martes, 22 de febrero de 2011

HENRY MILLER: EL VIENTRE INMENSO.


Como dice el diccionario, el vientre es el lugar donde se engendra y cobra vida alguna cosa. En la medida en que yo puedo comprender, nunca hay nada más que vientre. Ante todo y por último, el vientre de la Naturaleza; luego, el vientre materno; y, finalmente, el vientre dentro del cual vivimos y somos, que llamamos mundo. No aceptar el mundo como un vientre es, en gran parte, causa de nuestro dolor. Creemos que la criatura no nacida vive en estado de bienaventuranza; creemos que la muerte es una liberación de los males de la vida; pero todavía nos negamos a considerar la vida en sí como una bienaventuranza y un bien. Y sin embargo, en el mundo que nos rodea, ¿acaso no se engendra y cobra vida todo? Quizá sea nada más que oír de nuestras ilusiones considerar la tumba como un refugio y los nueve meses que preceden al nacimiento como una felicidad. ¿Quién sabe algo acerca de la vida uterina o la vida del más allá? No obstante, ha prendido, y no desaparecerá jamás, la idea de que esos dos estados de inconsciencia significan ausencia de dolor y lucha, y por ende bienaventuranza. Por otra parte, sabemos por experiencia que hay personas vivas y que andan por el mundo en lo que se llama estado de felicidad. ¿Son más inconscientes que los demás o lo son menos? Creo que la mayoría de nosotros coincidiría en que son menos inconscientes. ¿En qué difieren entonces sus vidas de las del tipo corriente de hombre? A mi modo de ver, la diferencia está en su actitud ante el mundo, en el hecho importantísimo de que han aceptado el mundo como vientre y no como tumba. Pues no parecen ni lamentar lo pasado ni temer lo venidero. Viven con un estado intenso de conciencia, pero aparentemente sin miedo.

