jueves, 23 de abril de 2009
sábado, 18 de abril de 2009
RETORNO
En el año 2005 se sentían los ecos del nuevo plan de reestructuración de la industria azucarera en Cuba. Se desmantelaban más de 70 centrales azucareros e lo largo de toda la isla. En el 2002, el sector fue reestructurado, lo que conllevó el cierre de casi un centenar de ingenios y la asignación de la mitad del área destinada a la caña a otros cultivos. De las 156 centrales que existían antes de la reforma solo 61 seguían activos. Según una fuente oficial 109.554 trabajadores desplazados por el proceso de reestructuración pasaron cursos de capacitación y que de ellos, el 24% tenía el estudio como empleo a tiempo completo y el resto estudiaba y trabajaba.
Estos centrales eran el órgano vital que mantenía vivos muchos poblados, no solo por la fuente de empleo sino también por el cordón histórico y cultural que unía estos pueblos con el central, en muchas ocasiones responsable directo del florecimiento y desarrollo de muchos de ellos. Tal es el caso de Aguacate, un pueblo pequeño de provincia Habana, de hecho mi pueblo de origen el cual siempre use de referente en otros trabajos como los primeros de la serie Arqueología de mi pueblo.
El Central Rubén Martínez Villena antiguo Central Rosario se encontraba en ruinas y poco a poco se iba muriendo ante la vista de los pobladores de Aguacate. No sabíamos si asistíamos a una transmutación histórico-cultural, a una transformación visual del paisaje o simplemente a la muerte.
¨Retorno¨ es un video-arte que como otros trabajos míos tiene una medula documental y se conecta con un suceso de la realidad directa y especifica. Sin perder el ímpetu poético que la propia locación sugería. Decidí interactuar con el lugar y filmar a dos poetas del pueblo que de alguna manera le cantan al sitio, lo despiden, un especie de liberación o exorcismo ante el final. Quizás hayan influencias de un Tarkovski en determinados momentos del material, creo que la propia temática y el ambiente, los poemas leídos y cantados a cámara, me propiciaron a crear atmósferas semejantes donde el tiempo como protagonista y el fenecer de un cuerpo mientras es filmado toman un carácter fundamental, aunque se mantienen los principios etnográficos y del propio lenguaje del video-arte que siguen todo mi trabajo. El central adquiere otra significación más allá de la muerte, final, fin pero no es el fin…
Otros trabajos salieron mas o menos en fechas semejantes sobre el tema, uno de los mas significativos es la exposición fotográfica de Ricardo Elías, “El exceso de azúcar produce amargura” (2005). En la misma Elías contrapone una serie de imágenes que evidencian el estado actual de estos centrales azucareros y del paisaje donde se emplazan, así como de los sujetos que dedicaron su vida a trabajar en los mismos.
Aquí publico los poemas que aparecen en el material y algunas fotos del mismo. Esto no es sino una breve nota de trabajo un tanto tardía pero creo que necesaria, sobretodo para traer a la luz a estos dos poetas que aun viven y crean en Aguacate.
A NIETZCHE
El sol se aleja,
el mar es un plato
Hoy es martes
Esto es poesía
A pesar que no me entiendan.
Que me importan a mí sus entendederas.
Bendito prosaico del devenir
No quiero caer en las mandíbulas del tictac del reloj
pero el destino es una zancadilla.
El sol:
un puto que padece de fuego uterino…
Si…
El boom del astro
El universo entero se homosexualiza
El boom matriarcal.
El mar es un plato
Hoy es martes
A pesar que no me entiendan esto es poesía
porque me da mi real gana
porque así siento mi despiste
mi vacío etéreo.
Las letras me salen en un azul magnifico.
Azul lacerado de la palabra verso
la palabra nueva, feliz, fuerte
desnuda bajo la lluvia
quitándose los andrajos de teología que hasta hoy la cubrían.
El sol se caga en mis ofensas.
Hoy es martes
y el mar es un plato.
Los pájaros chillan
es mentira que canten.
Pero es un chillido de vida
mucho mejor que un estupido canto.
Me resbalo,
No puedo equilibrar mis pensamientos
Hoy es martes, me resbalo
pero no me aguanten.
Adiós
El tictac se apaga
El sol padece de diarrea crónica
Nos empapa con su mierda reluciente
No me pinchen mas por favor con esa porquería que me duerme.
Hoy es martes…
El mar es…
Wilfrank Alba Corona
DESPEDIMOS DE LA VIDA
Allí donde el sol se advierte con sus rayos sin medida
quiero cantarle a la vida desde el salón de la muerte.
Porque la vida es la suerte que premia los corazones
y en los oscuros rincones del destino caprichoso
es un arroyo nervioso inundado de emociones.
La vida por ser la vida y adorarse con exceso
en la flor de cada beso deja un flor encendida.
El hombre por su avenida saca a pasear su dolor
y donde el halo traidor quiere contemplar lo triste
como una madre lo viste con un abrazo de amor.
Es la tierna mariposa confidente de la abeja
donde a veces una queja, calladamente reposa.
Un suspiro que retoza en la falda de un safir
ave que pretende huir del gajo de los agravios,
cuando se acerca a sus labios el momento de morir.
Pero el día que se acaba un largo silencio empieza,
el volcán de la tristeza nos envuelve con su lava.
La habitación que habitaba parece desconocida.
Y hay un susurro de vida en el eco de una voz,
el día que mudo nos
despedimos de la vida.
Ciro Ariel Morales
MAGDIEL ASPILLAGA.
RETORNO. MiniDV
12:46 MIN
2005.
(Exhibido en Galeria Provisional, Ciudad de la Habana, Cuba, 2005)
lunes, 13 de abril de 2009
ANDREI TARKOVSKI. ESCULPIR EN EL TIEMPO. (Fragmentos).
..Una persona verdaderamente libre no puede ser libre en un sentido egoísta. La libertad del individuo tampoco puede ser el resultado de un esfuerzo social. Nuestro futuro depende de nosotros mismos y de nadie más. Y nos hemos acostumbrado a compensar todo con el esfuerzo y el sufrimiento ajenos, ignorando el sencillo hecho de que en este mundo todo está relacionado y que no existe la casualidad, aunque sólo sea porque tenemos una voluntad libre y el derecho a decidirnos entre el bien y el mal.Por supuesto que las posibilidades de la propia libertad se ven limitadas por la libertad de los demás. Pero me parece importante indicar que la falta de libertad siempre es consecuencia de la cobardía y la pasividad interiores, el resultado de la falta de decisión en pro de la expresión de la propia voluntad, acorde con la voz de la conciencia. En Rusia es usual citar al escritor Korolenko, según el cual, «el hombre ha nacido para la felicidad como el pájaro para volar». En mi opinión, no puede haber nada más lejano a la naturaleza de la vida humana que esta frase. En realidad, no tengo idea alguna de lo que puede significar el concepto de felicidad. ¿Contento? ¿Armonía? ¡Pero si el hombre siempre está descontento y no tiende a solucionar cosas concretas, factibles, sino hacia el infinito...! Y ni siquiera la Iglesia consigue calmar esas ansias de absoluto, porque desgraciadamen¬te no parece sino una fachada hueca, una caricatura de las instituciones sociales, que se dedican a organizar la vida prác¬tica. La Iglesia de hoy ha resultado ser incapaz de compensar el sobrepeso materialista y técnico con una llamada a la vida del espíritu.En el contexto de esta situación, la función del arte reside -para mí- en expresar la idea de la libertad absoluta de las posibilidades interiores y espirituales del hombre. En mi opinión, el arte siempre ha sido un arma en la lucha del hombre contra la materia, que amenaza con devorar su espíritu. No es casualidad que el arte, en los milenios de historia del cristianismo, siempre se haya desarrollado en las cercanías de las ideas y los principios de la religión. Ya por su mera existencia está promoviendo dentro del hombre, un ser disarmónico, la idea de armonía.El arte ha dado figura a lo ideal y ha aportado así un ejemplo del equilibrio entre lo ético y lo material. Ha demostrado que ese equilibrio no es ni mito ni ideología, sino que puede ser una realidad también en nuestras dimensiones. El arte ha expresado el ansia de armonía de la persona y su disposición a luchar consigo mismo, para establecer en el interior de su persona el ansiado equilibrio entre lo material y lo espiritual. Si el arte expresa lo ideal y el ansia de lo infinito, no puede servir a fines pragmáticos sin arriesgarse a perder su autonomía. Lo ideal lo actualizan objetos que no existen en la realidad cotidiana, pero que a la vez son imprescindibles para la esfera de lo espiritual. Una obra de arte manifiesta ese ideal que en el futuro será propio de toda la humanidad, pero que de momento es accesible para unos pocos, sobre todo para los genios que se toman la libertad de contrastar lo normal con aquella conciencia ideal que toma forma en su arte. De esta manera, el arte es por esencia aristocrático y establece —a causa de su mera existencia— la diferencia entre dos potencia¬les, que aseguran el movimiento ascendente de la energía interior, desde lo más bajo hacia lo más alto, con el fin de conseguir un perfeccionamiento interior, espiritual, de la per¬sonalidad.Al hablar aquí del carácter aristocrático del arte, me estoy refiriendo —claro está— al ansia del alma humana de buscar la justificación moral, el sentido de su existencia, que de este modo consigue una mayor perfección. En este sentido, todos, en último término, estamos en la misma situación y tenemos las mismas posibilidades de adherirnos a una elite aristocrática. Pero el núcleo del problema reside precisamente en el hecho de que no todos hacen uso de esa posibilidad. Ahora bien, el arte va haciendo ofertas siempre nuevas a la persona para que ésta se examine a sí misma en el marco del ideal que el arte le ofrece.Pero volvamos a Korolenko, que definía el sentido de la existencia humana como el derecho a la felicidad. Esto me recuerda el libro de Job, en que a Elifaz dice: «Ninguna cosa sucede en el mundo sin motivo: que no brotan del suelo los trabajos. Porque el hombre nace para trabajar, como el ave para volar» (Job V, 6). El sufrimiento nace de la insatisfac¬ción, del conflicto entre el ideal y la situación en la que uno se encuentra en ese momento.
