Ana Rosa Valdéz.
Más allá de su
ventana, hay campos de fresas que permanecen en un tiempo inestable.
Bajo una
llovizna ligera, que acaricia la hierba húmeda, y el polvo, quisiera caminar
Marla.
Abrir las puertas
de madera de la casa familiar,
recibir el sol de la mañana en la piel del cutis pálida, correr al
encuentro del amor imaginario que tiende los brazos bajo la lluvia, bajo el sol, bajo unas estrellas ciegas.
Marla cierra los
ojos durante todo el día. Teme ser descubierta por ángeles, por infiernos, rosarios
dolorosos que esconden sus manos del destino, bajo la mirada intranquila de la
noche. Teme ser incinerada, suspendida, o que se le posterguen las horas, hasta
un inesperado día en que la muchedumbre se disipe más allá del viento. Teme
convertirse en un ser innecesario, algo menos que una mosca, un personaje de
David Lynch.
Se retuerce
sobre un cristal imperfecto; al otro lado reposa una niña de cabello oscuro y
largo; ya nada es como hace nueve años, ya nada es como hace cinco años, como hace diecisiete semanas cuando…
Era un día
magnífico para el pez plátano, alguien esperaba en el cuarto amoblado, había
champaña y una tina con espuma, como en las películas de serie B, cuando en
cualquier momento debe aparecer el monstruo.
“El corazón es
un cazador solitario”.
“El corazón es
un cazador solitario”.
“El corazón es
un cazador solitario”.