Se ha dicho que el miedo, que desempeña un papel predominante en nuestras vidas, fue en un tiempo algo vago, innominado, un eco, casi podría decirse, del instinto vital. Se ha dicho que con el avance de la civilización ese miedo innominado paulatinamente fue cristalizado en un miedo a la muerte. Y en la cumbre de la civilización ese miedo a la muerte se torna miedo a la vida, tal como ejemplifica la conducta del neurótico. Ahora bien, el miedo no tiene nada de raro: sea cual fuere la forma en que se manifiesta es algo que todos conocemos tan bien que cuando aparece un hombre que carece de él en seguida nos esclaviza. En la historia de la humanidad ha habido menos de un puñado de hombres así. Poco importa que hayan sido fuerzas del bien o del mal: el temor que suscitan es el temor que suscita el monstruo. En verdad que todos fueron monstruos, se llamarán Tamerlán, Buda, Cristo o Napoleón. Fueron figuras heroicas, y el héroe, según los mitos, siempre nace en forma sobrenatural. El héroe, en suma, es el que escapa a la conmoción del nacimiento.
El héroe entonces es una suerte de monstruo inmune al dolor y al sufrimiento: está del lado de la vida. Para él el mundo es un lugar donde las cosas se engendran, cobran vida. La vida se le revela como un arte, no como una prueba. Goza de la vida reordenándola según sus propias necesidades. Quizá afirme que lo hace por los demás, pero sabemos que también es un embustero. El héroe es el hombre que se dice a sí mismo: aquí es donde suceden las cosas, no en otra parte. Obra como si el mundo fuera su casa. Semejante conducta, desde luego, provoca una confusión espantosa, pues como todos saben, la gente rara vez está en su casa, siempre está en otro lado, siempre "ausente". La vida, como se la llama, para la mayoría de nosotros es una larga postergación. Por una razón bien simple: el MIEDO.
Como vemos siempre que estalla una guerra, el temor a la guerra se vence en el momento en que uno se encuentra realmente metido en ella. Si la guerra fuera en realidad tan terrible como la imagina la gente, hace tiempo que se la habría suprimido. Hacer la guerra es tan natural para los seres humanos como hacer el amor. El amor puede volver cobardes a los hombres tanto como el miedo a la guerra. Pero cuando un hombre se enamora desesperadamente, comete cualquier crimen, y no solamente se siente justificado, sino también contento. Está en el orden de las cosas.
Los hombres más sabios son aquellos que hablan de la ilusión: MAYA. La ilusión es el antídoto del miedo. Cuando están en actividad, vuelven absurdamente ilógica la vida. Pero es precisamente esa dualidad paradojal de la vida la que nos mantiene, la que nos hace ir y venir alternativamente de un vientre a otro. El mundo, que no sólo es el mundo humano, es el vientre de todo, del nacimiento, de la vida y de la muerte.
El hombre lucha constantemente por constituirse en parte de ese tercer vientre, omnímodo, EL MUNDO. Es el caos original, el asiento de la creación misma. Ningún hombre lo logra del todo. Es una condición del ES no conocida ni por el feto ni por el cadáver. Pero el alma la conoce, y si bien es inalcanzable, no por eso es menos verdadera.
Es curioso que en nuestra lengua el verbo que expresa el ser sea intransitivo. La mayoría de las personas hallan natural que el verbo tu be (ser) sea intransitivo. Pero sabemos que hay lenguas que no hacen la distinción entre verbos intransitivos y transitivos. El espíritu de tales lenguas está más profundamente arraigado en el símbolo. Puesto que únicamente mediante el símbolo comprendemos profundamente algo, cuanto más precisa y conceptual llega a ser una lengua, más estéril se torna. Las lenguas modernas, todas ellas, reflejan más y más la muerte que está dentro de nosotros. Reflejan muy claramente el hecho de que consideramos la vida en sí como un zaguán, poco importa que desemboque en el cielo o en el infierno. Contra ese automatismo estancado fue contra lo que luchó Lawrence su vida entera; esa entrega a los instintos de muerte es lo que enfurece a un hombre como Céline.
La muerte real no causa terror a los seres ordinarios, inteligentes y sensibles. La gran pesadilla es la muerte en vida. La muerte en vida significa la interrupción de la corriente de la vida, la anticipación de un proceso natural de muerte. Es la forma alternativa de reconocer que el mundo no es en realidad más que un gran vientre, el lugar donde todo cobra vida. Todo lo que vive tiene voluntad, esto es, creatividad. La voluntad está en el verbo, el modificativo más importante de nuestra oración: los verbos son ipso facto transitivos. Sin embargo, la mente puede convertir en intransitivos los verbos, como puede anular la voluntad. Pero por naturaleza los verbos son símbolos de acción, independientemente de que la acción consista en hacer, tener, respirar o ser.

De hecho sólo hay una corriente constante de actividad, un movimiento de aproximación o apartamiento de la vida. Esa actividad continúa aún en la muerte, resultando allí a menudo la actividad más fructífera. No tenemos un verdadero lenguaje para la muerte, puesto que nada sabemos de ella, puesto que no la hemos experimentado; sólo tenemos conceptos, contrasímbolos que son expresión de la vida en forma negativa. Todo lo que realmente conocemos es devenir, cambio y transformación interminables. Las cosas se recrean constantemente. El verdadero temor, el terror verdadero, está en la idea de fijación. Es una idea viviente de la muerte.

Algunas personas nacen muertas. Algunas dan la impresión de vivir sólo a medias. Otras parecen radiantes de energía. No importa que se esté del lado de la vida o del lado de la muerte.
La vida es tan maravillosa con signo menos como con signo más. El verdadero milagro es estarse quieto. Significaría convertirse en Dios, o en muerto en vida. Es la única posible escapatoria del vientre, y por eso, desde luego, la noción de Dios está tan arraigada en la conciencia humana. Dios es suma, lo cual es lo mismo que decir cesación. Dios no representa la vida, sino la realización, que es la única forma legítima de muerte.