Mucho más importante que el sentimiento de «felicidad» es el fortalecer el alma en la lucha por aquella libertad verdaderamente divina.El arte refuerza lo mejor de lo que es capaz el hombre: la esperanza, la fe, el amor, la belleza, la devoción o lo que uno sueña y espera. Si alguien que no sabe nadar se lanza al agua, su cuerpo —no él mismo— comienza a hacer movimientos instintivos para no hundirse. También el arte es algo así como un cuerpo humano echado al agua: existe como un instinto, que no permitirá que la humanidad se hunda en el campo espiritual. En el artista se expresa el instinto interior de la humanidad.Pero, ¿qué es el arte? ¿Lo bueno o lo malo? ¿Procede de Dios o del diablo? ¿De la fuerza del hombre o de su debilidad? ¿Es quizá una prenda de la comunidad humana y una imagen de armonía social? ¿Es ésa su función? Es algo así como una declaración de amor. Un reconocimiento de la propia depen¬dencia de otros hombres. Es una confesión. Un acto inconsciente, que refleja el verdadero sentido de la vida: el amor y el sacrificio.Pero si dirigimos la mirada hacia atrás, reconocemos que el camino de la humanidad está lleno de cataclismos y de catás¬trofes. Descubrimos lasruinas de civilizaciones destruidas. ¿Qué ha sucedido con ellas? ¿Por qué se agotó su aliento, su voluntad de vivir y sus fuerzas morales? Supongo quenadie creerá que todo eso tiene una causa material. Una idea así meparecería salvaje. Y al mismo tiempo estoy convencido de que hoyvolvemos a estar al borde de la destrucción de una civilización porqueignoramos plenamente el lado interior y espiritual del proceso histórico. Porque no queremos reconocer que nuestro imperdonable y pecaminoso materialismo, un materialismo que no conoce la esperanza, ha traído infinitas desgracias sobre la humanidad. Es decir, creemos que somoscientíficos y dividimos, para conseguir una mayor fuerza de convicción ennuestras cavilaciones científicas, el indivisibleproceso de la humanidad en dos partes, haciendo luego de una sola de sus
motivaciones la causa de todo.
De esta manera intentamos no sólo justificar los fallos del pasado, sino también proyectar nuestro futuro. Quizá se de¬muestre en tales errores la paciencia de la historia, que espera que el hombre alguna vez consiga escoger bien, sin tener que terminar en un callejón sin salida en el que la historia, una vez más, corrija el fallido intento por medio de otro paso, esta vez más exitoso. En ese sentido, es verdad lo que afirman tantos: de la historia nadie aprende y la humanidad suele, simplemen¬te, ignorar la experiencia histórica.Dicho en otros términos, toda catástrofe de una civilización descubre sus fallos. Y si el hombre tiene que reemprender su camino desde el principio, se demuestra así que su andadura hasta entonces no estaba marcada por el perfeccionamiento espiritual.Con cuánto gusto querría uno abandonarse, entregarse de vez en cuando a otra concepción del sentido de la vida huma¬na. Oriente siempre ha estado más cerca que Occidente de la verdad eterna, pero Occidente ha devorado a Oriente con sus exigencias materiales en la vida. Basta con comparar la música occidental con la oriental.El mundo occidental grita: ¡Éste, éste soy yo! ¡Miradme! ¡Escuchad cómo sufro y cómo amo! ¡Qué infeliz y qué feliz puedo ser! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! El mundo oriental no dice una sola palabra de sí mismo. Se pierde absolutamente en Dios, en la naturaleza, en el tiempo, y se encuentra a sí mismo en todo. Es capaz de descubrir todo en sí mismo. La música del Tao: China, seiscientos años antes de Cristo.Pero, ¿por qué no triunfó esa idea soberana? Es más: ¿por qué se hundió? ¿Y por qué la civilización que había desarrollado no llegó hasta nosotros en forma de un proceso histórico determinado y perfecto? Es patente que esas ideas entraron en colisión con el mundo material que las rodeaba.Lo mismo que el individuo con la sociedad, también esa civilización entró en colisión con otra. Pero sucumbió no sólo por esto, sino también a causa de su confrontación con el mundo material, con el «progreso» y la tecnología. Las ideas de la civilización oriental son un resultado, la sal de la tierra; de ellas fluye verdadera sabiduría. Pero según esa lógica orien¬tal, la lucha es un pecado.El núcleo de la cuestión reside en que vivimos en un mundo de ideas que nosotros mismos creamos. Dependemos de sus imperfecciones, pero también podríamos depender de sus ventajas y valores. Y ya llegando al final, y en confianza: aparte de la imagen artística, la humanidad no ha inventado nada de manera desinteresada. Y por eso quizá realmente consista el sentido de la existencia humana en la creación de obras de arte, en el acto artístico, ya que éste no posee una meta y es desinteresado. Quizá se demuestre precisamente en ello que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.(*)
(*) Fuente: Andrei Tarkovski, Esculpir en el tiempo, Ed. Rialp.
sábado, 11 de abril de 2009
HECHO EN JAPON OCUPADO. (Fragmento final)
SEC 37. Int-día. Terminal de trenes.
Beatrix llega a una taquilla y compra unos boletos (cajera fuera de campo). Se sienta en un banco de la Terminal de trenes junto a una anciana y su nieta una niña de unos siete años. La niña juega con unas tazas de cerámica, la abuela conversa con alguien del otro lado, la niña le enseña una taza a Beatrix, la taza es igual a la que Beatrix miro en su casa antes de partir, mira el reverso y dice HECHO EN JAPON OCUPADO. Toca y palpa la textura de la taza, mira a la niña.
SEC 38.
Lugar oscuro, figuras de papel, sombras chinescas recortadas contra la luz de un proyector, la voz de Beatrix en off mientras se muestra su narración ilustrada con siluetas de papel.
Beatrix (off)
Hace mucho tiempo, en el lejano Japón, vivía un ceramista que trabajaba para el emperador. Sus creaciones adornaban el palacio imperial y alguna que otra casa de campo. Su fama trascendía las fronteras. Su especialidad eran las vasijas (tazas, tazones, platos, jarrones, ánforas) Recipientes de todo tipo salían de sus manos.
Durante una época el emperador sufrió un breve periodo de tristeza debido a que se había enamorado de una hermosa concubina traída de la India como obsequio, ante cada encuentro con la misma esta lo rechazaba. Para lograr el amor de la concubina el emperador acudió a los servicios de una hechicera que le dio una extraña receta. Esta tenía como ingrediente principal la confección de una taza de cerámica donde el emperador comenzaría a beber todos los líquidos que fuera a tomar. Dicha taza seria elaborada por una mano elegida por el reino supremo. Así, el protagonista de esta historia, el maestro ceramista japonés hubo de confeccionar una taza con la arcilla de las bóvedas donde dormían los cadáveres de los héroes mas notables de todas las guerras del imperio, con la sangre de una virgen, con el agua de una nube, con los cascos del caballo mas salvaje e indomable, cocida al calor de un rayo y esmaltada con el salitre de todas las costas que rodean al Japón. Así el emperador bebió agua de sus primera sed en esta taza y no solo logro el amor de la concubina para siempre sino que mando a cortarle la cabeza a la misma, ya que los emperadores no se enamoran. Después le regalo al ceramista una hermosa mansión y un titulo de honor vitalicio. El ceramista se caso con una bella joven campesina y tuvo hijos que también siguieron siendo ceramistas, que a la vez tuvieron otros hijos que fueron ceramistas y así siguió de generación en generación el oficio, muy reconocido en todos los lugares del mundo, y cada generación era enseñada por el ya muy anciano y milenario primer ceramista.
En el siglo XX, cuando Japón invadió China, el ejercito le encargó la creación de cientos y cientos de juegos de tazas para que desayunaran y tomaran el te las tropas invasoras. Así la fortuna del anciano ceramista y su familia creció enormemente, llegando a convertirse en el hombre más rico del Japón, tan rico como el propio emperador.
Pero un día comenzó la guerra y todos los hijos y descendientes del anciano ceramista se fueron a combatir, y muy tristemente murieron todos en combate. La mansión fue destruida por un bombardeo y las riquezas desaparecieron poco a poco. Así, al terminar la guerra, solo quedó el anciano ceramista con infinidad de años encima acompañado solamente de una joven y bella nieta.
Como no tenían dinero para comer, la nieta del ceramista comenzó a prostituirse con los marines norteamericanos que estaban en Japón en aquellos años de la ocupación y a los cuales les atraían mucho las japonesas, a pesar de que extrañaban mucho a sus esposas y novias. Así podía darle de comer a su tatatatarabuelo el cual estaba inválido y ciego postrado en una silla y afligido por las penurias y el hambre. Un buen día el anciano ceramista le pidió a su nieta que no comprara la comida con el dinero obtenido por ella sino que le trajera un poco de arcilla, pinceles y pintura. La nieta obediente compro la arcilla, un poco con lastima con sus ascendentes y consiguió los pinceles y la pintura con unos amigos de un buque norteamericano. Esa noche con todos los implementos traídos por la nieta, el anciano ceramista comenzó a confeccionar un juego de tazas, recordando e invocando aquella taza que hacia varios siglos había confeccionado para el emperador, lo terminó y la nieta lo llevo a vender en el puerto.
Cual seria la sorpresa de la misma al ver que el juego de tazas conmocionó a varios marines al punto que el capitán del barco lo compró a buen precio e inclusive le hizo otros encargos. Entonces el anciano ceramista comenzó a confeccionar sin visión e inválido bellos y excelentes juegos de tazas que su nieta iba vendiendo cada vez más caros y con más demanda.
Llegaron a montar una especie de taller y comenzaron a ganar mucho dinero pudiendo comprarse una linda casa con jardín. Tuvieron un perro y varias gallinas y nuevamente el anciano ceramista recuperó la posición y el reconocimiento que había perdido.
Pero un día el anciano murió, se había acostado con la corazonada de que iba a morir, y así fue. Su nieta lo lloró mucho, tanto y tanto que perdió todas sus lágrimas, nunca mas volvió a llorar por nada. Al anciano lo enterraron donde siempre había pedido, en la tierra frente al sol y no bajo la sombra de un árbol como se acostumbraba a enterrar a los ceramistas en Japón. Su nieta se casó con un marinero húngaro y vendió todas sus cosas, actualmente vive en Turín y atiende una sociedad femenina.
SEC 39. Int-día. Terminal de trenes.
Beatrix le da la taza a la niña. Llega el tren y todos salen de plano. Beatrix sale a coger el tren, se sube en el.
Int del tren.
Beatrix sentada mira a través de la ventana los paisajes. Plano fijo con el sonido del tren de fondo, esta dispuesta.
SEC 40. Ext-día. Costa.
Beatrix camina hacia la costa, el viento la despeina, deja caer sus cosas, se acerca lentamente al mar, se quita los zapatos, el agua toca sus pies que se entierran en la arena. Comienza a correr junto a la costa, se siente libre, suelta, alegre, corre a más velocidad, sus pies salpican el agua más fuerte.
El mar inunda la imagen, las olas llegan a la arena, a la cámara sale del mar a la costa y termina con la arena salpicada.
