, una mala madre, un abusador de animales, un golpeador de mujeres, un censor, un chulo, un capo de la droga, un alardoso, un cura pederastra, un viejo libidinoso, un… Creo que voy a tener que subir a treinta y cinco. Haría un plancito de trabajo organizado porque a veces voy a necesitar trasladarme, comprar algunos materiales dependiendo del tipo y locación de la matadera en sí. Rollos de nailon, guantes, armas blancas, matacucarachas, soga, bastante soga o el hilito finito transparente ese que se ve en las películas. Pistolas no, el ruido me atormenta y voy a necesitar algo que los duerma porque no quiero estar lidiando con quejas y mucho menos con súplicas o arrepentimientos .

Mataría sin piedad y con riqueza. Cada asesinado con su estilo. Lo único en serie, sistemático sería el acto de asesinar en sí, pero no un patrón que se repita para que estén diciendo en la prensa “la asesina de la soga” o “la carnicera del South West”. Quiero originalidad, y sorprender, yo quiero sorprender. No quiero ser una asesina en serie de los que dejan una marca o un caracolito o pintan una cosita, mandan acertijos a los periódicos. No. Cada muerte, un planteamiento nuevo, diferente, fresco.

Sí, yo podría ser una asesina en serie. Me gusta la idea. Me está encantando la idea de una vez al mes salir y matar a alguien.
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