viernes, 11 de junio de 2010
IMAGEN VIRTUAL
Por Miñuca Villaverde
Sólo tenía una saya. La usaba cuando iba a bailar. El resto del tiempo andaba desnuda por la casa. En epoca de frío se tapaba con una manta y salía a la calle envuelta en ella. Para el verano se iba en su carro viejo hasta la playa nudista que distaba sólo una milla de su casa. Los cristales oscuros de las ventanillas impedían ver que llevaba el torso desnudo. Un día tuvo un accidente en el carro, camino del mar, y dejó que el auto culpable se fuera con tal de no tener que bajarse desnuda en la calle. Pues ése era su secreto. El estar siempre desnuda, menos en el invierno o cuando iba a bailar. Por eso trabajaba desde la casa. Los únicos que la veían en todo su esplendor eran los que conversaban con ella desde lugares distantes a través del Internet, conectados por cámaras de vídeo. Muchos pensaban, cuando ella contestaba la llamada y la veían desnuda, que buscaba la pornografía. Pero no, les decía ella, es mi forma de vestir. Usar mi propia piel. Claro que todos trataban de crear una relación sexual a través de las cámaras, pero ella por lo general las evitaba. Convenciéndolos o convenciéndolas -que ambos sexos se comunicaban con ella- de que lo suyo era un deseo de relacionarse, llana y sencillamente. A veces, eso sí, entraba en contactos sexuales virtuales con los que la llamaban. Pero ella, por el nombre que daban en la lista de correo, sabía bien si merecía o no la pena aceptar la comunicación. So big, For men only o Lesbi o Sólo para ti, Carne limpia, no eran nombres que la atraían. Y prefería comunicarse con Pepi o Loly o Soledad o Cristóbal Colón. Nunca sabía el verdadero nombre de ellos. Tampoco ella les daba el suyo. A veces ni la cara les veía. Pues cuando conectaba con la pantalla del comunicante podía verle sólo de la cintura para abajo y una mano extraña moviéndose intermitentemente en primer plano. Entonces cortaba la comunicación y esperaba otro timbrazo del teléfono. Esa noche no se quedó en su casa. Salió con su falda cubriéndole desde el pecho hasta la mitad de los muslos. Tenía cita con uno de sus amigos virtuales, de quien había visto el rostro, a más de otras partes del cuerpo.
Llevaba tiempo conversando con él ,y siendo uno de los pocos que vivían en su localidad decidió hablarle en persona. Más le picaba la curiosidad por verlo vestido que conocerlo personalmente. Fue él uno de los pocos que logró convencerla de que siempre hablaran como si estuvieran en un campo nudista virtual. Dejando a un lado la parte pornográfica de la comunicación, que tanto le molestaba. Así fue. Se dieron cita en un café del centro de la ciudad. Tuvieron que especificar cómo se vestirían; porque aunque se conocían de tanto verse por la pantalla del monitor, no sería lo mismo verse ahora vestidos que desnudos. El le habló de un traje, cuello y corbata. Ella habló de su saya. Olvidó decirle que era roja. Prometieron no hablar de sus conversaciones virtuales en público. Ese tema quedaba para el Internet. Cuando se aproximaba la hora del encuentro ella caminó por la acera de enfrente para observar a los parroquianos del café al aire libre en que se habían dado cita. Vio a muchachas con sus parejas, sentadas, relajadas tomando un trago o algún helado o una comida fresca propia del verano. Vio a hombres junto a sus parejas, comiendo plácidamente. Sólo había uno que, sentado a su mesa, parecía esperar la llegada de alguien. Miraba a derecha e izquierda y le hacía señas al camarero de que esperara para servirle. Justo frente a ella pasó una joven con un vestido sin tirantes, que se amarraba al pecho con una cinta que caía hasta sus rodillas. Lleno de flores, volaba al viento como si sus pliegues fuesen ramas de un árbol de gardenias. Blancas en el diseño. El fondo verde acentuaba esa visión de