Magdiel Aspillaga 2004.
jueves, 9 de abril de 2009
Sección “Las fabulaciones de Dungy Doll”: What Sarah said.
Por Dungy Doll.
Hoy Sarah me llamó en la mañana, hablaba en breves susurros y tenía la voz agrietada como si algo muy fuerte la oprimiera. Sarah me cuenta sus amoríos con un costurero de Chelsea. No será Quant, le digo, el de las minifaldas. Ella se ríe y me aclara que Mary Quant era mujer, o al menos eso parecía, aunque realmente debió ser una pervertida para crear tal prenda y desnudar así a todas las niñitas del Swimming London. Y yo le digo que sí, que la tal Mary seguro era una pedófila del carajo y una costurera lésbica reprimida o quizás no, no era ninguna reprimida y cazaba rubitas en los parques de su pueblo natal.
Después hablamos de otros temas, que si una expo de Arte Porno en La Habana, que si isaron La Bandera de los Siete Colores en el corazón del Vedado con presidencia incluida , que si al final este lugar peca de eso, de sus pretensiones y así nos perdemos en temas y pendencías que no nos llevan a ningún lado. De pronto se cae la llamada y me quedo sin saber a ciencia cierta las atribulaciones de Sarah con su amor el sastre.
Conozco a Sarah desde la secundaria, cuando era novia de un rocker que le hacía covers a Nirvana. Vivíamos la era del alternativo y algunos andaban con botas, pantalones de mezclilla negra y camisas vaqueras, otros, los que podían, lucían Converse de imitación. En esos tiempos llevar Converse era como conjurar al diablo, o a un raro ente más allá de los mares, pues los “oscuros” te miraban mal, los cederistas y los pioneros te miraban mal, y tu madre te reprochaba que andaras con unos zapatos de tela. Por eso en ocasiones me revienta tanto ver a mi vecino con zapatos de tela, pues mi vecino nunca estuvo entre dos aguas, colgando posters de Kurt Cobain y hojeando viejas revistas Harper´s Vazaar y Vanity Fair, o escondiendo unas medias de lunares fucsia(Agatha Ruiz de la Prada se moriría de la envidía) en la profundidad del ropero.
Yo invitaba a Sarah a mi casa y ella desfilaba para mi en estas medias y yo desfilaba para ella. Una de esas tardes en que mi madre no estaba Sarah y yo consumimos algo que nos voló de lo lindo. Era paca blanca, creo así le llamábamos, fue hace tanto tiempo. Pues teníamos un prende de los mil demonios y Sarah me dijo que me desnudara y me pusiera las medias y yo lo hice. Caminé para ella, frente al espejo. Casi sin percibirlo tuve una erección enorme. Ella vino hacía mi, juntó su cuerpo al mío y sentí algo raro, era como un lebrel escondido en medio de su pecho. Cuando miré ella tenía los pezones como astas, hincaban y estaban duros. Introdujo su lengua en mi boca y después caímos en la cama y las Vanity y las Vazaar se desperdigaron por el suelo. Estuvimos acostados toda la tarde, mirándonos, mirando a Kurt Cobain en la pared hasta quedarnos dormidos. Días después juramos no consumir más paca.
Cuando todos en la calle empezaron a llevar Converse yo llamé a Sarah, ya Londres no era tanto la ciudad de sus sueños, y recordamos todo esto. También las jornadas en la escuela al campo, las hamacas, el horario de baño donde descubrieron que otra amiga nuestra, ahora curadora del MAC tenía relaciones con una profesora.
Siempre nos ponemos en contacto para recodar este tipo de cosas y actualizar nuestros proyectos futuros. En ocasiones también Sarah me habla de la nieve, del frío, de los lugares del frío, de amplias y pulcras galerías donde atisbar el arte. Entonces deseo rondar esos parajes, hacerlos míos con un mínimo gesto de la mano. Pisar la nieve, probar la nieve.
Hoy por la mañana al oir su voz estuve a punto de decirle que escuché un tema con su nombre. Es de una bandita indie, Death Cab for Cutie, creo se llaman. Estuve a punto de decirselo, mas entre la Quant y el arte porno se me fue de la mente y después la llamada se calló.
Tengo el tema en mi reproductor. Voy hacia él, lo pongo, subo el volumen, dejo que la música inunde la estancia. Abro mi blog de noticias, busco los nuevos titulares. Hallo en letras púrpuras enormes un letrero que dice “Muere el diseñador Yves Saint Laurent”. Algo me sobrecoje y me tira hacia abajo. Algo tan simple y tan tremendo. Esa mañana moría Yves Saint Laurent.
martes, 7 de abril de 2009
Caracteres del lenguaje sígnico de la moda en el contexto cultural moderno y postmoderno.
Por Liliana Artiles y Andrés Álvarez
En el contexto cultural de la modernidad, asociado fundamentalmente al proyecto ilustrado y su universalismo intrínseco, soslayaba el territorio, afianzando el supuesto de que lo bueno para Europa debía ser, por transitividad, esencialmente bueno también para los países que esta colonizaba. Por tal vía la tan vapuleada modernidad negó de hecho la alteridad, desvalorizando la capacidad de las matrices simbólicas de reinterpretar y rearticular los elementos recibidos. La modernidad pretendió liberar al hombre de los mitos del poder y se dispuso a arrasar con todo, sin indagar la racionalidad diferente que la sostenía. Destruyendo la diversidad del mundo, desterritorializó al pensamiento y ya en su fase más tardía, desestructuró los sujetos colectivos, interrumpiendo su proceso histórico. Los países centrales se desarrollaron a expensas de los países de la periferia, con lo cual el mito del progreso terminó desplazando al progreso real, lo nuevo se valora por su carácter de nuevo, sin detenerse demasiado en su calidad intrínseca ni de lo que destruye al construirse. Lo no occidentalizado o lo occidentalizado a medias solamente, se vio como una forma de barbarie, que legitimó el genocidio, la deculturación y el silenciamiento. Lo indígena e incluso lo hispánico colonial, se consideraron rémoras al progreso. Se construyó otra historia y se llama entonces cultura nacional, no a la realidad verificable, sino a un proyecto que negaba o folklorizaba nuestras raíces, en lugar de promover un crecimiento desde dentro a partir de su propia dinámica. La falta de autodeterminación estética y la crisis de un pensamiento que ahonde en reflexiones determinantes sobre el panorama visual latinoamericano independiente del hegemónico, a la misma altura y claridad de este, son la constatación de un decadentismo subjetual, lo mismo en su nivel de colectividad que en el plano individual del sujeto.
El fenómeno moda ha sido pocas veces analizado asumiendo posturas desde la filosofía, por cuanto los acercamientos sistemáticos que al mismo se han efectuado, siempre han estado marcados por análisis centralmente sociológicos y antropológicos, psicológicos y sicoanalíticos, históricos y económicos. Tales enfoques categoriales han tratado de desentrañar este evento sin dar por sentado de antemano su irracionalidad, frivolidad, o bien su carácter de menudencia empírica, radicalmente alejada de la atalaya filosófica tradicionalista: a la manera de Kant quedaría resumida a mera generalidad empírica o atendiendo los presupuestos gadamerianos sólo el buen gusto puede ser considerado trascendental a priori. Tampoco una filosofía estructuralista alcanzaría el status de verdadera filosofía de la moda, por cuanto sus análisis no logran desbordar el plano lingüístico de la moda descrita. No obstante desde que Simmel ensayara su Filosofía de la moda, donde señala como la moda misma no ha dejado de incorporarse en nuestras prácticas al modo de Bourdieu, afectando a la vez que es afectada por procesos estructurales de primer orden, aunque todo ello sin merecer, parejamente, un estudio filosófico académico de carácter específico. No tratándose ya del olvido del Ser, sino como escribía Heidegger, del olvido y la represión de sus modos. Tampoco los filósofos desentrañadores de las problemáticas postmodernas, con sus constantes referencias sobre el sentido de la modernidad, han prestado atención particular a la forma de cómo esta modernidad se imprime realmente en los cuerpos a través, no sólo de los modos del discurso (en el nivel macro de los relatos), sino también de las modas en el vestir (en el nivel micro) relacionado esencialmente con las prácticas (si se quiere, en un sentido más fenomenológico) y con la lógica económico-política de la producción. Lo que vuelve a la moda un asunto de interés crítico para una filosofía materialista, desde el presente, es que no se trata sólo de un asunto de conciencia, sino ante todo de un asunto de cuerpo, pues el vestuario no se considera un accidente antropológico, una especie de epifenómeno sin importancia, sino que justamente se encuentra en el centro de la condición humana específica (en su proceso de humanización en cuanto puede diferenciarse este del proceso de hominización).
Partiendo del análisis de la moda como modus, en cuanto idea ontológica por excelencia (y no ya categoría sociológica, psicológica o antropológica) y dialécticamente implicada con la idea de substancia; inaugurando todo un sistema de oposiciones binarias que el análisis filosófico se encargaría de recorrer: apariencias y ser, moda y vanguardias, moda y arte, moderno y clásico. Porque la moda, en cuanto idea, atraviesa las más diversas categorías y convoca a un análisis específico del cuerpo como término de partida y llegada de la misma crítica filosófica.
Modulando la idea de moda, esta podría entenderse de dos maneras: la moda en su caso especifico de vestuario y como fenómeno más general que incluye los usos del cuerpo y todo lo que respecta a tendencias generalizadoras de actitudes y comportamientos individuales o colectivos, distinguiéndose por lo que media entre el vestir que incluye los accesorios y la modernidad. Distinción que se aclara apelando a la noción de símbolo, por cuanto la moda como símbolo reúne según lo tratado todo un mundo sensible o material (el vestuario y los aditamentos con su respectiva referencia al cuerpo y las prácticas corporales) y un mundo ideológico (vinculado a las ideas propugnadas por la modernidad y la postmodernidad que incluyen el liberalismo, el individualismo, el narcisismo).
Particularidades de la moda.
La moda implica la intrumentalización de determinados usos y costumbres y su variación o muerte. Permite la circulación de una serie de valores que se potencian en su poder sígnico dentro del espacio social.
Constituye un refugio de la individualidad incapacitada para gestar cambios a partir de sus decisiones en los macroespacios de la vida social.
”No sólo domina nuestra visión del mundo, sino que hace de lo efímero nuestra certeza sensible, llena nuestros oídos, determina, en forma urgente, nuestra estética moral, nuestras miméticas conductas y hasta preconiza un sentido de la idea del bien individual y social”1.
Es decir que la concienciación de una individualidad y las prácticas que ellas conforman resarcen en el plano de lo cotidiano la nulidad del sujeto en el accionar político, económico, productivo, etc.
