miércoles, 14 de octubre de 2009
OFICINA: Pier Paolo Pasolini. Carta luterana a Italo Calvino.
Dices (en Il Corriere della Sera del 8 de octubre de 1975): «Los responsables de la carnicería del Circeo son muchos y se comportan como si lo que han hecho fuese completamente natural, como si tuvieran tras de sí un ambiente y una mentalidad que les comprende y admira».
Pero ¿por qué?
Dices: «En la Roma de hoy lo que asusta es que estos ejercicios monstruosos se producen en un clima de permisividad absoluta, sin una sombra siquiera de desafío a las constricciones represivas».
Pero ¿por qué?
Dices: «El verdadero peligro viene de la extensión en nuestra sociedad de ciertos estratos cancerosos».
Pero ¿por qué?
Dices: «Entre la atonía moral y la irresponsabilidad social ”de una parte de la burguesía italiana, dices” y la práctica de maltratar y apalear no hay más que un paso».
Pero ¿por qué?
Dices: «Vivimos en un mundo en el que la escalation de la violencia y la humillación de la persona es uno de los signos más visibles del devenir histórico», por lo que criminalidad política y criminalidad sexual parecen en este caso definiciones reductivas y optimistas, dices.
Pero ¿por qué?
Dices: «Los nazis pueden ser superados en crueldad en cualquier momento».
Pero ¿por qué?
Dices: «En otros países la crisis es la misma, pero incide en un tejido social más sólido».
Pero ¿por qué?
Hace más de dos años que intento explicar y divulgar estos porqués. Y, a estas alturas, estoy indignado por el silencio que me rodea siempre. Se me ha juzgado tan sólo por mi indemostrable refoulement católico. Nadie ha intervenido para ayudarme a seguir adelante y profundizar mis intentos de explicación. Entonces, lo que es católico es el silencio. Por ejemplo, el silencio de Giuseppe Branca, de Livio Zanetti, de Giorgio Bocca, de Claudio Petruccioli, de Alberto Moravia, a quienes he invitado por su nombre a intervenir en mi propuesta de procesar a los culpables de esta condición italiana que describes con una ansiedad apocalíptica: tú, tan sobrio. También tu silencio a tantas cartas abiertas mías es católico. También el silencio de los católicos de izquierda es católico (esos que a estas alturas deberían tener el coraje de declararse reformistas, o, con mayor coraje aún, luteranos. Después de tres siglos ya va siendo hora).
Déjame que te diga que no es católico, por el contrario, el que habla e intenta dar explicaciones, tal vez íntimas, rodeado por el más profundo silencio. No he sido capaz de quedarme callado, como tú no eres capaz de quedarte callado ahora. «Es preciso haber hablado mucho para poder callar» (es un historiador chino el que lo dice, estupendamente). Así pues, habla de una vez. ¿Por qué?
Tú has redactado un cahier de doléances en el que se alinean acontecimientos y fenómenos que no explicas, como haría Lietta Tornabuoni o un periodista, incluso indignado, de televisión.
¿Por qué?
Sin embargo, tengo algo que discutir acerca de tu cahier, más allá de la ausencia de porqués.
Tengo algo que rebatir acerca de esos chivos expiatorios que has creado, que son: «parte de la burguesía», «Roma», los «neofascistas».
Esto pone en evidencia que te apoyas en certezas que valían también antes. Las certezas (como te decía en otra carta) que nos confortaron e incluso nos gratificaron en un contexto clerical-fascista. Las certezas laicas, racionales, democráticas, progresistas. Tal como son, ya no valen. El acontecer histórico ha acontecido, y esas certezas se han quedado tal como estaban.
Hablar todavía de una «parte de la burguesía» como culpable es un discurso antiguo y mecánico, porque la burguesía, hoy, es mucho peor que hace diez años y, al mismo tiempo, mucho mejor. Toda. Incluida la de Parioli o la de San Babila. Es inútil que te diga por qué es peor (violencia, agresividad, disociación del otro, racismo, vulgaridad y hedonismo brutal), pero también es inútil que te diga por qué es mejor (cierto laicismo, cierta aceptación de valores que pertenecían sólo a círculos restringidos, votaciones en el referéndum, votaciones del 15 de junio).
Hablar de la ciudad de Roma como culpable es volver a caer en los más puros años cincuenta, cuando turineses y milaneses (y friulanos) consideraban a Roma el centro de cualquier corrupción, con abiertas manifestaciones de racismo. Roma, con sus Parioli, no es hoy realmente peor que Milán, con su San Babila, o que Turín.
En cuanto a los neofascistas (jóvenes) tú mismo te has dado cuenta de que la noción se ha ampliado inmensamente; la posible crueldad nazi de que hablas (y de la que tanto vengo hablando yo) no tiene que ver sólo con ellos.
Tengo algo que rebatir también sobre otro punto del «cahier sin porqués».