la naturaleza. Pensó en el rojo de su saya, que llevaba similarmente atada y rizada al pecho. Y hasta se planteó si no sería hora de cambiarla por otra de dibujos más floridos. Cambiando la mirada vio al hombre levantándose de su asiento para acercarse a la mujer, que ahora cruzaba la calle en direccion al café. Notó desde esa distancia que aquella cara le era familiar y supo que era él. Se quedó quieta en su lugar y dejó que los acontecimientos se desarrollaran. La del vestido de flores quedó quieta frente al hombre, al ver que se le aproximaba. Iba a sentarse en una silla vacía pero antes de que pudiera hacerlo, él la cogió por el brazo, le sonrió y la llevó hasta su mesa. La muchacha se quedó asombrada ante aquello pero cedió a tal galantería, o a tal osadía. Que sólo un hombre seguro de sí mismo, como él parecía, sería capaz de realizar. En aquel momento ella comprendió el error. Aquel vestido parecía una falda. Y él había confundido a esa otra mujer con ella misma. Ambas eran rubias, altas. Tenían edades similares y en cuanto a la voz, ya se vería si él era capaz de reconocerla. Pues el sonido virtual era muy deficiente. Y a veces las voces quedaban distorsionadas de tal manera que era mejor escribirse mientras se comunicaban por el Internet. Cansada de esperar a que él se diera cuenta de que la mujer que invitaba a su mesa no era ella, se sentó en un banquillo frente al café, bajo la sombra de un árbol. Los observaba sin dejar de admirar la presencia magnífica de aquel hombre que al levantarse de su asiento había mostrado su altura y su compostura. Quizás vestido lucía mejor que desnudo. No hizo ademán de ir a interrumpirlos. Quizás luego le dijera en una próxima comunicación virtual que se había confundido. Que no era ella sino otra con la que había estado. Y que ella lo había observado todo el tiempo riéndose del error. Pasó un rato largo y entre risas y sonrisas, la pareja, que había terminado ya su consumo, se levantó y salió del brazo de aquel lugar. Para asombro de ella, puesto que se habían prometido antes de verse no irse juntos a parte alguna hasta no conocerse mejor. La amistad o lo que fuera, habían acordado ambos, debería ser algo duradero. O romperse en ese mismo café, dando por terminada las comunicaciones para siempre si no se gustaban en persona. El dirigió a la compañera hacia el auto que tenía estacionado a pocos pasos del café y ella, por mera curiosidad, corrió hacia el suyo, una calle más arriba. Tenía la intención de seguirlos. Poco a poco se fue acercando al auto de él, que se dirigía hacia las afueras de la ciudad. No sabía a dónde iban. Finalmente los vio llegar a un descampado, en donde divisó una carpa que dejaba ver el nombre incompleto de lo que debió de haber sido un circo. Estacionó tras una caseta derruida que la ocultaba a la vista del otro carro y esperó a que la pareja descendiera de éste, siempre oculta tras los cristales oscurecidos del suyo. La puerta del chofer se abrió y él descendió. Cuando ella se preparaba para bajarse de su auto y seguirlos, se contuvo. El hombre cerró su puerta y no fue hacia el otro lado del carro a abrir la de su compañera. Caminó apresuradamente hacia una de las puertas de los remolques estacionados alrededor de la carpa y dejó a la muchacha en el auto. Ella esperó, pero como pasaban los minutos decidió descender del coche y caminar por el estacionamiento hacia el carro del hombre y pasarle por delante a la mujer sentada dentro. Quería verla más de cerca. Quería verle los ojos, si eran azules como los de ella. Porque sólo así podría él haberse confundido tanto como para pensar que era ella. Además, ellos no hablarían de nada de lo que ya habían hablado antes, pues querían verse como si nunca se hubieran visto ni conocido, y no habría más forma de reconocerse que por las facciones.