El fenómeno del vestir implica una imantación en el cuerpo de determinado discurso y su relación con prácticas inherentes a ciertas lógicas económicas y políticas.
La dinámica cultural opera con principios paralelos a los del sistema de la moda en su proceso de funcionalización. La moda como símbolo encarna en sus prácticas y usos un estado cultural o al menos lo devela en su carácter “subjetivo” u “objetivo”.
Esta, en el panorama de la cultura occidental se presenta como activo agente globalizador y a su vez sólo se entroniza debido a que el fenómeno de la globalización se instaura arropado en su carácter modernista, de modo implícito, y sobrepasa cualquier marco de nacionalidad para su justificación. La moda se encumbra mediante la subjetividad que implica la modernización desde los tiempos de conquista, y para esto debe barrer o succionar y posteriormente vaciar todo lo que implique tradición. Si acaso remarca los valores de la tradición pero sólo desde el presente.
La moda se entroniza a través de oposiciones relativamente binarias: naturaleza/ artificio, tropical/ templado, exotismo /austeridad, sofisticación/
”corrientes sucias”, etc., donde uno es el triunfador de acuerdo a las condicionalidades, tanto de demanda mercantil como de contexto.
Los planteamientos de una acción modernizadora en Latinoamérica no hacen sino demostrar como la llamado periferia queda reflejada más como objeto de una imagen producida por el centro de acuerdo a sus propios mitos y esteriotipos, que como sujeto que se revela a otros de por si.
La apropiación cultural y la hibridez simbólica.
La hibridez con que opera la moda permite el pulso de las zonas de centro y periferia, donde se estandarizan los escenarios, utensilios, adornos, etc., que implica generalmente una inversión, vaciamiento de determinadas formas de conciencia histórico/cultural, y establece el disfraz de varios sistemas simbólicos. Estos se estilizan y pueden concluir en el kitsch o rendidos ante la cultura de masas.
Las grandes casas y firmas dictadoras o regidoras de la moda, después de aquella revolución exótica de los sesenta y setenta, se han valido de la apropiación para oxigenar nuevas tendencias, así como para lograr una conexión con las minorías culturales y su inclusión dentro de la narrativa mundial. Estos grupos periféricos generalmente advierten el referente y pueden rendirse ante el símbolo o estereotipo, o repelerlo de una forma pasiva. Lo cierto es que esa conexión permite la asunción por parte de estos individuos de otros referentes que, de cierto modo, pactan su subordinación a la dominación cultural. Tales apropiaciones, generalmente se dan en el plano formal y desligadas de toda una ideología, un sustrato religioso o a cualquier otra particularidad cultural.
Nada de esto es tan macabro, sino sólo en el momento en punto en que se produce un distanciamiento del sujeto hacia su propia cultura, una no concientización, y esta es aprehendida o interpretada a través del propio referente ya adulterado y puesto a funcionar por las instancias dominadoras.
Los sujetos culturales de las periferias pasarían a constituir “victimas de la moda” debido a que su presencia en el fenómeno de la moda se instaurara desde la apropiación simiesca, desde una subordinación a los grandes dictados, en aras de legitimarse como sujeto moderno civilizado.
El propio enfrentamiento cultural de nacionalidades que impone el fenómeno también genera la adjetivación de ciertas modas. Una moda garantiza su aceptación según el concierto que se establezca por parte de la gran narrativa global. No es lo mismo una moda inglesa, americana, con referentes africanos o asiáticos o alguna que presenten elementos más visibles de la cultura de masas o cultura de “élite”.
Bourdieu reconoce la existencia de una nueva clasificación cuando se refiere al individuo en el actual momento cultural; “clase simbólica”. La moda determina un individuo que se identifica con una actitud ante la vida, una corriente de pensamiento, una escala de valores, es decir un individuo micro-distinto. La irreverente clasificación parte de la asociación que se puede establecer con respecto a la clase o estrato social del individuo de acuerdo con el atuendo, estilización de este y procedencia del mismo. La moda en este caso funge como diferenciadora de clase y de un sujeto cultural diferenciado del resto de la masa.
Una parte importante la tiene la fetichización de la imagen icónica. Generalmente dichos iconos se asocian con un proceder o una ideología y son vaciados de su contenido al ser usados indiscriminadamente por el mercado, que de cierto modo, los liga con una actitud ante la vida. Pasan estos a crear identidades desde lo aparencial, una herramienta de la que el mecanismo siempre se ha valido.
Es muy interesante el fenómeno de los iconos. Estos primero tuvieron la condición de imagen., de imagen definida por proceder de cualquier campo de la visualidad. Esta, antes de transitar a imagen constituía un ente, es decir un individuo o expresión social y cultural que representaba cierta aprehensión o cosmovisión del mundo muy particular. Dicho ente era un productor de discurso pasivo o activo. De productor de discursos transita a imagen en el momento en punto en que se asocia en su representacionalidad con una ideología o modos de vida. Se estable como elemento que aúna un grupo de individuos que comparten los mismos ideologemas. Ya aquí se inicia su fase icónica.
Con la gran efervescencia de la cultura de masa, de la industria global y la fetichizacion mercantil, el icono comienza a transitar por su fase de producto. Después sobrevendrán el vaciamiento simbólico y las remantizaciones. Tenemos dos ejemplos claros en la figura del Che Guevara y Bod Marley o en los grandes movimientos sociales hippie de los ’60.
La moda y la identidad genérica
La moda como elemento parametral de la cultura puede verse según la identidad genérica y la identidad específica, cuando la moda se identifique con la mujer o la cultura femenina.
La mujer ha sido asociada con las inconstancias de la moda, el exhibicionismo banal y el narcisismo. En realidad, esta asociación puede explicar parcialmente la marginación de la moda dentro de la teoría social, razón por la que se ha considerado «frívola», un sinsentido efímero indigno de la atención académica seria.
Desde el análisis de Bourdieu, las mujeres podrían aparecer, genéricamente, como «víctimas» del dominio simbólico masculino y sus prejuicios míticos. Pues, en cuanto «víctimas», y aunque despojadas de los caracteres arquetípicos amenazantes vinculados con lo femenino (“desde las sirenas o ménades de la antigüedad clásica a las femme fatale hollywoodenses, pasando por la Eva originaria en cuanto introductora del primer «adorno» de la humanidad, la hoja de la higuera, con el que se fundaría míticamente el principio de seducción”)2, aún continúan reflejando los prejuicios desfavorables basados en la supuesta debilidad «natural» o la inferioridad psicológica de este sexo (según los análisis de Hillman,)
El resultado es que la moda crea mujeres serviles cuya función social se limita a la representación de «bienes inmuebles» propiedad de los hombres. La moda tiraniza a las mujeres genéricamente, con sus pesados vestidos y estrictos reglamentos estéticos; las convierte en esclavas exquisitas. Se rechaza la moda, en resolución, desde criterios utilitaristas. Como en el análisis marxista, la moda deviene «irracionalidad» y «derroche vergonzoso» que habrá de ser eliminado, suponemos, desde una organización más «racional» del mundo. En suma la mujer victoriana aparece como víctima de la moda, por cuanto esta se encuentra definida por el principio de distinción jerárquica y del «bien inmueble» masculino.
Atendiendo a Esther Fischer-Homberger, cuando se habla de «fashion victims» (en sentido genérico) tiene que analizarse todo lo que respecta a la misoginia, las huellas de la conciencia patriarcal y la dominación masculina (no como dominio de los hombres sobre las mujeres, sino como dominio de los valores fuertes masculinos, patriarcales asociados con el honor, la producción y el logos fálico). O tratando a Simmel en sus acercamientos a la cultura femenina (entendida sobre todo en sentido subjetual, y no ya como cultura animi, sino más precisamente como culto del cuerpo, de sus apariencias, la coquetería, el vestido, los adornos), y atendiendo al uso mundano de la expresión anglosajona «fashion victim», la mujer misma es –según los prejuicios patriarcal-racionalistas– una víctima de la moda en sentido genérico.
La asociación de la mujer a estos elementos, deja al margen al hombre, lo que no implica por supuesto, un carácter eternitario de estos supuestos, pues sólo acontece en la memoria de una inexistente naturaleza humana. Cuando la moda ha estado más obsesionada por la diferenciación de género, cuando la moda es más “sexuada”, es justamente en los tiempos modernos (aún sin alcanzar el grado de diferenciación del “dimorfismo victoriano”). El historiador de la moda James Laver propuso que la más significativa división en lo que respecta a la ropa no ha sido entre los géneros, sino entre las prendas ‘drapeadas’ y ‘entalladas’. Por su parte, Flügel, en su célebre ensayo sobre «Psicología de la moda» describe el proceso de la gran renuncia masculina, mediante el cual el hombre deja de ser hermoso, y ello ante todo por el efecto de la ética protestante que va contra el espíritu de la aristocracia. Lo que el hombre quiere ser, a partir de la ética protestante del trabajo, no es bello o deseable, sino eficiente. Sin embargo, en último análisis, el mismo Flügel analiza las diferencias genéricas: los hombres y las mujeres, según él, son distintos por naturaleza: la mujer es mas narcisista, más sexual y más competitiva; pero los hombres, por su tendencia al uniformismo (reflejado en el sobrio traje y corbata) resultan más solidarios entre sí.
Pese a todo, sigue siendo substancialmente cierta la asociación entre moda y mujer, como un rasgo dominante en nuestras sociedades. Y todo ello, sin perjuicio de que el hombre ha ido incrementado progresivamente su interés por las modas. Un tercer hombre narcisista (parafraseando el título lipovetskiano) mediando entre el conservadurismo basado en el paradigma de la eficacia (encarnado por el hombre eficiente según la ética protestante del trabajo) y la vanguardia estética basada en el paradigma del placer (encarnado, como límite estético, en el homosexual hedonista y feminizado) está ganando de nuevo su interés por parecer «bello».
Parece obvio que los análisis centrados en las burguesas ociosas de fines del XIX no resultan aplicables salva veritate a la mujer trabajadora, emancipada y hedonista del siglo XXI (siempre que tengamos a la vista los estados parlamentario-democráticos del primer mundo y sus sociedades satisfechas y económicamente opulentas). Después del individualismo narcisista, la “segunda revolución individualista” definida por Lipovetsky, la ética protestante del deber llega al momento de su declive (Lipovesky,) y los valores permisivos, hedonistas y psicologistas relevan a los valores disciplinarios y rigoristas, que eran los dominantes en la cultura del individualismo burgués hasta el desarrollo del consumo y de la comunicación masiva. El consumo jerárquico basado en el principio de distinción (Bourdieu) según el status social cede el paso ante el consumo lúdico basado en el paradigma del confort, del status símbolo, del look personal y la auto-realización. La mujer posmoderna (y ciudadana del primer mundo) ya no gana su valor en cuanto “bien inmueble” del hombre, no se define ya como la gloria del varón sino que deviene valor para sí misma: la mujer escoge otros mitos para definirse, pasa de María a Venus.
