domingo, 4 de julio de 2010

Demasiado viejos para vivir en el oeste.


Por: Rubens Riol Hernández

Regresa al celuloide el horizonte gastado del desierto, polvo agónico que bien conoce el hedor de la sangre abandonada. Historia de rancios conflictos, que transpiran venganza y muerte bajo el implacable sol de la frontera. “No hay país para viejos” -el más reciente filme de los Hermanos Coen- es el resultado de una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Cormac McCarthy (paisaje a medio camino del western y la novela negra), que sondea los rigores de la América profunda y la terrible convivencia de sus irascibles moradores. Todo comienza cuando Llewelyn Moss (Josh Brolin), un veterano de la Guerra de Viet Nam, encuentra una camioneta rodeada de cadáveres, un cargamento de heroína y un maletín con dos millones de dólares (acción detonante), que impulsa una violenta cadena de persecuciones, donde la ley -representada por el sheriff Bell (Tommy Lee Jones)- es como siempre la última en llegar al lugar de los hechos, burlada además, por Anton Chigurh (Javier Bardem), un desalmado psicópata que mata por placer, a todo el que se atraviesa en su camino.
Desde el propio título del filme se advierte la naturaleza excluyente del relato, que reflexiona acerca de la impotencia y la torpeza de los hombres cuando frisan la tercera edad. Al decir de Oscar Wilde: “el drama de la vejez no consiste en ser viejo, sino en haber sido joven” Y es precisamente ese tono pesimista y nostálgico, el que insufla a la cinta la voz en off del sheriff, quien inicia la narración y la concluye, mientras esboza -en una gran digresión- la estructura circular de una historia, que él mismo protagoniza a manera de narrador autodiegético. Este personaje, incapacitado de seguirle el rastro a la delincuencia de nuevo tipo, encarna la idea de un mundo ordenado, que se desmorona frente a la extrema violencia. Por lo que asiste, irremediablemente -en el ocaso de su carrera- a su incompetencia y frustración, una verdadera derrota que lo convierte en antihéroe. Correcta interpretación de Tommy Lee Jones, que borda con sabiduría dolorosa el papel del alguacil decadente, en su eterna añoranza por el pasado.
Uno de los mayores aciertos del filme es el concienzudo diseño de sus personajes centrales, respaldado por un excelente reparto de actores, que encuentra el tono justo para encarnar -con verdad sobrecogedora- sus respectivos roles. Josh Brolin, quien interpreta el papel de Moss, vive animado por la codicia, antes y después del hallazgo. Obsesión que lo lleva a huir durante toda la película, sacrificando la paz de su familia y poniendo en riesgo su propia vida. Al tomar el dinero, escoge caprichosamente el camino que lo conducirá hacia la muerte, quizás excitado por la idea de librar su última batalla, sin percatarse de que el tiempo ha pasado y ya no es aquel soldado impetuoso y ágil. Por lo que, a la altura de sus años se convierte, en una presa fácil para su cruel oponente (un Javier Bardem), intenso en el papel de Anton Chigurh. Asesino despiadado y lacónico con un sentido del humor que da más miedo que risa), al tiempo que logra, con la solemnidad de su figura y su carácter impasible, igualar a una suerte de “destripador manso”, (mezcla brutal de ternura, simpatía y maldad), con todos los puntos para pasar a la historia del cine como un villano antológico.
En este contexto frío y apático, los personajes mencionados componen un tríptico de una misma personalidad desgastada, a punto de apagarse en el entorno monótono y demacrado, que reconoce su propia insuficiencia. Lo que convierte a la nueva obra de los Coen en un western contemporáneo, donde la estética polvorienta no es más que un pretexto para desmitificar al género, aunque en la cinta, el desierto juega un papel importante; pues sirve de homenaje a aquellos filmes de vaqueros, que tuvieron por escenario el suelo estéril que el viento levanta a su antojo.
La película es en todos los sentidos muy coherente, pues manipula y aprovecha cada uno de los elementos que intervienen en la construcción del discurso fílmico, en pos de reforzar la idea del pesimismo y la angustia existenciales -además de la violencia, por supuesto- que atraviesan la cinta y en especial, a cada uno de sus personajes. Las evidencias que nos permiten demostrar semejante afirmación las podemos encontrar por ejemplo: en el diseño de buena parte de los ambientes antes referidos (parajes inmensos y desolados escogidos cuidadosamente), pero sobre todo, en lo que al contexto urbano se refiere, resulta importante el peso de las sombras en la fotografía, en las escenas de enfrentamiento en la calle y en el interior de las posadas, donde se oculta Moss de su enemigo y donde se ve saltar -más de una vez- por los aires una cerradura impulsada por un disparo de aire comprimido. A esto se une, la ausencia de música en la banda sonora y el empleo constante, en su lugar, de los prolongados ratos de silencio y sonidos ambientales, que incrementan la tensión, dando paso a escenas un tanto predecibles, pero igualmente escalofriantes.
El guión es bastante lineal, si tenemos en cuenta el orden cronológico de los acontecimientos, cuya progresión dramática no deja de ser cautivante, aunque se diluya un poco en las casi dos horas de duración del largometraje, el cual parece a ratos de un ritmo pausado, casi contemplativo que se revela como un prodigio de elegancia expositiva y trabajo de cámara, sirviéndose de un montaje impecable. Un aspecto interesante además de la brevedad de los diálogos, donde la palabra y el subtexto cobran una fuerza protagónica, es el empleo formidable de la elipsis, que sugiere una simplificación de la historia, dejando fuera de la narración algunos fragmentos, que impiden conocer el pasado de los personajes y sus motivaciones. Lugar propicio para la intriga y el misterio que rondan a cada una de sus acciones. Los Coen nos trasladan a un universo pletórico de miedos e inquietudes, y por eso se apoyan en una cuidada selección de planos donde priman los picados y contrapicados. “No es país para viejos” ostenta una factura visual intachable y una interesante narrativa, secundadas por la inquietante mezcla del sentido del humor y violencia, que anuncia el inconfundible estilo de los Coen. Esta es una cinta tremenda, no apta para todos los gustos y sensibilidades, que se incorpora a la lista interminable de los mejores filmes de todos los tiempos como un paradigma del nuevo cine americano. No por gusto, obtuvo varias nominaciones y premios en la pasada edición de los Oscar, lo que confirma las sospechas de que se trata de una película seria, abocada desde un inicio a la desesperanza, cuyos protagonistas son acaso, ¿demasiado viejos para vivir en el oeste?

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