lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 45: Marla se mira en el espejo, pero quiere ser miope.



Ana Rosa Valdéz.

Más allá de su ventana, hay campos de fresas que permanecen en un tiempo inestable.
Bajo una llovizna ligera, que acaricia la hierba húmeda, y el polvo, quisiera caminar Marla.
Abrir las puertas de madera de la casa familiar,  recibir el sol de la mañana en la piel del cutis pálida, correr al encuentro del amor imaginario que tiende los brazos bajo la lluvia,  bajo el sol, bajo unas estrellas ciegas.

Marla cierra los ojos durante todo el día. Teme ser descubierta por ángeles, por infiernos, rosarios dolorosos que esconden sus manos del destino, bajo la mirada intranquila de la noche. Teme ser incinerada, suspendida, o que se le posterguen las horas, hasta un inesperado día en que la muchedumbre se disipe más allá del viento. Teme convertirse en un ser innecesario, algo menos que una mosca, un personaje de David Lynch.

Se retuerce sobre un cristal imperfecto; al otro lado reposa una niña de cabello oscuro y largo; ya nada es como hace nueve años, ya nada es como hace cinco años,  como hace diecisiete semanas cuando…

Era un día magnífico para el pez plátano, alguien esperaba en el cuarto amoblado, había champaña y una tina con espuma, como en las películas de serie B, cuando en cualquier momento debe aparecer el monstruo.

“El corazón es un cazador solitario”.
“El corazón es un cazador solitario”.
“El corazón es un cazador solitario”.

Marla se ejercita, audaz, en el arte del trapecio. Adriana, la amiga del trabajo, le dice todos los días: “Será un tatuaje con alas”, pero es demasiado obvio.
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