Desvirtuar el símbolo.
Persisten sectores de la contracultura que subvierten los tradicionales mecanismos de diferenciación del sexo, mediados por los agentes comunicadores, que instauran la total libertad de estilos, siempre que respondan claro a un interés de comercio. De manera subjetiva a nivel de subconsciente, muy subliminal, el individuo es bombardeado con el flujo publicitario que apoya la vanguardia estética, que se convierte en tradición, cuando es desarticulada y despojada de su valor simbólico inicial. El individuo no se reconoce genéricamente, pues se subvierten los roles y se traslapan los esquemas atributivos que corresponden a cada sexo. Se intercambian aretes, fulares, corbatas, colores, elementos de la fantasía femenina y masculina, rosas de un fucsia irreverente, escotes que antes que resaltar la masculinidad, feminizan la arrogancia masculina.
En el momento de la crisis nomenológica existen estrategias propias del periodo cultural que permiten violentar el estigma que provocan los estereotipos y las identidades preconcebidas. Es el caso de la presentación de la deconstrucción de los valores de la masculinidad. Se nos presenta un travestismo como engaño y simulación que se desliga del estilo unisex preconizado por las décadas anteriores, en aras de la liberación sexual. Ya no se pretende liberar al sujeto contemporáneo de roles y tareas encomendadas por el panorama social burgués, sino anular la conciencia de sus posiciones en ese entorno social y estrovertir comportamientos y anhelos que a nivel del subconsciente han quedado reprimidos por la burocracia moderna
Una de las estrategias realmente socorridas es la practicada por los hombres gay, que se redefinen a través de sus propias estrategias de grupo -retomando patrones que determinaba una subcultura homosexual- recuperando una identidad de macho, para invertir el estereotipo que de ellos tiene el grupo dominante y deslindarse, mediante atributos propios, del grupo hegemónico. Los símbolos de la masculinidad son parodiados y puestos en duda, creando nuevas esencias en el plano de las construcciones culturales.
El diseñador en la periferia El modelo tras la androginia.
Desde la multiculturalidad el fenómeno es complejo, dado que cada moda se hace acompañar de todo un ritual y la suposición de un estilo. En América Latina, las líneas complementadas con cortes y colores ideados para un individuo de rasgos caucásicos, anula todo el esplendor y validez de una raza muy diferente. Los diseñadores de estos países a su vez, no diseñan para un sujeto nacional, sino para el sujeto global que posteriormente lo legitimará en los cenáculos de la costura occidental. Es por esto que se explica la ausencia de talentosos diseñadores jóvenes que partan de una compresión de lo nacional, en las listas de la temporada de Alta costura y pre-a-porter. Aquellos que ya han logrado un nombre en ocasiones tienen que subordinar, dentro de su conceptualización del diseño, los elementos de la tradición o si no jugar con ellos como un simple añadido exótico. Encontrando a una Carolina Herrera, un Oscar de la Renta o Francisco Ayala que anuncian sus temporadas anuales en París, Milán o Nueva York, para un publico comprador occidentalizado que exige encontrase a sí mismo dentro de la propuesta que se exhibe.
El modelo en esencia, en cuanto es construido por un creador de imágenes, solamente debe ser el que porta el producto que será exhibido en los grandes salones de moda y mercantilizado posteriormente. Tras la aparición reveladora de Twiggys, la gran musa para los grandes diseñadores en los sesenta y el rostro de toda una generación, con su delgadez extrema, su esbeltez y sus ágiles ademanes, crearía un patrón a seguir por toda mujer contemporánea. Es entonces que en los slogans publicitarios no sólo figuran los diseñadores ya legitimados, sino también un sequito de modelos seleccionados persiguiendo un canon absolutamente occidental, marcado por la anorexia y la androginia griega. Las culturas periféricas, entre ellas la latinoamericana, deseosas de todo reducto que les posibilite el olvido de su condición subalterna, sueñan con la existencia exangüe de rostros como Valeria Mazza o Giselle Bounchen, que validen una cultura complejista de sus rostros indígenas y cuerpos chatos. La cultura hispanoamericana se busca, en estos iconos que están muy lejos de la estética de las tradiciones y el contexto latino, pues responden a una política de mercado. El modelo ya no funge como perchero sino que constituye una entidad icónica que es el suspiro de aquello queremos ser, oprimidos por cuatrocientos años de coloniaje y vasallaje. Apareciendo certámenes imitativos y glamorosos con los ridículos nombres de Miss Venezuela o Miss Colombia, cuando lo que se busca no es la mujer Latinoamericana sino la mujer que responda a cabalidad con las medidas de cintura de Claudia Schieffer.
El cuerpo como espacio de representación y remantización de lo simbólico.
El individuo debido a su fragilidad frente a las grandes directrices y estrategias políticas y económicas, y a su incapacidad de cambiar el panorama social mediante su accionar directo, se escuda en la extensión de su propia piel como espacio de accionar plástico. Este advierte la geografía corporal como un medio para defender su identidad. Esto se refracta en un constante sentido de accidentalidad del marco vital inmediato y también en la inclusión de adornos: collares, perforaciones en la oreja, aletas de la nariz y tatuajes.
Esta nueva moda de perforaciones y tatuajes, primeramente ligada a los grupos marginalizados y que encuentra su raíz real en culturas no ¨occidentalizadas¨, se han expandido gracias al mercado que emplea formas más apegadas a los referentes figurativos metabolizados por occidente, aún cuando estos provienen de otras culturas (¨primitivas¨).
Sin dudas la moda hace del cuerpo su cimero escenario de representación. Se fuerzan los límites naturales de este en aras de logran una serie de patrones que se avengan con los criterios de belleza.
El cuerpo femenino se presenta, en occidente como el gran espacio de transformación dentro del credo patriarcal. Dietas, fajas modeladoras, spas, intensivas sesiones de maquillaje constituyen todo un transitus para el cuerpo, que tiene como finalidad legitimarse dentro de un patrón.
En las culturas no occidentales la intervención del espacio corporal es un hecho indispensable ya que dicha acción no se concibe, a la manera occidental, como invasión de la armonía natural; sino que esta es necesaria como completamiento de la creación de la naturaleza, es decir, el perfeccionamiento de la belleza natural. En occidente la ruptura del espacio corporal también se realiza con fines estéticos; con la diferencia de que aquí sería un valor agregado no imprescindible.
Al igual que el arte, la moda sigue las leyes del progreso técnico y se autonomiza con respecto a la belleza. Comprobamos más recientemente la autonomía del vestir en cuanto su filiación al cuerpo, el diseño, incluso del vestir mismo: las últimas tendencias consisten específicamente en reconstruir el vestido.
Un rol importante dentro del fenómeno lo juega la metamorfosis, el disfraz y el travestismo. La moda también supone una simulación de patrones que logran liberal al individuo del aspecto habitual o intentar exteriorizar una personalidad: la creación de un personaje, hecho este que lo libera de sus miedos e inhibiciones.
Por su parte la metamorfosis se da como el intento de romper lo establecido. En ella se perciben como propias las características del otro. Se trata a su vez de una hiperdemarcación de los atributos que identifican un grupo y que en verdad no son más que el esteriotipo de estos. De un esteriotipo entendido como la mirada que el otro tiene sobre el sujeto y que pacta una identidad clausurada debido a la generalización
Coda.
La academia y los espacios de discusión reflexiva y teórica, han consensuado, que el fenómeno de la moda en el vestir y otras manifestaciones culturales, que también implica la puesta en práctica de usos y costumbres: son harto reveladoras para todo abordaje y la cabal comprensión de la lógica cultural contemporánea. Son diversos los sentidos que puede cobrar la moda como signo, en la revelación de un discurso, de una información, mediada por ejes antropológicos, sociológicos y sicológicos.
Puede hablarse de la estatización de lo real, en la medida en hay mucho de artisticidad en la elaboración de los referentes visuales que la publicidad emplea. Esto se desplaza al campo de la moda y su palafernaria, en que fluyen incesantemente elementos visuales extraídos de disímiles matrices culturales, que a la larga demuestra la validez del principio de la multiplicidad que le ha sido otorgado al actual momento cultural.
Los mismos patrones que rigen los centros de poder, no pueden fungir como estandartes para determinar las realidades culturales y otros tipos de las mayorías periféricas. Aún cuando se intente resarcir el panorama cultural marginado, la incompetencia de los análisis que de este se hacen, el desentrañamiento de las mismas.
En Latinoamérica se observan jirones tanto de modernidad como de postmodernidad. Una Latinoamérica heteróclita, que no ha renunciado al mito, y donde coexisten las supersticiones y un moralismo lapidario con los principios que rigen la vida moderna. Esto se hace extensivo al mundo del glamour.
La moda genera significados que son aprehendidos por el sujeto latinoamericano y la forma en la que se expresa, revela que son anacronismos descontextualizados y destituidos de su valor original fuera del espacio para el que fue creada. La moda en el espacio latinoamericano más que representar descentra.
En el contexto cultural de la modernidad, asociado fundamentalmente al proyecto ilustrado y su universalismo intrínseco, soslayaba el territorio, afianzando el supuesto de que lo bueno para Europa debía ser, por transitividad, esencialmente bueno también para los países que esta colonizaba. Por tal vía la tan vapuleada modernidad negó de hecho la alteridad, desvalorizando la capacidad de las matrices simbólicas de reinterpretar y rearticular los elementos recibidos. La modernidad pretendió liberar al hombre de los mitos del poder y se dispuso a arrasar con todo, sin indagar la racionalidad diferente que la sostenía. Destruyendo la diversidad del mundo, desterritorializó al pensamiento y ya en su fase más tardía, desestructuró los sujetos colectivos, interrumpiendo su proceso histórico. Los países centrales se desarrollaron a expensas de los países de la periferia, con lo cual el mito del progreso terminó desplazando al progreso real, lo nuevo se valora por su carácter de nuevo, sin detenerse demasiado en su calidad intrínseca ni de lo que destruye al construirse. Lo no occidentalizado o lo occidentalizado a medias solamente, se vio como una forma de barbarie, que legitimó el genocidio, la deculturación y el silenciamiento. Lo indígena e incluso lo hispánico colonial, se consideraron rémoras al progreso. Se construyó otra historia y se llama entonces cultura nacional, no a la realidad verificable, sino a un proyecto que negaba o folklorizaba nuestras raíces, en lugar de promover un crecimiento desde dentro a partir de su propia dinámica. La falta de autodeterminación estética y la crisis de un pensamiento que ahonde en reflexiones determinantes sobre el panorama visual latinoamericano independiente del hegemónico, a la misma altura y claridad de este, son la constatación de un decadentismo subjetual, lo mismo en su nivel de colectividad que en el plano individual del sujeto.
