martes, 20 de julio de 2010

Capítulo 55.- Las cortinas rojas.



Por Ana Rosa Valdez

Llegué al edificio donde las llamas brotaban sin reparo. El humo, la sangre de los heridos, el ruido de la gente que corría y sus lágrimas. Había olvidado las llaves de la casa en la oficina. En mi cartera sólo contaba con tres cigarrillos, una bolsita con maquillaje, una agenda y una pluma, el teléfono celular que rara vez sonaba, un tampón y algo de dinero. Una señora me miró y pensó que yo también vivía en el edificio incinerado. Me preguntó cómo estaba, si era posible recuperar algo luego de que las cosas se calmaran. Sonreí. Me gustaba sonreír a medias cuando las personas se interesaban por mí, aunque sea un instante impreciso. Le contesté con premura, y caminé hasta el restaurante más cercano. Esa noche también había dejado mi abrigo en la oficina, y la temperatura bajaba rápidamente, dejándome desprotegida e infeliz.

Pero mi infelicidad era mucho más profunda. Jeannie había retornado a sus antiguos deleites, y yo ahora contaba sólo con mi trabajo en un lugar sencillo y dos amigos que quizás podían sostener mi mano mientras vomitara por los nervios… Jeannie… Una vez más. La maldita puta que me había destrozado sin piedad hacía algunos años!

El tiempo se contrajo profundamente! El humo había hecho posesión de mi fragilidad. Caí en medio del centenar de voces que solicitaban auxilio entre las llamas desbordantes. A partir de ese momento, la noche fue surreal. Brillos incandescentes en las pétreas esquinas. Flujos sanguinolentos como lluvia derramada sobre el asfalto. Quise morder el asfalto. Lamer el asfalto. Engordar con todo el polvo, el humo, la sangre, el sudor de las víctimas, las lágrimas de las víctimas, y estallar y desaparecer… Jeannie lo era todo.

La diva me había abandonado, nuevamente. Repetidamente. Como quien decide lacerar la poca humanidad que resta en el planeta. Como quien dice: “Soy lo suficientemente perfecta para hacer declinar a los otros”. Jeannie… Me ha convertido nuevamente en la Novia oscura y en sombras, impurificada, aturdida, expuesta a las ruinas que disipan su presencia.

El edificio continuó ardiendo en llamas durante toda la noche. Y toda la noche estuve sobre el suelo, dejando que los transeúntes me observaran como una víctima más del desastre. Era al menos un consuelo. Dejar que otros me limpien el rostro, me pregunten “¿cómo estás?” y me acaricien mientras prometen que todo estará bien, que no me preocupe, que las cosas materiales no son importantes. Un bombero se acercó para retirar mi cuerpo de entre los escombros. Creo que me dormí en sus brazos hasta llegar a una banqueta con frazadas. Me preguntó en qué piso vivía, pero no respondí. No había podido ver las cortinas rojas que colgaban del balcón de mi casa… Jeannie había vomitado sobre ellas dos días antes, y se estaban pudriendo en la cocina. Hubiese querido que Jeannie entonces respondiera por mí, y le dijera “Vivía en el quinto piso, desde donde lanzó el cigarrillo que buscan para comenzar la investigación pendiente”.

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