lunes, 21 de junio de 2010
Capítulo 23.- Transatlanticism.
Por Ana Rosa Valdez
No fui consciente del instante en que Mr. Klimt me tomó en sus brazos, intentando arrojarme contra el vacío. Grité… Pero el sonido de mi voz sucumbió ante el la música de Death Cab for Cutie. Mr. Klimt parecía odiarme. Si esto era una broma, era de muy mal gusto. Volví a gritar, al menos a intentarlo. Esta vez sentí como el sonido de mi voz se ahogaba en sus labios. El balcón se movía a una velocidad exquisita. La brisa nos había abandonado. Su cuerpo reposaba ligeramente sobre el mío. Contra la pared. El cemento blanco. Las luces de la ciudad que se oscurecía. Las olas reventando en la arena blanca. El malecón y los transeúntes. La lluvia en la música de Death Cab for Cutie, la lluvia de acordes y melodías. Mr. Klimt besándome. Besando cada parte de mi cuerpo bajo la lluvia de acordes y melodías de una canción de Death Cab for cutie. El piso 13. La sala desprovista de muebles. La antigua puerta de madera que había rescatado de la casa de mis padres. En Ibiza. Los libros y la taza de café. Mr. Klimt haciéndome el amor encima de la mesa redonda, junto a los libros de Marguerite Duras y la taza de café, sucia, quizás aún tibia, quizás con un resto de líquido claro y dulce. La música del Transatlanticism. Específicamente “Transatlanticism”. Y el crescendo en mitad de la nada, o la melodía era muy suave. Los suaves golpes sobre el teclado, la batería a un ritmo totalmente equilibrado y emocionante. Como beber una taza de café en la calle G del Vedado. Queriendo estar tan cerca. Necesitando a Mr. Klimt muy cerca.
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