El fenómeno moda ha sido pocas veces analizado asumiendo posturas desde la filosofía, por cuanto los acercamientos sistemáticos que al mismo se han efectuado, siempre han estado marcados por análisis centralmente sociológicos y antropológicos, psicológicos y sicoanalíticos, históricos y económicos. Tales enfoques categoriales han tratado de desentrañar este evento sin dar por sentado de antemano su irracionalidad, frivolidad, o bien su carácter de menudencia empírica, radicalmente alejada de la atalaya filosófica tradicionalista: a la manera de Kant quedaría resumida a mera generalidad empírica o atendiendo los presupuestos gadamerianos sólo el buen gusto puede ser considerado trascendental a priori. Tampoco una filosofía estructuralista alcanzaría el status de verdadera filosofía de la moda, por cuanto sus análisis no logran desbordar el plano lingüístico de la moda descrita. No obstante desde que Simmel ensayara su Filosofía de la moda, donde señala como la moda misma no ha dejado de incorporarse en nuestras prácticas al modo de Bourdieu, afectando a la vez que es afectada por procesos estructurales de primer orden, aunque todo ello sin merecer, parejamente, un estudio filosófico académico de carácter específico. No tratándose ya del olvido del Ser, sino como escribía Heidegger, del olvido y la represión de sus modos. Tampoco los filósofos desentrañadores de las problemáticas postmodernas, con sus constantes referencias sobre el sentido de la modernidad, han prestado atención particular a la forma de cómo esta modernidad se imprime realmente en los cuerpos a través, no sólo de los modos del discurso (en el nivel macro de los relatos), sino también de las modas en el vestir (en el nivel micro) relacionado esencialmente con las prácticas (si se quiere, en un sentido más fenomenológico) y con la lógica económico-política de la producción. Lo que vuelve a la moda un asunto de interés crítico para una filosofía materialista, desde el presente, es que no se trata sólo de un asunto de conciencia, sino ante todo de un asunto de cuerpo, pues el vestuario no se considera un accidente antropológico, una especie de epifenómeno sin importancia, sino que justamente se encuentra en el centro de la condición humana específica (en su proceso de humanización en cuanto puede diferenciarse este del proceso de hominización).
Partiendo del análisis de la moda como modus, en cuanto idea ontológica por excelencia (y no ya categoría sociológica, psicológica o antropológica) y dialécticamente implicada con la idea de substancia; inaugurando todo un sistema de oposiciones binarias que el análisis filosófico se encargaría de recorrer: apariencias y ser, moda y vanguardias, moda y arte, moderno y clásico. Porque la moda, en cuanto idea, atraviesa las más diversas categorías y convoca a un análisis específico del cuerpo como término de partida y llegada de la misma crítica filosófica.
Modulando la idea de moda, esta podría entenderse de dos maneras: la moda en su caso especifico de vestuario y como fenómeno más general que incluye los usos del cuerpo y todo lo que respecta a tendencias generalizadoras de actitudes y comportamientos individuales o colectivos, distinguiéndose por lo que media entre el vestir que incluye los accesorios y la modernidad. Distinción que se aclara apelando a la noción de símbolo, por cuanto la moda como símbolo reúne según lo tratado todo un mundo sensible o material (el vestuario y los aditamentos con su respectiva referencia al cuerpo y las prácticas corporales) y un mundo ideológico (vinculado a las ideas propugnadas por la modernidad y la postmodernidad que incluyen el liberalismo, el individualismo, el narcisismo).
Particularidades de la moda.
La moda implica la intrumentalización de determinados usos y costumbres y su variación o muerte. Permite la circulación de una serie de valores que se potencian en su poder sígnico dentro del espacio social.
Constituye un refugio de la individualidad incapacitada para gestar cambios a partir de sus decisiones en los macroespacios de la vida social.
”No sólo domina nuestra visión del mundo, sino que hace de lo efímero nuestra certeza sensible, llena nuestros oídos, determina, en forma urgente, nuestra estética moral, nuestras miméticas conductas y hasta preconiza un sentido de la idea del bien individual y social”1.
Es decir que la concienciación de una individualidad y las prácticas que ellas conforman resarcen en el plano de lo cotidiano la nulidad del sujeto en el accionar político, económico, productivo, etc.
El fenómeno del vestir implica una imantación en el cuerpo de determinado discurso y su relación con prácticas inherentes a ciertas lógicas económicas y políticas.
La dinámica cultural opera con principios paralelos a los del sistema de la moda en su proceso de funcionalización. La moda como símbolo encarna en sus prácticas y usos un estado cultural o al menos lo devela en su carácter “subjetivo” u “objetivo”.
Esta, en el panorama de la cultura occidental se presenta como activo agente globalizador y a su vez sólo se entroniza debido a que el fenómeno de la globalización se instaura arropado en su carácter modernista, de modo implícito, y sobrepasa cualquier marco de nacionalidad para su justificación. La moda se encumbra mediante la subjetividad que implica la modernización desde los tiempos de conquista, y para esto debe barrer o succionar y posteriormente vaciar todo lo que implique tradición. Si acaso remarca los valores de la tradición pero sólo desde el presente.
La moda se entroniza a través de oposiciones relativamente binarias: naturaleza/ artificio, tropical/ templado, exotismo /austeridad, sofisticación/
”corrientes sucias”, etc., donde uno es el triunfador de acuerdo a las condicionalidades, tanto de demanda mercantil como de contexto.
Los planteamientos de una acción modernizadora en Latinoamérica no hacen sino demostrar como la llamado periferia queda reflejada más como objeto de una imagen producida por el centro de acuerdo a sus propios mitos y esteriotipos, que como sujeto que se revela a otros de por si.
La apropiación cultural y la hibridez simbólica.
La hibridez con que opera la moda permite el pulso de las zonas de centro y periferia, donde se estandarizan los escenarios, utensilios, adornos, etc., que implica generalmente una inversión, vaciamiento de determinadas formas de conciencia histórico/cultural, y establece el disfraz de varios sistemas simbólicos. Estos se estilizan y pueden concluir en el kitsch o rendidos ante la cultura de masas.
Las grandes casas y firmas dictadoras o regidoras de la moda, después de aquella revolución exótica de los sesenta y setenta, se han valido de la apropiación para oxigenar nuevas tendencias, así como para lograr una conexión con las minorías culturales y su inclusión dentro de la narrativa mundial. Estos grupos periféricos generalmente advierten el referente y pueden rendirse ante el símbolo o estereotipo, o repelerlo de una forma pasiva. Lo cierto es que esa conexión permite la asunción por parte de estos individuos de otros referentes que, de cierto modo, pactan su subordinación a la dominación cultural. Tales apropiaciones, generalmente se dan en el plano formal y desligadas de toda una ideología, un sustrato religioso o a cualquier otra particularidad cultural.
Nada de esto es tan macabro, sino sólo en el momento en punto en que se produce un distanciamiento del sujeto hacia su propia cultura, una no concientización, y esta es aprehendida o interpretada a través del propio referente ya adulterado y puesto a funcionar por las instancias dominadoras.
Los sujetos culturales de las periferias pasarían a constituir “victimas de la moda” debido a que su presencia en el fenómeno de la moda se instaurara desde la apropiación simiesca, desde una subordinación a los grandes dictados, en aras de legitimarse como sujeto moderno civilizado.
El propio enfrentamiento cultural de nacionalidades que impone el fenómeno también genera la adjetivación de ciertas modas. Una moda garantiza su aceptación según el concierto que se establezca por parte de la gran narrativa global. No es lo mismo una moda inglesa, americana, con referentes africanos o asiáticos o alguna que presenten elementos más visibles de la cultura de masas o cultura de “élite”.
Bourdieu reconoce la existencia de una nueva clasificación cuando se refiere al individuo en el actual momento cultural; “clase simbólica”. La moda determina un individuo que se identifica con una actitud ante la vida, una corriente de pensamiento, una escala de valores, es decir un individuo micro-distinto. La irreverente clasificación parte de la asociación que se puede establecer con respecto a la clase o estrato social del individuo de acuerdo con el atuendo, estilización de este y procedencia del mismo. La moda en este caso funge como diferenciadora de clase y de un sujeto cultural diferenciado del resto de la masa.
Una parte importante la tiene la fetichización de la imagen icónica. Generalmente dichos iconos se asocian con un proceder o una ideología y son vaciados de su contenido al ser usados indiscriminadamente por el mercado, que de cierto modo, los liga con una actitud ante la vida. Pasan estos a crear identidades desde lo aparencial, una herramienta de la que el mecanismo siempre se ha valido.
Es muy interesante el fenómeno de los iconos. Estos primero tuvieron la condición de imagen., de imagen definida por proceder de cualquier campo de la visualidad. Esta, antes de transitar a imagen constituía un ente, es decir un individuo o expresión social y cultural que representaba cierta aprehensión o cosmovisión del mundo muy particular. Dicho ente era un productor de discurso pasivo o activo. De productor de discursos transita a imagen en el momento en punto en que se asocia en su representacionalidad con una ideología o modos de vida. Se estable como elemento que aúna un grupo de individuos que comparten los mismos ideologemas. Ya aquí se inicia su fase icónica.
Con la gran efervescencia de la cultura de masa, de la industria global y la fetichizacion mercantil, el icono comienza a transitar por su fase de producto. Después sobrevendrán el vaciamiento simbólico y las remantizaciones. Tenemos dos ejemplos claros en la figura del Che Guevara y Bod Marley o en los grandes movimientos sociales hippie de los ’60.
La moda y la identidad genérica
La moda como elemento parametral de la cultura puede verse según la identidad genérica y la identidad específica, cuando la moda se identifique con la mujer o la cultura femenina.
La mujer ha sido asociada con las inconstancias de la moda, el exhibicionismo banal y el narcisismo. En realidad, esta asociación puede explicar parcialmente la marginación de la moda dentro de la teoría social, razón por la que se ha considerado «frívola», un sinsentido efímero indigno de la atención académica seria.
