martes, 27 de julio de 2010

RENUNCIA.


Magdiel Aspillaga.

Siempre el 1 de septiembre, y después los demás: el 1 de octubre, el 1 de noviembre, el 1 de diciembre, el 1 de enero, el 1 de febrero, el 1 de marzo, el 1 de abril, el 1 de mayo, el 1 de junio, el 1 de Julio, el 1 de agosto, todos sin parar tirados de golpe sobre mi cara, sin ningún tipo de descanso, como un chorro de alguna sustancia que no logro conocer, pesados en espacio, tiempo, contenido y forma. Por eso un día me agote demasiado y entre a un “Club de Stripper" y me enamore de una mujer bella que bailaba desnuda, ella vino se sentó a mi lado, me dejo tomar de su boca, me recordaba a alguien de otra vida, entonces entro Henry Miller y me golpeo tirandome contra el piso y tumbándole a la mujer la lata de Redbull que saboreaba.

–Así es como tratas de huir, así es como lo haces, todo el dolor me pertenece, dale echando, tumba, vete- me dijo.

Esto me sonaba a Kafka –Renuncia- recorde, pero me era imposible renunciar.

En algún lugar había leído que Bukowski fue golpeado por Ernest Heminway (esto me tranquilizaba) pero esto creo era parte de la propia fabulación y fantasía de Bukowski, Heminway nunca supo quien fue Bukowski, digo eso creo, tampoco es que este muy seguro, tengo la sensación de no haber estado seguro de nada durante toda mi vida, en fin, me levante. Henry Miller se sentó en mi lugar y ahora era el quien bebía Redbull con cerveza caliente de los labios de la mujer que trataba de cubrirse entre bocanadas de lengua su profunda y descuidada desnudez. Me senté junto a ambos, Henry Miller dejo de realizar su actividad y me miro mucho más desafiante.
– ¿Y ahora que?- Volvió a decirme. Aquello parecía la secuencia de un filme dirigido por un hombre viejo.

La mujer se levanto y se subió sobre la mesa ante los ojos de los dos y de pronto por un extraño fenómeno de combustión y física su cuerpo se prendió en agresivas y bellas llamas. Ella reía mientras ascendía al cielo del techo del lugar en ágiles cenizas.
Henry Miller la miraba y lloraba, se le había escapado entre manos y labios, solamente basto un abrazo para que se le esfumara prendida al éter mundano del lugar, mientras el suave sabor del Redbull se le desaparecía de la boca, ultimo rastro de un posible amor.

Después todo fue mas tranquilo. Henry Miller se levanto más viejo que como se había sentado y alegre porque tenía la muerte cercana. A mi me dieron ganas como de llorar pero aguante, no quería pasar pena, pero mi garganta y mi estomago se contraían de dolor… por ella, por Henry Miller, por el fuego y por los últimos días de cada mes.

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