En esta forma legítima de muerte que digo está detrás de la idea de realización, hay la más completa subordinación al instinto vital. Ésta es la idea que ha obsesionado a todos los maniáticos religiosos, la muy sensata idea de que únicamente viviendo algo hasta la plenitud puede haber un fin. Es una idea enteramente amoral, totalmente artística. Los artistas más grandes han sido los inmoralistas, es decir, los partidarios de vivirla hasta el fin. Por su puesto que inmediatamente fueron mal comprendidos por sus discípulos, por los que andan predicando en su nombre, propagando tal o cual evangelio. Esas grandes figuras estaban imbuidas de una idea: la de llevar las cosas a un fin. A todos les obsesionaba el sufrimiento.
La idea de que el vientre puede ser un lugar de castigo o tortura es bastante reciente. Quiero decir con esto que tiene unos pocos miles de años. Coincide con la pérdida de la inocencia. Todas las ideas sobre el Paraíso implican la conquista del miedo. El Paraíso es siempre una condición que se merece o gana mediante la lucha. La eliminación de la lucha es la lucha mayor: la lucha por no luchar. Porque la lucha, erróneamente o no, tiene que ver con el nacimiento. Pero hubo un tiempo en que el nacimiento era fácil. Ese tiempo es ahora tanto como entonces. Para sobrepasar el dolor y el sufrimiento, para superar la lucha, hay que aprender el arte del equilibrista... Al caminar por la cuerda floja por encima de los opuestos uno llega a estar plena y agudamente consciente -peligrosamente consciente-. El estado consciente se extiende para abarcar los opuestos aparentemente conflictuales. Estar sumamente consciente, que significa aceptar la vida tal como es, elimina los terrores de la vida y mata las falsas esperanzas. Diría más bien, mata la esperanza, porque, vista desde un más allá, la esperanza se presenta más como un mal que como un bien.

No digo nada sobre ser feliz. Cuando realmente comprende uno lo que es la felicidad, se apaga uno como una luz. Toda medida para una vida mejor aquí en la tierra significa mayor sufrimiento y aflicción. Todo lo que se planea para mañana significa la destrucción de lo que ahora existe. El mejor modo es el que existe ahora en este mismo momento. Es el mejor porque es absolutamente justo -lo cual no quiere decir que tenga nada que ver con la justicia-. Si deseáramos algo mejor o peor-, no tenemos más que exigirlo y bien que lo tendremos. El mundo es un sueño que se va cumpliendo de un momento a otro, y sólo el hombre está profundamente dormido en medio de su creación. Nacimiento y renacimiento, y los monstruos son una parte de la creación tanto como los ángeles. El mundo se torna interesante y habitable sólo cuando lo aceptamos in toto con los ojos del todo abiertos, sólo cuando lo vivimos hasta el fin como vive hasta el fin el feto su vida uterina. A propósito, ¿alguien ha oído hablar alguna vez de un feto "inmoral"? ¿O de un cadáver "cobarde"? ¿Puede alguien decir si los habitantes de los bosques de Australia llevan una vida acertada, una buena vida? Y las flores ¿acaso contribuyen al progreso y la invención? Son estas pequeñas preguntas las que a menudo perturban a los filósofos. Sabotaje intelectual. Pero de vez en cuando está bien hacer preguntas a las cuales no se puede responder: hace más vivible la vida.