Desde el análisis de Bourdieu, las mujeres podrían aparecer, genéricamente, como «víctimas» del dominio simbólico masculino y sus prejuicios míticos. Pues, en cuanto «víctimas», y aunque despojadas de los caracteres arquetípicos amenazantes vinculados con lo femenino (“desde las sirenas o ménades de la antigüedad clásica a las femme fatale hollywoodenses, pasando por la Eva originaria en cuanto introductora del primer «adorno» de la humanidad, la hoja de la higuera, con el que se fundaría míticamente el principio de seducción”)2, aún continúan reflejando los prejuicios desfavorables basados en la supuesta debilidad «natural» o la inferioridad psicológica de este sexo (según los análisis de Hillman,)
El resultado es que la moda crea mujeres serviles cuya función social se limita a la representación de «bienes inmuebles» propiedad de los hombres. La moda tiraniza a las mujeres genéricamente, con sus pesados vestidos y estrictos reglamentos estéticos; las convierte en esclavas exquisitas. Se rechaza la moda, en resolución, desde criterios utilitaristas. Como en el análisis marxista, la moda deviene «irracionalidad» y «derroche vergonzoso» que habrá de ser eliminado, suponemos, desde una organización más «racional» del mundo. En suma la mujer victoriana aparece como víctima de la moda, por cuanto esta se encuentra definida por el principio de distinción jerárquica y del «bien inmueble» masculino.
Atendiendo a Esther Fischer-Homberger, cuando se habla de «fashion victims» (en sentido genérico) tiene que analizarse todo lo que respecta a la misoginia, las huellas de la conciencia patriarcal y la dominación masculina (no como dominio de los hombres sobre las mujeres, sino como dominio de los valores fuertes masculinos, patriarcales asociados con el honor, la producción y el logos fálico). O tratando a Simmel en sus acercamientos a la cultura femenina (entendida sobre todo en sentido subjetual, y no ya como cultura animi, sino más precisamente como culto del cuerpo, de sus apariencias, la coquetería, el vestido, los adornos), y atendiendo al uso mundano de la expresión anglosajona «fashion victim», la mujer misma es –según los prejuicios patriarcal-racionalistas– una víctima de la moda en sentido genérico.
La asociación de la mujer a estos elementos, deja al margen al hombre, lo que no implica por supuesto, un carácter eternitario de estos supuestos, pues sólo acontece en la memoria de una inexistente naturaleza humana. Cuando la moda ha estado más obsesionada por la diferenciación de género, cuando la moda es más “sexuada”, es justamente en los tiempos modernos (aún sin alcanzar el grado de diferenciación del “dimorfismo victoriano”). El historiador de la moda James Laver propuso que la más significativa división en lo que respecta a la ropa no ha sido entre los géneros, sino entre las prendas ‘drapeadas’ y ‘entalladas’. Por su parte, Flügel, en su célebre ensayo sobre «Psicología de la moda» describe el proceso de la gran renuncia masculina, mediante el cual el hombre deja de ser hermoso, y ello ante todo por el efecto de la ética protestante que va contra el espíritu de la aristocracia. Lo que el hombre quiere ser, a partir de la ética protestante del trabajo, no es bello o deseable, sino eficiente. Sin embargo, en último análisis, el mismo Flügel analiza las diferencias genéricas: los hombres y las mujeres, según él, son distintos por naturaleza: la mujer es mas narcisista, más sexual y más competitiva; pero los hombres, por su tendencia al uniformismo (reflejado en el sobrio traje y corbata) resultan más solidarios entre sí.
Pese a todo, sigue siendo substancialmente cierta la asociación entre moda y mujer, como un rasgo dominante en nuestras sociedades. Y todo ello, sin perjuicio de que el hombre ha ido incrementado progresivamente su interés por las modas. Un tercer hombre narcisista (parafraseando el título lipovetskiano) mediando entre el conservadurismo basado en el paradigma de la eficacia (encarnado por el hombre eficiente según la ética protestante del trabajo) y la vanguardia estética basada en el paradigma del placer (encarnado, como límite estético, en el homosexual hedonista y feminizado) está ganando de nuevo su interés por parecer «bello».
Parece obvio que los análisis centrados en las burguesas ociosas de fines del XIX no resultan aplicables salva veritate a la mujer trabajadora, emancipada y hedonista del siglo XXI (siempre que tengamos a la vista los estados parlamentario-democráticos del primer mundo y sus sociedades satisfechas y económicamente opulentas). Después del individualismo narcisista, la “segunda revolución individualista” definida por Lipovetsky, la ética protestante del deber llega al momento de su declive (Lipovesky,) y los valores permisivos, hedonistas y psicologistas relevan a los valores disciplinarios y rigoristas, que eran los dominantes en la cultura del individualismo burgués hasta el desarrollo del consumo y de la comunicación masiva. El consumo jerárquico basado en el principio de distinción (Bourdieu) según el status social cede el paso ante el consumo lúdico basado en el paradigma del confort, del status símbolo, del look personal y la auto-realización. La mujer posmoderna (y ciudadana del primer mundo) ya no gana su valor en cuanto “bien inmueble” del hombre, no se define ya como la gloria del varón sino que deviene valor para sí misma: la mujer escoge otros mitos para definirse, pasa de María a Venus.
Desvirtuar el símbolo.
Persisten sectores de la contracultura que subvierten los tradicionales mecanismos de diferenciación del sexo, mediados por los agentes comunicadores, que instauran la total libertad de estilos, siempre que respondan claro a un interés de comercio. De manera subjetiva a nivel de subconsciente, muy subliminal, el individuo es bombardeado con el flujo publicitario que apoya la vanguardia estética, que se convierte en tradición, cuando es desarticulada y despojada de su valor simbólico inicial. El individuo no se reconoce genéricamente, pues se subvierten los roles y se traslapan los esquemas atributivos que corresponden a cada sexo. Se intercambian aretes, fulares, corbatas, colores, elementos de la fantasía femenina y masculina, rosas de un fucsia irreverente, escotes que antes que resaltar la masculinidad, feminizan la arrogancia masculina.
En el momento de la crisis nomenológica existen estrategias propias del periodo cultural que permiten violentar el estigma que provocan los estereotipos y las identidades preconcebidas. Es el caso de la presentación de la deconstrucción de los valores de la masculinidad. Se nos presenta un travestismo como engaño y simulación que se desliga del estilo unisex preconizado por las décadas anteriores, en aras de la liberación sexual. Ya no se pretende liberar al sujeto contemporáneo de roles y tareas encomendadas por el panorama social burgués, sino anular la conciencia de sus posiciones en ese entorno social y estrovertir comportamientos y anhelos que a nivel del subconsciente han quedado reprimidos por la burocracia moderna
Una de las estrategias realmente socorridas es la practicada por los hombres gay, que se redefinen a través de sus propias estrategias de grupo -retomando patrones que determinaba una subcultura homosexual- recuperando una identidad de macho, para invertir el estereotipo que de ellos tiene el grupo dominante y deslindarse, mediante atributos propios, del grupo hegemónico. Los símbolos de la masculinidad son parodiados y puestos en duda, creando nuevas esencias en el plano de las construcciones culturales.
El diseñador en la periferia El modelo tras la androginia.
Desde la multiculturalidad el fenómeno es complejo, dado que cada moda se hace acompañar de todo un ritual y la suposición de un estilo. En América Latina, las líneas complementadas con cortes y colores ideados para un individuo de rasgos caucásicos, anula todo el esplendor y validez de una raza muy diferente. Los diseñadores de estos países a su vez, no diseñan para un sujeto nacional, sino para el sujeto global que posteriormente lo legitimará en los cenáculos de la costura occidental. Es por esto que se explica la ausencia de talentosos diseñadores jóvenes que partan de una compresión de lo nacional, en las listas de la temporada de Alta costura y pre-a-porter. Aquellos que ya han logrado un nombre en ocasiones tienen que subordinar, dentro de su conceptualización del diseño, los elementos de la tradición o si no jugar con ellos como un simple añadido exótico. Encontrando a una Carolina Herrera, un Oscar de la Renta o Francisco Ayala que anuncian sus temporadas anuales en París, Milán o Nueva York, para un publico comprador occidentalizado que exige encontrase a sí mismo dentro de la propuesta que se exhibe.
El modelo en esencia, en cuanto es construido por un creador de imágenes, solamente debe ser el que porta el producto que será exhibido en los grandes salones de moda y mercantilizado posteriormente. Tras la aparición reveladora de Twiggys, la gran musa para los grandes diseñadores en los sesenta y el rostro de toda una generación, con su delgadez extrema, su esbeltez y sus ágiles ademanes, crearía un patrón a seguir por toda mujer contemporánea. Es entonces que en los slogans publicitarios no sólo figuran los diseñadores ya legitimados, sino también un sequito de modelos seleccionados persiguiendo un canon absolutamente occidental, marcado por la anorexia y la androginia griega. Las culturas periféricas, entre ellas la latinoamericana, deseosas de todo reducto que les posibilite el olvido de su condición subalterna, sueñan con la existencia exangüe de rostros como Valeria Mazza o Giselle Bounchen, que validen una cultura complejista de sus rostros indígenas y cuerpos chatos. La cultura hispanoamericana se busca, en estos iconos que están muy lejos de la estética de las tradiciones y el contexto latino, pues responden a una política de mercado. El modelo ya no funge como perchero sino que constituye una entidad icónica que es el suspiro de aquello queremos ser, oprimidos por cuatrocientos años de coloniaje y vasallaje. Apareciendo certámenes imitativos y glamorosos con los ridículos nombres de Miss Venezuela o Miss Colombia, cuando lo que se busca no es la mujer Latinoamericana sino la mujer que responda a cabalidad con las medidas de cintura de Claudia Schieffer.
El cuerpo como espacio de representación y remantización de lo simbólico.
El individuo debido a su fragilidad frente a las grandes directrices y estrategias políticas y económicas, y a su incapacidad de cambiar el panorama social mediante su accionar directo, se escuda en la extensión de su propia piel como espacio de accionar plástico. Este advierte la geografía corporal como un medio para defender su identidad. Esto se refracta en un constante sentido de accidentalidad del marco vital inmediato y también en la inclusión de adornos: collares, perforaciones en la oreja, aletas de la nariz y tatuajes.
Esta nueva moda de perforaciones y tatuajes, primeramente ligada a los grupos marginalizados y que encuentra su raíz real en culturas no ¨occidentalizadas¨, se han expandido gracias al mercado que emplea formas más apegadas a los referentes figurativos metabolizados por occidente, aún cuando estos provienen de otras culturas (¨primitivas¨).
Sin dudas la moda hace del cuerpo su cimero escenario de representación. Se fuerzan los límites naturales de este en aras de logran una serie de patrones que se avengan con los criterios de belleza.