Avanzó hacia el auto y vio por el parabrisas trasero la melena de la mujer caída sobre el costado izquierdo de su asiento. Dio la vuelta y se fue acercando a ella, y notó que su cabeza estaba desplomada sobre el hombro, como dormida. Reaccionó dando un paso atrás por temor a despertarla. Después de todo, no podría ver el color de sus ojos si los tenía cerrados. Pero la curiosidad y el deseo de jugarle una broma a él cuando regresara y hacerle ver su confusión la hicieron avanzar. Ya justo al lado de la puerta pudo ver por los cristales del carro que la mujer no parecía dormida sino totalmente desmanejada. Vio sus brazos caídos a los lados del cuerpo, medio deslizado hacia abajo en el asiento. Quiso tocarla pero la puerta estaba cerrada con pestillo. Golpeó la ventanilla y miró hacia el remolque a donde había ido el hombre, y entonces lo vio salir acompañado de otro cuyo rostro estaba maquillado como un payaso. Ambos venían apresuradamente hacia el carro. Decidió esconderse y en el tiempo que ellos emplearon en recorrer el tramo lleno de arbustos secos ella logró introducirse en su carro sin ser vista. Quería ver qué pasaba. No era el momento ni de jugar bromas ni de darse a conocer. No quería ser testigo de una mala digestión de la mujer que la había suplantado. Los dos hombres abrieron el auto por la zona del pasajero, como si supieran de antemano de qué problema se trataba. Esto no la asombró, puesto que la mujer podía haberse enfermado en el trayecto y él acercarse a ese lugar que parecía conocer, en busca de ayuda. Pero se hizo también la pregunta, si en el camino había hospitales, ¿por qué no escogió uno de ellos en vez de este circo abandonado?. Entre ambos la sacaron del carro, no sin antes mirar a su alrededor, como asegurándose de que nadie rondaba por la zona desierta del estacionamiento. Algunos autos viejos, incluyendo el de ella, estaban estacionados allí, pero sin gente dentro. Ella se agachó en su asiento, aunque sabía que era imposible verla desde afuera y a la distancia en que estaba. Sintió el portazo del otro carro y asomó los ojos para ver qué sucedía. Vio a los dos hombres caminar rápidamente hacia el remolque, sosteniendo el cuerpo desmanejado de la mujer por los pies y los brazos. Las flores de su vestido que se arrastraba por el piso arenoso ya no volaban al viento, ahora recogían el polvo del camino. Caían sobre éste como ella caía entre los brazos de ellos.
Esperó un tiempo que cada vez se le hacía más largo. No había encendido el motor para gozar del aire acondicionado por temor a ser descubierta, por lo que el calor la sofocaba. Atinó a abrir un poco la ventanilla. Pero no se fue, quería ver qué hacía el hombre. Minutos después lo vio salir del remolque, acompañado del payaso, ya no sólo maquillado sino vestido de esa manera, cargando equipos de fotografía y luces. Se dirigieron hacia la playa que estaba más allá del remolque. Iban y venían, trayendo y llevando todo lo necesario para montar un set de fotografía. Finalmente cargaron un baúl que parecía pesar. Y lo depositaron a la sombra del remolque. Pero la mujer no aparecía por parte alguna. Supuso o quiso suponer que la habían acomodado en una cama y dejado dormir su borrachera. Si era eso lo que tenía. Observó la carpa del supuesto circo y notó sus telas raídas, los escalones de hierro que conducían a sus gradas rotos y deshechos por el efecto del mar. Lo único que denotaba que allí había vida era la pantalla de un ordenador encendida tras una ventana del remolque y la ropa que colgaba de una tendedera junto a éste, de hombre y de mujer. Algunas medias de hilo fino, ropa interior de seda, en negro y en rojo. Batas de dormir transparentes, que nada tenían que ver con el ambiente de desolación y descuido que allí reinaba. Observó entonces cómo más allá de las tendederas, los dos hombres montaban a orillas del mar un escenario digno de una película: pantallas reflectoras, dos cámaras de televisión o cine, sobre sendos trípodes, colocadas en ángulo. Sillas de extensión, pelotas de playa, sombrillas y toallas de colores completaban la escenografía. Atardecía. El payaso se acercó a la tendedera, cogió unas prendas interiores y volvió a la playa. El hombre, sentado sobre el baúl, se quitó los zapatos y luego se desprendió de los pantalones, el saco, corbata, camisa; y finalmente se puso de pie y dejó caer su ajustado calzoncillo.
