jueves, 10 de marzo de 2011

SAMUEL FEIJOO: Torneo en Sabana Miguel.


Este cuento ha corrido mucho de la zona de Sabana Miguel para adentro, y más allá, hasta las lomas de Candela, llegando a la cordillera del Escambray. Aún se discute si Buey Viejo no era tan valiente como se decía, o si Ceferino, el de Ciego Alonso, tenía el corazón tan noble... O si había algo más, que nunca se mencionó. Algún escucha entendido se ha aventurado a decir que este cuento tiene un desenlace azucarado y que “en un final, na”. Por otra parte, una campesina, ya anciana, que oyera mucha novela romántica por su radio de pilas, dice que lo que pasó en Sabana Miguel, sea con final de merengue o no, es la realidad, que eso pasó y que lo que pasó hacía llorar a cualquiera que de veras fuera gente.

En fin, este es el cuento y el lector juzgará.

El joven montero Ceferino Suárez se había enamorado bravo de Luisa Jacomino, cierta noche, en un baile que gozara en Guaos. Allí la vio rechazar muy firme al bruto Buey Viejo, que pretendió besarla de improviso, en el mismo medio del sabroso montuno, llamado El Jorobado”, que se estaba bailando a toda mecha.

Buey Viejo la amenazó a viva voz, y Ceferino, que seguía el feo asunto, intervino, y de un empujón liberó a Luisa de su torpe galán. El airado Buey sacó entonces un largo cuchillo y con ello se paralizó el baile. De ahí no pasó. Buey Viejo fue expulsado del salón como bronquero irremediable.

Ceferino bailó el resto de la noche con Luisa. Se enamoró de su voz alegre, de su rostro y de lo bien que le cogía el golpe al montuno.

Cuando, terminado el baile, el feliz Ceferino fue en busca de su caballo, amarrado a una mata de ateje, Buey Viejo, que lo estaba esperando, lo acometió con un machete entre la grita de las gallinas. Ceferino fue sorprendido por completo.

Acudió la gente, la víctima sangraba de un tajo en un brazo. En un viejo Ford lo llevaron a curar a Cumanayagua. Buey Viejo escapó en el angustioso barullo.

Ceferino era fuerte y sanó. Luisa lo había visitado, interesada en su salud. Gran jinete, Ceferino iba a verla, seis leguas campo adentro, los jueves y los domingos. Ennoviaron y ya hablaban de bodas. A Buey Viejo no lo nombraban nunca.

Ceferino contaba con dinero para el casorio, pero no tenía un centavo para el viaje de luna de miel. Ambos querían conocer La Habana, la gran ciudad, con sus bellezas y diversiones. Luisa so­ñaba con el viaje, ya desde niña. Pero no había podido salir de los contornos porque sus padres eran simples aparceros.

Un anochecer, mientras conversaban sobre sus proyectos, les llegó una noticia halagüeña. En Sabana Miguel se celebraría un torneo de cintas con cien pesos de premio para el jinete vencedor.

Ceferino se contentó largo; en toda aquella zona no había un jinete como él: irían a La Habana. Luisa compartió su seguridad.

La futura suegra le dijo en tono cariñoso:

—¿Ves? Ya todo se arregla...

En el medio tiempo, Buey Viejo, despechado, se raptó a una jo­ven deCamajuaní, y ya tenía una niña de meses.

Buey Viejo supo lo del torneo y decidió competir: él también necesitaba de aquel dinero. La niña estaba enferma y ningún curandero de la zona le había hallado remedio. Debía llevarla a una clínica de Placetas e internarla, pero no tenía un centavo, y la niña languidecía. Necesitaba fuertemente los cien pesos.

El día de las carreras, Buey Viejo divisó a Ceferino entre los competidores y se estremeció. Tenía ante él al único rival po­sible. Se estremeció hondo. Ceferino era el mejor jinete, se lo sabía bien.

Se lo pensó un poco. Se le fue acercando.

Ceferino lo vio venir y puso la mano derecha sobre la piña de su machete.

Buey Viejo vio el gesto.

Se le acercó más. Ya frente a frente le dijo:

—Vamos a la mitad...

Ceferino callaba.

—Si gano te doy la mitad, si ganas me das la mitad...

Ceferino le dijo:

—No. Necesito ese dinero. Tú tienes una colonita que te da plata. Yo no tengo más que las patas de mi caballo.

Buey Viejo le respondió:

—Na, no tengo na. El dueño me botó con un contrato falso. Vino la guardia rural y ahora vivo en un callejón, bota’o... Nece­sito ese dinero. Tengo la niña enferma.

Ceferino, terco, le repuso:

—No va. El trato no va. Necesito el dinero para mi viaje de luna de miel. Eso es una vez en la vida... Los niños siempre están enfermos...

Buey Viejo se retiró, la mirada cargada de odio. Y el torneo se celebró entre grande meneo y nerviosa gritería y emociones en desborde. Ceferino cobró los cien pesos.

Cuando el triunfador jinete regresaba a su casa en Ciego Alon­so, a medio galope, feliz como nunca, no podía imaginar que Buey Viejo lo esperaba escondido tras una ceiba en una curva de un callejón arbolado.

Fue fácil. De un garrotazo cayó Ceferino al suelo mientras su caballo escapaba. La sangre le cubrió el rostro prontamente. Buey Viejo buscó en sus bolsillos, en el pantalón y en la guaya­bera. No encontró el dinero.

Ceferino despertó al sentir su cabeza sacudida.
Oyó la pregunta de Buey Viejo:
—¿Dónde están los cien pesos?
Lo escuchaba con dificultad.
—¿Dónde están los cien pesos, desgracia’o?
Lo mira. No puede hablar.
Buey Viejo observó su mirada y le dijo:
—Si no me dices dónde están te mato aquí mismo...

Ceferino quería hablar. No podía. La sangre llenaba su boca, salía de sus oídos.

Buey Viejo levantó el garrote.

—Dímelo o te mato.

Ceferino vio la muerte en los ojos de Buey Viejo. Pensó en Luisa, en sus bodas. Hizo un esfuerzo por hablar, entreabrió los labios. Escupió un coágulo de sangre y murmuró ronco:

—Buey...

Buey Viejo puso una oreja cerca de la boca.

—No tengo... el dinero... arriba...

Buey Viejo lo miró con ojo violento.

—Buey... el dinero... se lo llevó mi novia... a tu mujer... pa’ que... se fuera... Buey Viejo casi metió su oreja en la boca de Ceferino. ...con la niña... pa’ la Bana...

La noche había cerrado. Tan espesas eran sus sombras que tres jinetes que bajaban de Caonao para Ciego Alonso no distin­guieron, en la misma orilla del estrecho camino, el tensado cuer­po de Buey Viejo que avanzaba con un hombre en sus espaldas. Así termina el cuento, que ha corrido leguas por los campos aledaños a Sabana Miguel. Si el oidor entendido que calificó de “final de merengue” este episodio tenía razón, o si, por el con­trario, la vieja escuchona de novelas acertaba al afirmar que era “una realidad que pasó y que seguirá pasando mientras haya gente de verdad en el mundo”, ello lo decidirá el avisado lector, al que damos por experto en estos pedregosos menesteres.
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