El cuerpo femenino se presenta, en occidente como el gran espacio de transformación dentro del credo patriarcal. Dietas, fajas modeladoras, spas, intensivas sesiones de maquillaje constituyen todo un transitus para el cuerpo, que tiene como finalidad legitimarse dentro de un patrón.
En las culturas no occidentales la intervención del espacio corporal es un hecho indispensable ya que dicha acción no se concibe, a la manera occidental, como invasión de la armonía natural; sino que esta es necesaria como completamiento de la creación de la naturaleza, es decir, el perfeccionamiento de la belleza natural. En occidente la ruptura del espacio corporal también se realiza con fines estéticos; con la diferencia de que aquí sería un valor agregado no imprescindible.
Al igual que el arte, la moda sigue las leyes del progreso técnico y se autonomiza con respecto a la belleza. Comprobamos más recientemente la autonomía del vestir en cuanto su filiación al cuerpo, el diseño, incluso del vestir mismo: las últimas tendencias consisten específicamente en reconstruir el vestido.
Un rol importante dentro del fenómeno lo juega la metamorfosis, el disfraz y el travestismo. La moda también supone una simulación de patrones que logran liberal al individuo del aspecto habitual o intentar exteriorizar una personalidad: la creación de un personaje, hecho este que lo libera de sus miedos e inhibiciones.
Por su parte la metamorfosis se da como el intento de romper lo establecido. En ella se perciben como propias las características del otro. Se trata a su vez de una hiperdemarcación de los atributos que identifican un grupo y que en verdad no son más que el esteriotipo de estos. De un esteriotipo entendido como la mirada que el otro tiene sobre el sujeto y que pacta una identidad clausurada debido a la generalización
Coda.
La academia y los espacios de discusión reflexiva y teórica, han consensuado, que el fenómeno de la moda en el vestir y otras manifestaciones culturales, que también implica la puesta en práctica de usos y costumbres: son harto reveladoras para todo abordaje y la cabal comprensión de la lógica cultural contemporánea. Son diversos los sentidos que puede cobrar la moda como signo, en la revelación de un discurso, de una información, mediada por ejes antropológicos, sociológicos y sicológicos.
Puede hablarse de la estatización de lo real, en la medida en hay mucho de artisticidad en la elaboración de los referentes visuales que la publicidad emplea. Esto se desplaza al campo de la moda y su palafernaria, en que fluyen incesantemente elementos visuales extraídos de disímiles matrices culturales, que a la larga demuestra la validez del principio de la multiplicidad que le ha sido otorgado al actual momento cultural.
Los mismos patrones que rigen los centros de poder, no pueden fungir como estandartes para determinar las realidades culturales y otros tipos de las mayorías periféricas. Aún cuando se intente resarcir el panorama cultural marginado, la incompetencia de los análisis que de este se hacen, el desentrañamiento de las mismas.
En Latinoamérica se observan jirones tanto de modernidad como de postmodernidad. Una Latinoamérica heteróclita, que no ha renunciado al mito, y donde coexisten las supersticiones y un moralismo lapidario con los principios que rigen la vida moderna. Esto se hace extensivo al mundo del glamour.
La moda genera significados que son aprehendidos por el sujeto latinoamericano y la forma en la que se expresa, revela que son anacronismos descontextualizados y destituidos de su valor original fuera del espacio para el que fue creada. La moda en el espacio latinoamericano más que representar descentra.
lunes, 6 de abril de 2009
domingo, 5 de abril de 2009
Sección “Los extraños casos de la orquídea salvaje”: Episodio 3. Lección de botánica.
Por Clarissa Muller
Tumbada en el tejado de mi casa veía los papalotes y chiringas arrebatarle ciertas condolencias a la brisa, mientras recortaba las siluetas de los vecinos y sacudía mi pelo hacia atrás para que el sudor no se acumulara en mi cuello. Silvia venía cada tarde a escuchar a The ramones y a Sex Pistols. A saber por qué nos gustaban tanto. Ella prefería escucharlos en mi grabadora viejísima que enredaba y hacía lucir a Sid Vicious como ido de revoluciones como decíamos de chiste. En su casa tenían ya algunos adelantos, su papá era marinero y siempre creía sorprenderla con alguna novedad tecnológica. Igual ella prefería reírse con la disfuncionalidad de mi tape recorder.
De esos viajes nos había contentado más que nada una fabulosa antena que nos dejaba según estuviese el tiempo, captar las señales de la FM, como también le decíamos a las emisoras gringas, donde por primera vez escuché Ironic de Alanis Morissette y Zombie de Cramberries. La música nos sacaba del paso y nos sentíamos realmente muy bien.
Silvia siempre leía en voz alta su tarea de Redacción y aunque me duele decirlo era pésima porque realmente se esforzaba. Me obligaba a darle consejos gramaticales y a finalmente rehacerle el trabajo. Decía que quería estudiar botánica, locuras supongo, porque la verdad no imaginaba a Silvia estudiando absolutamente nada.
Nuestros padres nunca nos reprocharon nada, pero advertían con recelo nuestro creciente desinterés por los muchachos del equipo de waterpolo. Silvia trajo para mí la enorme felicidad de acompañarme en mis ratos, en todos mis ratos. Habíamos planeado fugarnos en un Mustang, buscar trabajo fuera de la ciudad y tal vez vivir en un trailer cerca de la costa. Nunca nos fuimos y tocó empezar el collage. Silvia siguió viniendo a casa, llevaba flores a domicilio y yo mandaba mis diseños a pequeños atelieres que nunca me tomaban en serio.
En la fiesta de la graduación Silvia estaba impresionante, llevaba un traje de franela negro de hombre que yo le había ajustado sus medidas. Unos delgados hilos plateados rompían la perfecta visualidad del negro. Llevaba bailarinas negras cubiertas casi en su totalidad por la amplia caída del pantalón, el pelo perfectamente recogido que dejaba ver la perfecta redondez de su rostro. Menos atrevida yo había optado por un vestido soleado hasta el suelo a pesar de mis zapatos altísimos. Silvia irrumpió brillando decidida, entró al salón y colocó en mis manos un ramillete de girasoles cortados con cuidadosa premura. Hizo una reverencia solicitando mi mano. Sin querer resistirme avancé lentamente hasta el centro, Silvia puso su mano en mi cintura y me acercó tanto que casi rozamos las mejillas. Nunca entendí mi destreza en el baile de ese día, ambas odiábamos aquel ritual, habíamos decidido obviar aquella ceremonia pero estábamos allí. Silvia de repente separó su cuerpo del mío y como un acto sublime de Yves Klein me acercó otra vez tanto que alcanzó a besarme sonrojada.
Por la siguientes semanas recibí girasoles cada día al tiempo que veía a mi madre echarlos a la basura apresurada. Silvia y yo hicimos un pacto, nos colamos en la pinacoteca del pueblo y recortamos cuidadosamente aquella famosa reproducción de un cuadro de Van Gogh y la colocamos bajo mi colchón para que no se marchitara. Silvia y yo nos amamos muchas veces en el tejado de mi casa mientras recortábamos las siluetas de los vecinos contra el cielo cubierto de papalotes y chiringas.
sábado, 4 de abril de 2009
Sección “Los extraños casos de la orquídea salvaje”: Episodio 2. Canguros a la medianoche.
Por Clarissa Muller
En estos días fumo demasiado, ya no puedo hacer concesiones con el cigarro. Siento una ganas repentinas de llenarme toda de humo hasta que mi asma me lo permita y mi bolsillo también. Escucho Say hello to heaven del Temple of a dog y miro con nostalgia las fotos de mi novio colgadas en la pared. Está tan lejos ahora y acaba de saltar la canción, debe estar rayado el disco. Repaso unas cuantas lecciones de inglés y me aburro en la brevedad de este escritorio. Aparto suavemente los cuadernos y enciendo la TV. Ansiosa busco algo interesante y la dejo prendida para imaginar que las chicas no se han ido y como de costumbre la tele permanece encendida aún cuando nadie la está viendo.
Mis compañeras de piso se han marchado y siento un poco de alivio, pero esperar tanto su partida me ha hecho recordar que estoy completamente sola. Me ducho y salgo apresurada del baño para no atrapar el típico resfriado del baño a las once y media de la noche. Cierro la puerta del balcón y mi vecino predilecto como de costumbre cierra silencioso las persianas coincidentemente. Miro descuidada la TV y trasmiten un documental sobre los canguros australianos al tiempo me desenredo cuidadosamente el pelo. Busco con ansiedad un cigarrillo y descubro enojada que se han agotada, estrujo la cajetilla y presiento que no tengo mucho dinero tampoco. Encuentro exasperada algunas monedas ocultas en el refajo del bolso, creo que alcanzarán para unos cuantos cigarrillos sueltos. Atropello las escaleras y la cafetería queda a cuatro cuadras largas. Caminando recuerdo algunas fotos de Gemma Ward que le mandé por e-mail a mi novio y de nuevo intento apresurarme.
No me gusta andar sola de noche y paso furtiva frente al Le Blanc Club. Un joven varado en la puerta me haces señales de humo para que me acerque. Time of trouble es el segundo tema del Temple, le hago caso, sólo quiere simular que somos pareja para poder entrar, él paga el ticket de ambos y yo desaparezco con una cerveza. Recuerdo mis cigarros pero igual ya estoy dentro. Sofía está justo frente a mí pero a unos cuantos metros y aún sigo cerca de la entrada esperando la señal de que ya puedo irme.
Sofía se parece un poco a Gemma o tal vez lo imagino, la cara un poco ancha, redondísima, el mentón perfectamente terminado y simple, esbozado sutilmente el ángulo, los labios muy finos y pequeños. ¿Le habrían llegado aquellas fotografías? Sofía nunca me miró, a pesar de que continuaba sentada frente a mí. Era muy alta podía notarlo por la rectitud del torso y la amplitud del brazo al reclinarse a recoger algo caído al suelo. La miré lo suficiente como para notar que algo me hacía dudar de su perfección. Sofía me hizo renunciar a mi devoción por aquella imagen de Richard Avedon, en la que una mujer vestida de blanco flotaba en el agua con el cuerpo totalmente hundido, los pies descalzos y el rostro fuera del agua nunca puede verse. Me acerqué lentamente hasta que estuve lo suficientemente cerca como para poder inclinarme hasta su oído y segura le pregunté: ¿Me prestas uno? Es que he olvidado los míos. Clarissa, mucho gusto. Sofía, el gusto es mío. Me extendió el briquet, lo recogió y salió apurada hacia la pista de baile con un joven que le tendió la mano. Me alejé hasta la salida y me volví al piso sin esperar nada, me recosté al sofá y apagué la tele. Busqué en el bolso y recordé que aún no tenía cigarros.
viernes, 3 de abril de 2009
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