Ella lo volvía a ver desnudo. Esta vez desde una distancia real, no virtual. Era él. El mismo hombre que le había hablado tantas veces desde el otro lado de la pantalla. Si había tenido la duda cuando lo vio vestido en el café, ahora estaba segura de que era él, porque más de una vez le había enseñado a través de la cámara el enorme tatuaje que llevaba en una nalga; que aunque nunco pudo detallar a plenitud era capaz ahora de descubrir de qué se trataba:Era la cara de un payaso muy similar al que ahora lo acompañaba, y cubría casi completamente su nalga derecha, dándole color. Oyó las voces de los hombres rompiendo el silencio del lugar y entrelazándose con las olas del mar y los vio acercarse de nuevo al baúl, abrirlo y sacar de dentro un bulto que resultó ser el cuerpo desmadejado de la mujer. Totalmente desnudo. Se echó hacia atrás en su asiento y no quiso ver. Pero vio. Y de cerca. Salió protegida por las sombras del atardecer que ya caían y caminó hacia la carpa para refugiarse tras una de sus telas. Tan ocupados estaban ellos en sus labores que no sintieron ruido alguno ni notaron su proximidad. La filmación iba a comenzar. Los dos hombres se apostaron tras las cámaras luego de encender los faroles. Ella vio a la mujer desnuda echada sobre la silla de playa, iluminada por la luz del atardecer. Las cámaras empezaron a rodar. Se hizo silencio. Sólo el batir de las olas se oía. La piel cada vez más pálida de la mujer se tornaba violácea, reflejando el poniente. El hombre dejó rodando su cámara y se aproximó a la mujer, se tiró sobre ella y sin pérdida de tiempo comenzó una danza sexual, en la que la elevaba hacia él, dejando que sus hombros y torso cayeran hacia atrás atraídos por la gravedad, ya sin fuerzas para combatirla. Le elevaba las piernas a voluntad, sin que éstas ofrecieran resistencia. Y hacía a su gusto con aquel cuerpo, en el que la muerte tomaba rostro por minutos. Tirado sobre ella como estaba, podía la cámara ver el tatuaje de la cara del payaso en su trasero. Esa imagen era interrumpida súbitamente por la aparición del propio payaso, que irrumpía en escena haciendo juegos malabares. Lo que aprovechaba el hombre para desprenderse del cuerpo de la mujer y volver a su cámara a filmar la cara de su compañero en primer plano, muy de cerca, sin ver el resto de su cuerpo. Le tocaba al payaso reflejar, con su rostro y no con su cuerpo, el placer sentido al hacer el amor a aquel cadáver. De la risa pasaba al terror, del terror a un rostro diabólico y de ahí de nuevo a la risa. La noche caía y con ella llegaba el fin de la filmación. No sin antes volver el hombre a sus juegos sexuales con el cuerpo inerte de la mujer y enlazarse con ella en esa danza macabra que terminaba en estentores de felicidad.Oculta por la carpa ella observaba aquellas escenas. Cuando cayó del todo la noche salió de su escondite. Ya ellos habían partido, llevando consigo aquel cuerpo, oculto en el baúl del carro.Días después, cuando de nuevo decidió ella abrir su ordenadora y conectarse con su mismo nombre de antes, sintió enseguida el teléfono del Internet y leyó el mensaje que esperaba.
“Payaso desea hablar con Imagen Virtual, ¿acepta”?
“OK”, pinchó ella.
El apareció, no desnudo. Vestido de cuello y corbata. Ella, desnuda como siempre.
“Hola”, dijo.
“Hola”, tartamudeó él, sin saber qué decir, con el rostro contraído. “¿Quién eres tú?”, balbuceó. “¿Cómo, cómo, estás todavía…?” Iba a decir “viva”, pero sólo logró decir “ahí”.
“Es que soy una imagen virtual”, contestó ella, y cortó la comunicación.
Nunca más volvió a responder a sus llamadas.
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4 comentarios:
Este blog siempre logra sorprenderme con cosas cada vez mejores, excelente obra, bravo por Miñuca.
Saludos.
Jose A
ES UN CUENTO MARAVILLOSO; ME SORPRENDIO LO LIMPIO Y CLARO DE LA NARRACION. DESDE EL PRINCIPIO ESTABA VIENDO UNA PELICULA PARASICOLOGICA DE HORROR. MINUCA ERES UNA EXCELENTE NARRADORA DE CUENTOS;
Hace dias que estaba por comentarte lo tanto que me gusto esta historia que por cierto, es absolutamente cinematografica. A medida que la leia, la iba viendo. Increible lo buena narradora que es MiÑuca, no la conozco pero la felicito mucho. Magdiel, que te parece para un guion de un corto de horror??
Gracias Cuky, si es una historia muy cinematografica, besos.
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