Tú has privilegiado a los neofascistas de Parioli con tu interés y tu indignación porque son burgueses. Su criminalidad te parece interesante porque afecta a los nuevos hijos de la burguesía. Los trasladas de la truculenta oscuridad de la página de sucesos a la luz de la interpretación intelectual porque su clase social así lo exige. Te has comportado -me parece- como toda la prensa italiana, que ve en los asesinos del Circeo un caso que le afecta, un caso -repito- privilegiado. Si hubieran hecho las mismas cosas unos «pobres» de los arrabales romanos o unos «pobres» inmigrantes de Milán o Turín no se hablaría tanto ni de este modo. Por racismo. Porque a los «pobres» de los arrabales o a los «pobres» inmigrantes se les considera delincuentes a priori.
Y, sin embargo, los «pobres» de los arrabales romanos y los «pobres» inmigrantes, es decir los jóvenes plebeyos, pueden hacer y hacen efectivamente (como cuentan con espantosa claridad las páginas de sucesos) las mismas cosas que hicieron los jóvenes de Parioli; y las hacen con el mismo espíritu, idéntico, que es objeto de tu «descriptividad».
Los jóvenes de los arrabales de Roma hacen cada noche cientos de orgías («batidas» las llaman) parecidas a las del Circeo; y también drogados, además.
La muerte de Rosaria Lopez ha sido, muy probablemente, preterintencional (no lo considero del todo un atenuante): todas las noches, en realidad, esos cientos de batidas implican un tosco ceremonial sádico.
La impunidad de todos estos años para los delincuentes burgueses y en particular para los neofascistas no tiene nada que envidiar a la impunidad de los criminales de arrabal. (Los hermanos Carlino, de Torpignattara, gozaban de la misma libertad condicional que los pariolinos.) Impunidad milagrosamente conclusa en parte con el 15 de junio.
¿Qué inferir de todo esto? Que la «gangrena» no se difunde desde algunos estratos de la burguesía (romana o neofascista) contagiando al país y por tanto al pueblo. Sino que hay una fuente de corrupción más lejana y total. Y héme aquí otra vez repitiendo la letanía.
Ha cambiado el «modo de producción» (cantidades enormes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción no sólo produce mercancías: produce al mismo tiempo relaciones sociales, humanidad. El «nuevo modo de producción» ha producido pues una nueva humanidad, o sea, una «nueva cultura»; ha modificado antropológicamente al hombre (en especial al italiano). Esta «nueva cultura» ha destruido cínicamente (genocidio) las culturas precedentes: desde la cultura burguesa tradicional a las diversas culturas populares, particularistas y pluralistas. Los modelos y los valores destruidos han sido sustituidos por los modelos y los valores propios de esa «nueva cultura» (aún no definidos ni nombrados), que son los de una nueva especie de burguesía. Los hijos de la burguesía son pues privilegiados al realizarlos, y al realizarlos (con inseguridad y, por tanto, con agresividad), se ponen como ejemplo ante quienes son económicamente impotentes para seguirles, y se ven reducidos, justamente, a la condición de espectrales y feroces imitadores. De ahí su naturaleza sicaria, de SS. El fenómeno afecta así a todo el país. Los porqués existen y son muy claros. Claridad que, lo admito, no se desprende ciertamente de este esquema, redactado telegráficamente. Pero tú sabes muy bien cómo documentarte, si me quieres responder, discutir o replicar. Eso es, a fin de cuentas, lo que espero que hagas.
NB. Los políticos son difícilmente recuperables para una operación así. La suya es una lucha por la pura supervivencia. Han de hallar cada día un enganche para permanecer agarrados a él e insertarse donde luchan (para sí mismos o para los Otros, no importa). La prensa refleja fielmente su caótica cotidianidad, el torbellino en el que están presos y en el que se hunden. Y también refleja fielmente las palabras mágicas, o puros verbalismos («moroteos», «doroteos», «alternativa», «compromiso», «jungla retributiva»), a los que siguen apegados y a través de los cuales reducen las perspectivas políticas reales. Los periodistas, autores de ese reflejo, parecen ser cómplices de esa pura cotidianidad, que mitifican como si fuera «seria» (como ocurre siempre con la «práctica»). Maniobras, conjuras, intrigas, negocios sucios de Palacio pasan por ser acontecimientos serios. Mientras que para un espectador distante no son más que contorsiones tragicómicas y, por supuesto, pícaras e indignas.
Los sindicalistas tampoco son de gran ayuda. Lama, bajo el cual suelen cobijarse todos los hacedores de opiniones como perritas en celo bajo el perro, no sabría decirnos nada. El es lo mismo y lo contrario, o sea lo contrario y lo mismo, que Moro, con el que negocia. La realidad y las perspectivas son verbales: lo que cuenta es un arreglo para hoy. No importa que Lama se vea obligado a ello mientras que los democristianos viven de esto. Hoy parece que sólo intelectuales platónicos (añado: marxistas) -tal vez desprovistos de información, pero ciertamente desprovistos de intereses y complicidad- tienen alguna probabilidad de intuir el sentido de lo que está sucediendo realmente: a condición, por supuesto, de que su intuición sea traducida -traducida literalmente- por científicos, platónicos también, a los términos de la única ciencia cuya realidad es objetivamente cierta como la de la Naturaleza; es decir: la Economía Política.
II Mondo, 30 de octubre de 1975.
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