Recuerdo una frase que me perseguía cuando era más joven: "el hombre camino del orden". No sabía lo que quería decir exactamente, pero me fascinaba. Creía. Hoy, aunque confieso con franqueza que no sé lo que significa esa frase, creo más que nunca. Creo en todo, bueno y malo. Creo más y menos de lo que es verdad. Creo más allá de todo el volumen del pensar humano. Creo en todo. Creo en una vida colectiva y también en la vida individual. Creo en la vida del mundo, del útero que es. Creo en las contradicciones de la vida uterina de este mundo. Creo en tener dinero y también creo en no tenerlo. Y crea o no, actúo siempre. Actúo primero y averiguo después. Porque nada me parece más cierto que todo lo existente existe por un fiat. Si algo es el mundo, es un acto. El mundo no es pensamiento, pero bien puede ser un acto de pensamiento. Quienes actúan, originan reacciones, como decimos. En las agonías del alumbramiento la madre sólo reacciona: el que actúa es el feto. Y viva o muera la madre, para el feto es lo mismo. Para un feto lo importante es el nacimiento.

De modo similar, para el hombre lo importante es nacer, nacer al mundo, al mundo -tal-como-es, no a un mundo imaginario, anhelado, no a un mundo mejor, más feliz, sino a éste, el único mundo, el mundo de AHORA. Hoy hay muchas personas que imaginan que la forma de hacerlo es pagar a otro para que les permita tenderse sobre un sofá y les escuche el relato de sus penas. Otros también creen que las parteras que desempeñan esa tarea deberían pagar ellas mismas para volver a nacer.

Siempre hay Redentores, y de algún modo a los Redentores siempre se las dan por la cabeza. Nadie ha descubierto todavía cómo salvar a quienes se niegan a salvarse a sí mismos. Y además -una pequeña pregunta uterina-, ¿queremos realmente que nos salven? Si así fuera, ¿para que, por qué, qué hay que salvar?

Vemos cómo los bancos gastan el dinero que ahorramos para ellos; vemos cómo los gobiernos gastan los impuestos que nos obligan a pagar a fin de "protegernos", dicen ellos...¿No sabemos que Dios nos está dando constantemente su amor ilimitado? En los lugares más altos se da y gasta muchísimo. ¿Por qué entonces no nos damos a nosotros mismos, con derroche, con abundancia, completamente? Si comprendiéramos que somos parte del proceso interminable, que no podemos perder ni ganar nada, sino vivir hasta el fin, ¿nos comportaríamos como lo hacemos? Imagino el hombre del año 5000 de nuestra era abriendo la puerta de su casa y saliendo a un mundo infinitamente mejor que éste; también puedo imaginarlo saliendo a un mundo infinitamente peor que el nuestro. Pero en el fondo de mi corazón creo para él, Mr. John Doe en persona, será exactamente el mismo mundo que éste que ahora habitamos. La fauna y la flora quizá sean diferentes, el clima podrá ser diferente, las ideologías podrán ser diferentes, Dios podrá ser diferente, pero John Doe mismo será diferente y, por lo tanto, todo será lo mismo. Me siento tan cerca del John Doe del año 5000 de nuestra era como del John Doe del año 5000 antes de Cristo. Sería incapaz de elegir entre los dos. Cada uno tiene su propio mundo al cual pertenece. Quien no comprenda lo maravilloso que es el mundo, tant pis para él. El mundo es el mundo, y al mundo le interesa más su propio nacimiento y muerte que la opinión que Mr. John Doe pueda tener sobre él.

La mayor parte de los trabajadores activos del mundo contemporáneo consideran nuestra vida sobre la tierra como un Purgatorio o un Infierno. Sudan y luchan por convertirla en un Cielo para el hombre del futuro. O si se niegan a formulárselo a sí mismos de este modo, dicen pules que es para hacerse un Cielo para ellos mismos, un poco más adelante. El tiempo pasa. Planes quinquenales. Planes para diez años. (Dinosaurios, dinastías, dínamos.) Entretanto se carian los dientes, viene el reumatismo, luego la muerte. Pero nunca el Cielo. De algún modo, el cielo siempre está en lontananza, siempre allí la vuelta. Mañana, mañana, mañana... (*)

(*) Fuente: Henry Miller, La sabiduría del corazón, Buenos Aires, Sur, 1966.
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